miércoles, 17 de diciembre de 2014

La alegría



El gran autor de teatro y polígrafo español Alfonso Paso tenía un lema –de lógica indestructible- que le inspiró una de sus comedias más aplaudidas, a partir de una situación personal: “Nadie nos puede quitar la alegría de vivir, si nos empeñamos en conservarla contra viento y marea”.
Ojalá que estas fiestas de Navidad y que el año que viene nos traigan toda la felicidad del mundo, queridos amigos y lectores de mis “posts” en mi blog y en Facebook, y los que se comunican conmigo por otras vías, y todos.
Será inevitable que suframos contrariedades, o  malos tragos. Al mal tiempo buena cara. ¡Fuerza, fuerza siempre!
Y, sobre todo, recordemos esto que tiene fuerza de axioma: Nadie nos puede quitar la alegría de vivir, es lo único que podemos conservar sin que importen nada ni nadie.
O deseo lo mejor del mundo, que está muy revuelto, pero en el que también hay cosas muy buenas, y gentes muy buenas, que es lo mejor. Hay que aprovechar unas y juntarse con las otras.
Siempre vuestro,
José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 12 de diciembre de 2014

Presencias soberanas en un mundo global



Los reyes, los que quedan –que no son pocos-, ¿sirven de algo?, ¿respaldan con sus soberanas presencias los Estados de derecho?; ¿condicen, concuerdan con los pragmáticos tiempos globalizados que corren, tan… “progresistas?”
Podrían formularse más preguntas por el estilo. Los monárquicos dirían que sí, que los soberanos que hay, ya que están, son convenientes o, más aún, necesarios, considerando que ninguno reina de un modo absolutista, a la vieja usanza; ni siquiera reinan, sino que casi siempre juegan un papel más bien representativo que ejecutivo y, en una suerte de dorada retaguardia, los reyes son, o se los considera guardianes de la legitimidad constitucional.
Otros dirían que las monarquías son hoy en día unas antiguallas que sirven para muy poco. Además, cuestan dinero, porque el Estado tiene que mantenerlas.
Se dijo hace ya bastante tiempo que Juan Carlos I de Borbón, entonces rey de España,  conjuró el riesgo de un golpe militar al contribuir a abortar el “putsch” del teniente coronel de la Guardia Civil (1) Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981. Ahora se dicen otras cosas...
Los últimos tiempos del reinado de Juan Carlos I estuvieron salpicados por desórdenes y escándalos promovidos por él. Según la opinión general, le obligaron a ceder la corona a su hijo Felipe.

“¡Dios salve a la reina!”

“Cuando Inglaterra pierde una batalla, el culpable es el primer ministro, pero cuando resuenan las campanas de la victoria, todos los ingleses gritan a coro: ¡Dios salve a la reina!”. Así dijo una vez Winston Churchill, quien fue primer ministro durante nueve años y un gran admirador de la monarquía británica toda su vida.
No hay ningún otro país del mundo donde, en toda oportunidad, el pueblo dé tantas gracias a la reina: como si aún estuviera en sus manos la salvación, o al menos el bienestar de sus súbditos.
Isabel II de Inglaterra es en todo Occidente el símbolo por antonomasia de la realeza, pese a los escándalos que hicieron temblar su trono desde tiempo inmemorial, que no fueron pocos.
Monarquías como las de Suecia, Dinamarca y Noruega, cuyos reyes son Carlos XV, Margarita II y Harald V llegaron a ser más o menos populares. A Bélgica, regida por el rey Felipe I, no le afectó la eterna querella entre flamencos y valones.
La muy discreta, religiosa y políglota –hablaba cinco idiomas- Fabiola de Mora y Aragón, nacida en Madrid, se convirtió en reina consorte de Bélgica al casarse con el rey Balduino en 1960, el mismo año en que el Congo se independizó de Bélgica. La quinta reina de los belgas se retiró de la vida pública después de la súbita muerte del rey Balduino en 1993. Murió a los 86 años, gozando de la simpatía y el cariño del que adoptó como su pueblo.
(Fabiola tuvo un hermano que le dio algún dolor de cabeza: Jaime “Jimmy” de Mora y Aragón,   uno de los primeros animadores de la turística Costa del Sol española. Fue también muy querido, pues era un hombre ocurrente y jocoso; tocaba muy bien el piano, era un donjuán redomado,  divertido, travieso, pero una bella persona incapaz de cometer una mala acción, generoso y buen amigo.)
La corte holandesa se puso de moda con el matrimonio del príncipe Guillermo de Orange con la argentina Máxima Zorreguieta.
En Mónaco, el Estado más pequeño del mundo, situado entre Francia, Italia y el Mediterráneo, reina y gobierna el príncipe Alberto II. De los 36.000 habitantes de ese Estado soberano e independiente, sólo el 16 por ciento son verdaderos monegascos.
El Gran Duque Enrique I rige los destinos de Luxemburgo, un país también muy pequeño que fue gobernado alternativamente por Borgoña, España, Francia, Austria, Baviera, Hessen, Holanda y Bélgica.
Varios imperios se han eclipsado, como el de los Habsburgo en Austria y el de los Hohenzollern en Alemania, por citar sólo dos. Actualmente no parece haber mucho interés en que los reinos o principados existentes desaparezcan, pasen a otras manos o cambien de
regimen político.

Andorra

Hace algún tiempo se temió que  la futura constitución del microestado pirenaico de Andorra –cuyo gobierno se reparten Francia y España-, dejara a éste en manos de Francia, en detrimento de los intereses hispanos. 30.000  españoles –casi la mitad de una población de 65.844- trabajan en Andorra. La Caja de Pensiones y el Banco de Bilbao (Vizcaya, norte de España) controlan tres de las seis entidades crediticias que operan en régimen de oligopolio. La moneda actual de Andorra es el euro y el idioma oficial el catalán.
Los intereses económicos se entrecruzan a veces con los dinásticos. Quizás por eso hay todavía monarquías. Acaso tenga que actualizar pronto el Gotha (2). Porque si bien se ha prescindido de varios reyes, algunos de ellos –en el exilio o no-, o sus descendientes se creen con derecho a convertir ciertas repúblicas en monarquías y ponerse al frente de ellas.
No faltaron testas coronadas que acudieron al rescate de la democracia cuando ésta se había perdido, o estaba a punto de perderse.
Los monarcas actuales, a  pesar de que los lectores de las revistas del corazón –en cuyas satinadas páginas suelen aparecer- continúen sublimándolos, saben que los azarosos tiempos políticos que vIvImos les conceden un margen más amplio para el sentido común que para la grandeza.
Algunos de estos encumbrados personajes emergen de internas, “lobbies” y luchas partidarias como un símbolo de legitimidad y continuismo.

(1) Primer cuerpo de seguridad pública de ámbito nacional en España. Fundado por el Duque de Ahumada, Francisco Javier Girón y Ezpeleta el 13 de mayo de 1844, tuvo en principio el carácter de policía militarizada de vigilancia de fronteras rurales y estuvo encargada también de la represión del bandolerismo.
(2)) Anuario genealógico, diplomático y estadístico publicado en francés y en alemán en la ciudad germana de Gotha, entre 1763 y 1944.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 4 de diciembre de 2014

Jardiel visto de nuevo por Jardiel



Enrique Gallud Jardiel ha vuelto a escribir sobre Enrique Jardiel Poncela, que fue su abuelo. En esta oportunidad Gallud Jardiel practica una vivisección del genial, multifacético y entrañable polígrafo, que revolucionó las letras del siglo XX y en particular el teatro.
El libro se titula “Jardiel, la risa inteligente”, fue editado por Doce Robles en Zaragoza, en este año de gracia de 2014. Tiene 250 páginas.
Calificado en algunos medios de “obra”, “trabajo” y a lo sumo “ensayo biográfico”, para mí el libro es una biografía que se inscribe en la más pura ortodoxia. Su autor se ajustó al género, pero lo despojó hábilmente de la monumentalidad y la pesantez que suelen caracterizarlo.
Todo Jardiel campea en esta nueva biografía del inolvidable autor de “Eloísa está debajo de un almendro”. (La última vez que estuve en Madrid la estaban dando, no recuerdo ahora en qué teatro.)
Ahí está todo. La vida de Jardiel, su obra, tan influyente en la literatura de su tiempo; su trabajo en el cine como adaptador y guionista; su gusto por escribir a mano con pluma estilográfica en las mesas de los cafés, y hacer tertulia en ellos con sus amigos.
Enrique Gallud Jardiel es doctor en Filosofía hispánica, profesor universitario, narrador y traductor; pero también periodista, o, mejor, escritor en (no de) periódicos. De ahí que abunden en su libro datos, fechas, cifras, citas, anécdotas…: todo procedente de fuentes inobjetables.
Dos de las peculiaridades del libro –no menores- son su claridad y su concisión. Está escrito en el lenguaje que usamos todos los días. Se entiende, los que lo usamos bien.
(Recuerdo a este respecto mis charlas con Fernando Vizcaíno Casas, en las que reconocía que sus novelas populares se vendían más porque todo el mundo las entendía que por su calidad literaria. Sus libros de Derecho y los que escribió, casi tipo enciclopedia, evocando los agridulces años cuarenta cimentaron su fama de buen tratadista y buen escritor. Me acuerdo también de mi arenga a los reporteros a mis órdenes en la agencia EFE: “¡Muchachos: sujeto, verbo, predicado… ¡y a cobrar!”. Alex Grijelmo me habría felicitado.)
“Jardiel, la risa inteligente” carece por fortuna de hinchazón, culto al ego y el pedante oscurantismo de los falsos intelectuales de gafas cuadradas con marco negro de Martín Nahara. No es poco.
Además, su autor ha tenido la habilidad de trufar su texto con una considerable cantidad de textos de Jardiel, que enriquecen el libro. Uno va recordando, al pasar las hojas, fragmentos de obras de Jardiel Poncela, pensamientos, aforismos y ocurrencias suyas. (Entrañable la unión en el recuerdo de nieto y abuelo.)
Otra cosa, Gallud es imparcial, totalmente objetivo. Podía habérsele ido el freno de mano de los elogios  en su carrera en pos de la inserción de su abuelo en el sector del Olimpo que le corresponde.
Pues bien, no cayó en el desenfreno.
Se ajusta a la verdad desnuda, por ejemplo, cuando recuerda que el humor era una forma de vida para su abuelo, y que “(…) contemplaba la estupidez humana de una manera casi filosófica. Supo reirse de sí mismo y de los demás”.
Lo mismo cuando dice que Jardiel se sabía un innovador; sin embargo, jamás quiso pertenecer a la vanguardia oficial. “Nunca se proclamó literariamente junto con nadie ni se adhirió a ningún manifiesto artístico colectivo, sino que mantuvo siempre un individualismo estético”.
Gallud añade que “(…) el teatro era un género propio de Jardiel: el teatro cómico-fantástico, con elementos de parodia y gran guiñol. Jardiel inventó su propio teatro, como García Alvarez inventó el astracán, Valle Inclán los esperpentos, Unamuno las novelas o Manuel Machado los sonetos”.
El autor recuerda el conocimiento riguroso que Jardiel Poncela tenía del teatro, su ambicioso concepto de la escenografía, que le llevaba a interesarse personalmente en la puesta en escena, los decorados, la iluminación, el vestuario, hasta el “atrezzo”.
Escenas de la agitada existencia de Jardiel, sus amores, los viajes, sus éxitos, sus fracasos están presentes en el libro.
Enrique Jardiel Poncela triunfó por todo lo alto, recibió buenas críticas, tuvo dinero a manos llenas, las mujeres que le dio la gana, automóviles deportivos, amigos y admiradores. Pero no le faltaron enemigos, falsarios, envidiosos que consiguieron con su destrato y sus canalladas ningunearle y llevarle a la miseria.
Es que Jardiel era mucho Jardiel. Fue un desmitificador, un crítico acerbo de arribistas, ignaros, pedantes y esnobs y denunció la hipocresía, la injusticia; odiaba el plagio, que le parecía lo que es: un robo manifiesto. El fue muy plagiado.
Fue un hombre bondadoso, amante de los animales, generoso, buen amigo.
Algunos trataban de destrozar los teatros que representaban obras suyas. Una vez le invadieron jayanes con bastón para hacer ruido y un clavel rojo en la solapa en el estreno de “Agua, aceite y gasolina”.
Era el mejor. Fue un visionario, un precursor. Como dijo su nieto, dignificó la intelectualidad del humor.
Yo creo que esta nueva visión de Jardiel  por Jardiel es la mejor.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

martes, 2 de diciembre de 2014

Estampas y sainetes



El post que sigue inaugura una nueva sección, Estampas y Sainetes, que tuvo gran éxito en Radio Madrid, Emisora Central de la Sociedad Española de Radiodifusión. La sección se nutría de textos cortos y humorísticos, muy bien interpretados por los actores del cuadro artístico de Radio Madrid.     

Espejismo

El aduar se difumina en la distancia, parece que se oculta tras varias capas de sol por propia voluntad. O que retrocede mientras el hombre avanza lentamente, arrastrándose por la arena abrasadora.
El aduar es el fin, es decir, el objetivo principalísimo del último tramo de un viaje endemoniado. Una etapa que acaso se convierta en pesadilla.
Quizás el aduar sea un espejismo: la típica ilusión óptica debida a una inversión de la temperatura. Con el tiempo en calma, la separación normal entre el aire caliente y el frío, cerca de la superficie de la tierra, puede producir un efecto de lente refractante, ofreciendo una imagen invertida sobre la que todo lo distante parece que flota.
El hombre cree que divisa en lontananza toldos de tiendas de campaña y palmeras cimbreantes. Pero sabe que todo es producto de la fatamorgana.
Todo lo que puede verse en el horizonte, incluidos islotes, témpanos de hielo y promontorios toma en virtud de ese fenómeno el aspecto de estructuras o edificaciones muy altas, unas alargadas, otras oblongas, algunas semejantes a fantasmagóricos castillos medievales.
La fatamorgana más frecuente es la que se produce en la costa meridional de Sicilia, en el estrecho de Mesina, entre Calabria y Sicilia, al sur de Italia.
El hombre siente que está llegando al límite de sus fuerzas, pero no se detiene. Sigue su cada vez más dificultosa  marcha, hincando los codos en la tierra.
¡La maldición de Fata Morgana, dama del alma, de la fertilidad y de la muerte: mandala símbolo de la existencia de la lucha entre lo blanco y lo negro –el bien y el mal- en el interior del ser humano!
El hombre oye extraños ruidos metálicos y le parece que aprieta algo con las manos.
Se despierta bruscamente, aferrando el volante de su coche, encajado delante de una cuatro por cuatro y detrás de un camión, en un embotellamiento de tránsito.
Su ocupante respira el aire quieto, denso y cálido de un mediodía de verano que penetra por las ventanillas abiertas.
No era un explorador perdido en el desierto el automovilista, que recuerda un cuento de Julio Cortázar: “Los autonautas de la cosmopista”, en el que se describe un atasco durante el cual pasa de todo lo bueno y todo lo malo.
Fata Morgana…

© José Luis Alvarez Fermosel