Leo
en la revista “Argentine” una nota de Viviana Coman titulada “Volver a la
calesita”, con un recuadro de Carlos Manuel Couto. Ambos hablan con prosa
enternecida de ese antaño sonoro y policromo jalón de la ciudad, que apenas
gira ya ronca, rota, casi loca en algún barrio extra muros de la febril City
porteña.
El
otro día vi desde un taxi una calesita en la Plaza Primero de Mayo, entre las
calles Alsina y Pasco, aquí, en Buenos Aires.
El
alegre "tiovivo" -como se le llama en España-, con sus caballos y
cochecitos multicolores, que giraban lentamente al son de una agridulce
musiquilla verbenera, fue acarreada en principio, como el organito, por un
caballo: un jamelgo flaco y oscuro, eternamente cansino.
Luego
adoptó la corriente eléctrica para impulsar ese dar vueltas y vueltas en pos de
una sortija que, si se conseguía, daba derecho a una vuelta más.
La
calesita le imprimía "clima" al paisaje yerto y desolador del mísero
arrabal. Tangueros tan ilustres como Cátulo Castillo y Mariano Mores le
pusieron letra y un compás de dos por cuatro:
"Grita la calesita/su larga
cita/maleva.../Cita que por la acera/de Balvanera/nos lleva. Vamos de nuevo,
amiga/para vos bailando...Vamos que en su rutina/la vieja esquina/me está
llorando…/Vamos que nos espera/con tu/pollera marchita/esta canción que
rueda/la calesita...".
Y
aquello otro de “Carancanfú… vuelvo a
bailar/y al recordar una sentada/ de tu enagua almidonada/ te grito
¡Carancanfú!.../y al taconear/y la “lustrada”/ cuando a tu lado, tirado/ tuve
mi corazón...
Pasaba
el tiempo, barrendero de ilusiones. La calesita se modernizaba. Automóviles
aerodinámicos, “jeeps", "Sputniks", "Apolos" y
“Challengers” fueron sustituyendo a los unicornios, cisnes, carrozas y
diligencias. Nuevos ritmos, casi todos trepidantes desplazaron a los "fox
trot", los pasodobles y los tangos de la "guardia vieja".
"Las
vueltas que da la vida", de las que tanto hablan los… "mayores",
se diluían en las vueltas de la calesita en una sordina poética, en un tempo que
parecía eternizarse y tenía ya la pátina amarillenta de la nostalgia en su
corazón azul...
La
calesita estaba allí, con su cúpula escarlata, barroca de orlas y grecas de
colores violentos, sus "breaks" pintados con purpurina, móvil la
basta madera deslucida de su suelo tachonado de clavos toscos, goteando música,
girando y girando bajo el cielo turquí…
Un
día, de pronto, como tantas otras cosas, desapareció la calesita de la
ciudad.
Ahora
los niños hablan de emoticones, “web mail”, navegación, “chat”, video llamada,
cámaras de 1.3Mp, reproductores de MP3, “Bluetooth”, memoria de 512Mb,
auricular stereo, cable USB, “home theatre” con “play station”…
Permítasenos
una coda melancólica, con ritmo de “blues”, sostenida por los versos de
González Tuñón:
"La calesita en el
baldío,/la calesita está con frío./Frío, frío./Los últimos pibes se fueron./La
música también ha callado,/dejando en el aire un temblor/como cuando se muere
un pájaro...".
© José Luis Alvarez Fermosel