lunes, 29 de abril de 2013

En el día del animal


Suena el timbre del portero eléctrico. Me levanto de mi sillón favorito, en el que estaba cómodamente arrellanado, leyendo. Atiendo. Vienen del mercado de las bolivianas, donde habíamos hecho un pedido, a entregárnoslo.
Les franqueo la entrada y vuelvo a mi sillón favorito, donde mi perra Dolce se ha instalado y me mira, desafiante. Quien diga que tiene un sillón favorito y tenga perro, no dice la verdad: el perro tiene siempre el sillón favorito de uno. Recomiendo que, como en mi caso, se disponga de una silla de lona de director de cine para aposentarse en ella cuando nuestro perro lo haga en su sillón favorito, que es el nuestro.
Decido salir a dar una vuelta por el barrio, antes de que anochezca y decaiga la animación.
Me topo con una paseadora de perros. Delante de todos, suelto, un hermoso pastor alemán guía a sus congéneres, marcando el paso poco menos que como un bailarín de tango.
En la ferretería de la esquina tienen en la calle, a la entrada, una gran jaula con pájaros, que retozan alegremente. Identifico a un par de cotorritas –que se están dando un beso de piquito-, un pájaro brasita y un canario.
Pasa un cartonero, tirando de un carro lleno de cartones y encima de ellos un gran perro pardo y ladrador. Pasa una muchacha de pelo éndrino y tez muy blanca con una mochila a la espalda, por la que asoma la cabecita de un gato atigrado de mirada ambarina.
Hoy es el día del animal en la República Argentina.
Nuestras mascotas están a salvo, mientras estén a nuestro lado. Pero pidamos protección para los animalitos que amó Francisco de Asís a los dioses que rigen sus destinos: los dioses de los bosques y los caminos; aquellos que dan su luz a las luciérnagas para que pueblen la noche de puntos suspensivos, los que imprimen a la liebre velocidad y ese zigzagueo rapidísimo que dificulta su caza; aquellos que velan por  el urogallo y la lagartija prendida a un muro encalado, como una rara joya verde y naranja bajo el sol deslumbrador de la mañana; los que protegen al caballo, al monito y al kohala, al estornino, la foca y la gacela Thompson: a todos los animales domésticos y salvajes que pueblan la tierra, con hombres con rifles y redes.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 27 de abril de 2013

Pluma y papel



En algunos asuntos referentes al cerebro y su funcionamiento, los estadounidenses siguen sin coincidir. Unos dicen una cosa y otros la contraria. Cada uno tira para su lado.
Gracias a imágenes de resonancia magnética, científicos de la Universidad de Indiana descubrieron que escribir a mano activa más imágenes del cerebro y favorece el aprendizaje de formas, símbolos e idiomas.
La noticia fue publicada y comentada universalmente. El diario El Mundo de Madrid le dedicó el 5 de noviembre de 2010 un artículo que tuvo una calurosa acogida, en especial por los nostálgicos del lápiz o de la pluma y el papel.
Ahora, Jeffrey Raser, profesor de lingüística de la Universidad Estatal de Carolina del Norte, acaba de decir en declaraciones periodísticas que una sensación de nostalgia no basta para que los estudiantes se vean obligados a aprender algo que no es imprescindible para la educación. Se refiere a la letra cursiva escrita a mano.
Sin dejar de usar todos y cada uno de los gadgets de la supermoderna tecnología de las comunicaciones, uno se declara acérrimo usuario del lápiz, y a mayor abundamiento de la pluma estilográfica y el papel.
Por eso, y por terciar en la liza desatada acerca de si la escritura manual es o no conveniente, reproduzco dos antiguos posts que me parece que cobran nueva actualidad.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

Del autor:

miércoles, 24 de abril de 2013

Descartes para el recuerdo



Cinema Paradiso es una comedia dramática filmada en color en 1988, en régimen de coproducción entre Italia y Francia, de 123 minutos de duración, drigida y escrita por Giuseppe Tornatore, con música de Ennio Morricone y protagonizada por los actores franceses Phillippe Noiret y Jacques Perrin.
El último hace de Salvatore, un acomodado hombre de negocios maduro que regresa al pequeño pueblo siciliano donde nació y se crió.
Allí se reencuentra con Alfredo (Phllippe Noiret), operador de un cine de barrio que les permitía a él –a quien llamaban Totó de chico- y a otros niños ver las películas desde la cabina de proyección.
Salvatore recuerda su infancia y su vida. El viejo cine ahora derruído es un catalizador para el recuerdo.
Toto no se separaba del viejo cameraman y coleccionaba en secreto los descartes de los films que el sacerdote- el censor definitivo- llevaba a cabo a fin de... "proteger la moral".
Salvatore Cascio es Salvatore, o Totó, el niño, y Marco Leonardi hace de Salvatore adolescente.
Otros actores son Agnese Nano y Enzo Cannavale en el papel de Spaccafico. Todos son excelentes. Como es natural destacan los niños.
Ya se sabe que en el cine no hay que trabajar nunca con niños ni con animales, porque se roban los aplausos.
Cinema Paradiso ganó en 1989 el Gran Premio Especial del Jurado del Festival de Cannes y el  Oscar a la mejor película no hablada en inglés. El año siguiente obtuvo el Globo de Oro y en 1991 los premios BAFTA y Cóndor de Plata.
En La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires (Argentina),  hay un cine que se llama Cinema Paradiso en honor de la película.  

© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 23 de abril de 2013

Vestidos de gala en su día



“... Leer, leer, leer, vivir la vida
Leer, leer, leer, vivir la vida
que otros soñaron...”
(Miguel de Unamuno)

Los libros son los primeros amigos que le ofrecen a uno su amistad de la mano del padre, la madre o alguno de los abuelos, después de haberlos retirado morosa y amorosamente de la biblioteca donde están –los nuevos- como vestidos de gala: relucen sus portadas coloridas con el intenso brillo del papel satinado.
Nos recuerdan caballeros de frac de tiempos pretéritos, bailando el vals con bellas damas ataviadas con largos vestidos blancos. Música de Weber, risas, tintineo de copas de cristal de Bohemia, abanicos y suspiros.
O tiempos posmodernos. Computadoras, correo electrónico, blogs, teléfonos móviles... Ser cool o no ser cool: ¡ésta es la (nueva) cuestión! Photoshop, música metálica, galaxias en televisión...
No faltan, por suerte, libros viejos en entrañables librerías de lance, en calles de barrio. ¿Encontraremos en alguna de ellas un incunable el día menos pensado? ¡Jamás! Pero tal vez sí una vieja historia de Inglaterra, o una edición del Quijote ilustrada por Gustavo Doré. 
Esos amigos, los libros que leímos por primera vez, nos hicieron conocer a otros y esos a otros. En la lectura de todos ellos nos refugiamos cuando nos dejó una novia o nos traicionó un amigo.
Los libros son fieles –el único traidor suele ser el traductor...-. Iluminados por su luz y entibiados por su afecto nos instalamos en regiones etéreas donde no hay maldad, sino verdes ríos que discurren por valles silenciosos, animales adorables como el burrito Platero,  o   inquietantes    como   el   gato  de  Alicia  en  el  país  de  las  maravillas; detectives de lupa y cachimba y caballeros de la mesa redonda.

Luego llegó la computación

Luego llegó la computación. Muchos pensaron que a partir de ese momento ya no se iba a leer, o se iba a leer muy poco. Pero de la misma manera que el cine no sustituyó al teatro, ni la televisión desplazó a la radio, no creo yo que haya razón para pensar que la Internet vaya a reducir o limitar la lectura, tanto más cuanto que hay libros online; y entre ellos diccionarios y enciclopedias. Si no se lee, no es por culpa de la tecnología de las comunicaciones.
Me atrevo a recomendar, en el Día del Libro, el trato de nuestros amigos los libros que se refieren directamente a la alegría de vivir –lo único que nadie nos puede quitar en esta vida si nos empeñamos en conservarlo a ultranza-.
(Es posible que tomemos un día un libro y al abrirlo nos encontremos una flor azul desecada -apretada entre las páginas-, que nos plantea un misterio romántico: ¿algún pretendiente, como se decía entonces, se la regaló a nuestra abuela al comienzo de un idilio y el idilio no llegó a prosperar? ¿O nuestra abuela tomó la flor  del  búcaro  donde la puso, cuando ya  estaba  casi  marchita,  y la puso como un señalador entre  las hojas del libro que leía –de tapas de cuero de Rusia color vino de Burdeos-, y allí quedó olvidada, mudo testigo de sabe Dios qué?)
Las hazañas de los personajes de los libros nos marcaron a fuego en nuestra niñez tranquila, cuando leíamos a todas horas, incluso de noche, en la cama, levantando las rodillas y haciendo una carpa con las sábanas, alumbrándonos con una linterna de bolsillo.
Reconocemos que somos noveleros, que nos gusta la aventura. Dice al respecto el pensador y escritor español Fernando Savater: “(...) la aventura no aumenta ni disminuye, no crece ni decrece, no se crea ni se destruye como la materia de la que formamos parte, ya que se trata de un estado de ánimo”.
Hoy en día, los libros y la lectura no tienen mucho predicamento, reconozcámoslo. Antes teníamos una gran sed de saber; leíamos todos los libros que caían en nuestras manos; leíamos de un modo desordenado y febril, con enorme avidez. La lectura nos proporcionó cultura, que es lo que nos queda después de olvidarnos de todo lo que aprendimos en el colegio.
Nuestros amigos los libros nos llevaron también a aprender otras lenguas. Carlos I de España y V de Alemania dijo que poseer otro idioma era como tener otra alma.
El gran ensayista argentino Alberto Manguel dice en el final de uno de sus ensayos de En el bosque del espejo –recuerda María Malusardi en el número 52 de la revista El Arca-: “En medio de la incertidumbre y de muchas clases de miedo, amenazados por la pérdida, el cambio y los dolores interno y externo, para los que no hay lenitivo, los lectores saben que al menos hay, aquí y allí, unos pocos lugares seguros, reales como el papel y vigorizantes como la tinta, que nos conceden albergue durante nuestro paso por el oscuro bosque sin nombre”.

© José Luis Alvarez Fermosel 

domingo, 21 de abril de 2013

De pantalón corto



La moda del “short”, cualquier otro tipo de pantalón corto, las bermudas, el pantalón llamado pescador, o de pescador se ha extendido como una mancha de aceite en un papel de estraza entre la población más o menos masculina de Buenos Aires, de otras ciudades argentinas y nos da la impresión de que en todo, o casi todo el mundo.
La moda, vigente en otoño y en invierno, cuando no hace calor, responde a la obsesión de prolongar su adolescencia del hombre que nosotros dimos en llamar macho posmo de esta era boba, inconsistente, esnob, trivial, cursi y cutre al mismo tiempo.
Por eso es tan común que proliferen los adolescentes de hasta cuarenta años –los 14 de nuestra época-.
Así, muchos hombres van por el mundo mostrando unas piernas flacas, lampiñas o peludas como las de los monos, varicosas, torcidas o gordísimas, deformes, a las mujeres.

Las piernas de las mujeres

El (feo) espectáculo se ofrece a todo el mundo; sino que nosotros, los hombres que no somos posmodernos, volvemos la cabeza a otro lado para ver las piernas de las mujeres, que no deben sentirse motivadas, por decirlo de alguna manera, al ver las patas de los machos posmodernos.
En nuestros tiempos –no tan lejanos- los chicos tratábamos de dejar atrás la adolescencia cuanto antes, y que nos consideraran hombres a todos los efectos. Y nos poníamos pantalones largos a los 13 ó14 años.
Una de las ilusiones de nuestras jóvenes vidas era que llegara el momento de que pudiéramos lucir un traje, o una chaqueta deportiva combinada con un pantalón “ad hoc”, no necesariamente complementado por camisa y corbata. También era adecuado el suéter de cuello volcado en invierno, o la camisa abierta en verano.
¡Había que ver, llegado el momento de lucir un terno, cómo cuidábamos los nuestros, y especialmente la raya del pantalón, que tenía que estar muy bien planchada, muy bien marcada, casi recordando el filo de una espada!

Nuestros modelos del cine

Los artistas de cine a los que queríamos parecernos cuando  estábamos terminando el bachillerato eran para nosotros el summun de la virilidad y la elegancia, en particular los ingleses.
Ya tenían sus años, ¡pero cómo se llevaban a las mujeres de calle en aquellas películas policiales, de aventuras o de besos!
Cary Grant –el más elegante de todos-, Georges Sanders, Stewart Granger, David Niven, Rex Harrison, James Mason…
Y Gary Cooper, Gregory Peck, que estuvo en Buenos Aires para presentar su película  Gringo viejo, sobre la vida del escritor estadounidense Ambrose Bierce. Y Sean Connery, a quien entrevistamos en Almería, el epicentro del Cantimpalo western, el Hollywood español.
Los españoles Alberto Closas, de quien tuvimos la fortuna de ser amigos, Paco Rabal, Fernando Rey, Fernando Fernán Gómez, el uruguayo afincado en España Sancho Gracia…
Todos ellos, y muchos que nos dejamos en el tintero hubieran considerado de muy mal gusto salir a la calle en calzoncillos, o prenda similar, por mucho calor que hiciera.
Pero aquéllos eran otros tiempos, ya se sabe.

© José Luis Alvarez Fermosel   

viernes, 19 de abril de 2013

Un trote solemne y señorial



Volví a mirar el reloj. Eran las siete. Mi caballo enderezó sus largas y esbeltas orejas y con un airoso movimiento de la cabeza emprendió el galope. Para ello no era necesario espolearle, bastaba alentarle con una sola palabra. Se encabritaba y agitaba la cabeza mientras marchaba majestuosamente al galope por el camino de herradura que discurría entre verdes árboles de elevadas copas. En alguna parte, lejos, unas gigantescas alas plateadas se deslizaban hacia el final de la pista, se alzaba el tren de aterrizaje, la deslumbrante luz de la mañana penetraba por las ventanillas del avión y el rugido de los motores ahogaba todas las palabras. El avión seguía avanzando, arreció el estruendo de los motores, aumentóse la velocidad y el aparato, despegándose imperceptiblemente del suelo, se elevó en el aire describiendo una pronunciada curva. Luego puso rumbo hacia el oeste.
Ya todo había pasado.
Como con un gesto de disculpa, que ni yo mismo sabía a qué atribuir, me incliné para acariciar el cuello del caballo. Se dilataron sus rosadas fosas nasales y volvió a enderezar las orejas.
Aminoró el galope y siguió avanzando al trote, un trote solemne y señorial. La mañana era esplendorosa y de una increíble suavidad.

Estos párrafos pertenecen a la novela corta El día de mañana nunca llegará, del escritor finlandés Mika Waltari (1908-1979), traducido a 40 idiomas, que se hizo famoso por su obra Sinuhé, el egipcio, escrita en 1945 y convertida rápidamente en best seller mundial.
En 1954 se filmó una película con el mismo título, dirigida por Michael Curtiz –el realizador de Casablanca- e interpretada por un elenco estelar que incluyó actores de la categoría de Jean Simmons, Victor Mature, Gene Tierney, Peter Ustinov y otros no menos renombrados. El film tuvo también un gran éxito.
De muchacho, Waltari fue testigo en Helsinki de la Guerra Civil Finlandesa, que duró desde el 27 de enero hasta el 15 de mayo de 1916.
Estudio teología por imposición materna y posteriormente filosofía y literatura, graduándose en esta última materia en 1929.
Ya de estudiante escribió artículos en varias revistas, poesía y cuentos.
De 1930 a 1940 trabajó como periodista y crítico para diversos diarios y revistas y viajó por toda Europa. Dirigió el semanario Suomen Kuvalehti.

Otro autor a quien benefició el periodismo 

Otro autor a quien benefició el periodismo, que imprimió a su obra una claridad meridiana y un estilo directo y conciso, como puede observarse leyendo el fragmento reproducido arriba. La traducción al español de Ursula Lindstrom fue buena.
Mika Waltari escribió siete novelas históricas, entre ellas Marco, el romano y El etrusco.
Después de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) dio a conocer varias novellas, entre ellas El día de mañana nunca llegará (1961): el relato de un amor pecaminoso y de un homicidio involuntario que incluye el suspenso propio de un policial. Un relato sólido, cautivante, conmovedor, de un autor amante de los temas audaces y el refinamiento artístico.
Su producción total abarca 29 novelas, 15 novelas cortas, seis colecciones de cuentos de hadas, seis tomos de versos y 26 obras de teatro.
Mika Waltari fue miembro de la Academia Finlandesa de Letras y la Universidad de Tuku le nombró doctor Honoris Causa en 1970.
En el centésimo aniversario de su nacimiento se lanzó una moneda conmemorativa de plata de 10 euros, acuñada en 2008. En una cara se veía una deidad egipcia y en la otra la firma del escritor y el plumín de iridio de una lapicera fuente.
En los años 60 y 70 hacían una noble competencia a Mika Waltari, y nuestras delicias, una serie de escritores como Vicki Baum, A. J. Cronin, Somerset Maugham, Maxence Van Der Meersch, Lajos Zilahy, Jan de Hartog, Curzio Malaparte, Jean Pelegri, Hamilton Basso, Julien Green, Upton Sinclair, John P. Marquand, Eudora Welty, Louis Bromfield, Cecil Roberts, Paul Morand, Daphne du Maurier, Alberto Moravia y quizás unos veinte más que conocieron la gloria y hace ya mucho tiempo que están sumidos en un profundo, oscuro e injusto olvido. Sus obras no fueron reeditadas. Nadie, o muy poca gente los recuerda. Varios fueron motejados de “menores” y alguno que otro de “lineal”.
Ahora se llevan los libros de autoayuda, acordes con el cariz onanista que tiene la época actual.

© José Luis Alvarez Fermosel 

domingo, 14 de abril de 2013

Farola vigía de una tarde de oro



La farola tiene varios brazos, a diferencia del farol, como se sabe. Esta farola en particular toma del reflejo de un dorado atardecer madrileño un desvaído color de uva tinta que se deposita en cada una de sus dos lámparas, o faroles.
Una luminosidad adelantada, podría decirse que de regalo, pues la farola aún no está encendida y es un elemento secundario, pese al arte de su forja, ya que el conjunto de colores y luces doradas, cárdenas arriba, a la derecha, ligeramente desvaídas abajo componen una sinfonía tan rica y esplendente como el oro mismo.
De oro parece la cúpula del edificio Metrópolis, que se ve al fondo, con la Victoria alada de Federico Collaut Valera, que reemplazó al Ave Fénix cuando el inmueble albergaba otra empresa: La Unión y el Fénix.
La tarde madrileña se va como una príncesa envuelta en ropajes aúreos, pero de verdad, no como el rey del cuento de Andersen, que iba desnudo.
La luz apenas tamizada adorna con majestuosa sordina, a la vez, el edificio de la joyería Grassi, que sustituyó al salón de té Sicilia Molinero –todo el mundo le quitaba el Sicilia y decía sencillamente Molinero-. Pero sólo se ve la cúpula de Metrópolis en la foto. Uno, porque sabe…
Sicilia Molinero fue años ha un salón de té selecto y encantador, que estuvo muy de moda. Allí se veían, y se hablaban en voz baja con las manos tomadas, la marquesa de Amboages y el torero Domingo Ortega, que mantenían un romance secreto del que estaba enterado todo Madrid.
Allí celebraron alguna vez su aniversario de boda mis tíos Antonio y Elena Carvajales y su primera comunión mi primo Antonio, que parecía muy calladito y muy formal pero sí, sí...
La música tiene un gran poder evocativo, es verdad. También fotografías tan bellas como ésta, que conjuga con serenidad de crepúsculo un asombroso juego de luces doradas que se adhieren a ese cielo azul de Madrid, el cielo de Velázquez.
En ese primer tramo de la Gran Vía de Madrid, que en la foto no ilumina la farola, sino la mágica luz de la tarde, están, asímismo, el Edificio La Estrella, el Hotel Roma y el Casino Militar.
Y el recuerdo de nuestra dorada juventud, tan dorada como la luz de las postrimerías de la tarde que captó ese fotógrafo que siempre está allí.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 11 de abril de 2013

La ventana abierta



Redescubro a Saki leyendo su cuento La ventana abierta.
Grata sorpresa, pues se trata de un cuento breve. Otra vez Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”…-.
Lo leo en su idioma original, el inglés, lo que me garantiza que el cuento no fue maleado por ningún traductor ineficiente, que los hay los hay.
Saki es el seudónimo -tomado al parecer de una versión de Scott Fitzgerald de Rubaiyat, de Omar Khayyam-, del escritor inglés Héctor Hugh Munro, nacido el 18 de diciembre de 1870 en Akyab (Birmania), donde su padre era inspector jefe de la policía colonial.
A los dos años perdió a su madre. Su padre le llevó, junto con sus dos hermanos, al pueblo inglés de Barnstable. Allí se educó con dos tía solteronas que se odiaban entre sí y le inspiraron sus personajes de tías mezquinas y gruñonas.
La ventana abierta es un cuento sobrio, sucinto, compacto, uno de cuyos méritos es que está escrito en un inglés que nada tiene que ver, por ejemplo, con el del Finnegans Wake de Joyce –multilingüe, incrustado de neologismos, asociaciones libres y retruécanos- y el de varios de los representantes del modernismo anglosajón, oscuros, cuando menos.
Si alguno de los incondicionales de Joyce leyera estas líneas me pondría inmediatamente en su índex particular. I beg your pardon. Pero en literatura como en pintura –en todas las Bellas Artes, en general- prefiero la claridad, la precisión y lo inteligible al enredo y el oscurantismo.

“Una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa…”

Quizás lo mío sea que por deformación profesional necesite la concisión, la exactitud y la rapidez para leer, entender y escribir. “Una rosa es una rosa, es una rosa, es una rosa…”, dijo Gertrude Stein, despejando contundentemente cualquier duda al respecto. El alumno escribió: “Los sucesos que acaecen cotidianamente en la rúa”. Juan de Mairena (1) tachó la frase y escribió: “Lo que pasa en la calle”
Repetiré mi exhortación a mis reporteros de la agencia EFE, que todavía se recuerda en algunos bares de la ciudad: “Sujeto, verbo, predicado… ¡y a cobrar!”.
Por eso me gusta Saki y en particular su cuento Ventana abierta, cuyo argumento oscila entre el suspenso y la fantasía y sitúa a sus personajes en un ambiente rural.
Se lee en muy poco tiempo –lo cual invita a la reelectura inmediata- y se entiende a la perfección, desde la primera palabra a la última. Está escrito para que se entienda, en una prosa clara y ágil, basada en el lenguaje estándar culto, carente de expresiones dialectales.

La influencia del periodismo

El final del cuento, magnífico, se resuelve en una línea de texto, o poco más.
Saki no escribió como lo hizo por obra y gracia del Espíritu Santo. El también fue periodista –corresponsal del Morning Star en Rusia-. El periodismo le dio, como a tantos otros escritores que también lo practicaron, el lenguaje desnudo y directo con el que están escritas sus obras.  
Se le atribuyen semejanzas con Oscar Wilde. En todo caso, como atinadamente opinó Luis Gregorich (2), su ironía es bastante más sombría que la de Wilde.
Graham Greene, autor de la selección de cuentos The best of Saki (Lo mejor de Saki) de una antología publicada en 1953 –también escribió el prólogo-, afirmó que los héroes de Saki son incapaces de olvidar los años que el escritor vivió, o sobrevivió en Barnstaple al cuidado de sus inaguantables tías.
Al comenzar la Primera Guerra Mundial Saki se alistó en el ejército inglés. Finalmente se le destinó a las trincheras del continente en Francia. Allí murió al pisar una mina, cerca de Beaumont-Hamel, el 13 de noviembre de 1916.
Gregorich recuerda sus últimas palabras, dirigidas a un compañero: “¡Apaga ese maldito cigarrillo!”.

(1) Docente apócrifo, creación literaria de Antonio Machado, personaje central de numerosos trabajas aparecidos en El Diario de Madrid.
(2) Periodista y escritor argentino de origen croata que dirigió el Suplemento Cultural del mítico diario La Opinión de Buenos Aires, el “boom” periodístico de los años setenta en Argentina.

© José Luis Alvarez Fermosel 

lunes, 8 de abril de 2013

La violetera se ha ido



Me viene como a través de una niebla con aroma de violetas el recuerdo de Saritísima, María Antonia, Sara Montiel, Sara de España muerta en olor de retiro tras una larga vida de éxitos, halagos, amores, fortuna...
La Sarita extraordinariamente bella con su madre en aquella tasca de la calle de San Bernardo, cerca de la Glorieta de Quevedo de Madrid. Hacía frío. Sala Radigales había pedido caldereta de cordero y el vino tinto tenía un dejo a pedernal. Ella vivía cerca de ahí.
“¡Alfombrarte con claveles la Gran Vía…!” Claveles y violetas y un enredo violento de cuplés y madrugadas en ventas de carretera, flamenco y la luna llena. “Luna, luna de España, cascabelera…”
Sara Montiel en los toros fumando un puro. “Fumando espero al hombre que yo quiero…”
¿Quién era el hombre que ella quiso en realidad? ¿Cuántos la quisieron? ¿Quién no la quiso?
Había algo detrás de sus ojos enormes, de su rostro hermosísimo que a lo mejor nadie supo lo que era.
Ya se dieron los datos, se enumeró la larga lista de películas que protagonizó, los discos que grabó, los romances que tuvo –o los que se cree que tuvo-; ya se recordaron sus desplantes y sus carcajadas que sonaban a sollozo.
Es la hora de recordar a Sara, Saritísima, Maria Antonia Abad en sus comienzos, delgada, con los ojos febriles, la sonrisa en la boca roja y no en los ojos y una cintura inverosímil.
Gary Cooper dijo en el rodaje de Veracruz que se ponía aceite en el pelo endrino. ¡Se iba a poner…!
Dicen que incluso Franco iba a los estrenos de sus películas. A la salida se agolpaba la gente y los guardias tenían que intervenir, casi como los legionarios de Millán Astray en la boda de Celia Gámez.
Dijeron de todo de María Antonia Abad, Sara, Saritísima, Sara de España, hermosa criatura.
“¡Sus ojos en mí, se fijaron con tal fuerza en el mirar…!”
- ¿Se fijaron en usted, sus ojos?
- ¡No, hombre, estaba recordando la letra de un cuplé!
Sara, Saritísima, María Antonia, Sara Montiel…
El último cuplé.

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 5 de abril de 2013

"¡Leed viejos libros...!"

Naturaleza muerta dieron en llamar a este hermoso cuadro que en realidad está lleno de vida, de vidas prietas entre las páginas de libros tan añosos que quizás ya sean antigüedades que ofrecerse  en subastas.
Su pátina les da encanto y llama a respeto, los ennoblece e intrigan las historias de los personajes que los pueblan, o de las que que escribieron sus autores.
El violín es un contrapunto perfecto. Las palabras bien puestas, unas tras otras, tienen música, suenan a una música que muy bien podría emanar de ese noble y romántico instrumento que tanto se luce en las grandes orquestas, en la música de cámara y en las manos expertas del solista.
¡Cuánta sabiduría puede haber sobre esa mesa de roble, llena de antiguos libros con mucha vida entre sus páginas abarquilladas color marfíl!
El violín, testigo mudo, acaso pudiera brindar una música un tanto enigmática pero amable, aún hoy, si manos de artista lo hicieran vibrar.
Recordemos la sentencia de Alfonso X el Sabio: “¡Tened viejos amigos, leed viejos libros, quemad viejos leños, bebed viejos vinos…!”.

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 3 de abril de 2013

Abril es el mes más cruel

Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, removiendo
turbias raíces con lluvia de primavera.
El verano nos sorprendió, llegando por encima
del Stanrbergersee
con un chaparrón; nos detuvimos en la columnata,
y seguimos a la luz del sol, hasta Hofgarten,
y tomamos café y hablamos un buen rato.
Bin gar keine Russin, stamm’aus Lituanen, echt deutsch.

(La tierra baldía, fragmento, T. S. Eliot)

No sólo abríl tiene mala fama para poetas como Eliot. Febrero, el inefable febrerico el loco también ha sido vapuleado por poetas y prosistas. Un refrán dice que Febrerillo el loco, con sus días veintiocho, sacó a su padre al sol y después lo apedreó.
Al igual que otro varios, fustiga este proverbio la versatilidad del mes de febrero, porque al buen tiempo intempestivo suceden a menudo las lluvias torrenciales y aun el granizo devastador.
Febreros y abriles, los más viles. Porque tanto las labores domésticas como las agrícolas se hacen más penosas por el frío. Por eso añaden otros refranes: Febrero, siete capas y un sombrero y, Frío de abríl, peor que el eneril.
Una parte de Argentina está arrasada por las lluvias torrenciales de abril. Casi siempre que llueve mucho se producen anegamientos, desastres, derrumbamientos y, lo que es peor, la furia de las aguas  embravecidas cobra vidas humanas.
Así viene ocurriendo desde hace muchos años, lo que el pueblo achaca a la desidia e inoperancia de las autoridades, que no toman medidas como, por citar una sola, la limpieza y el mantenimiento de la red de alcantarillado y demás desagües.
Algunos sacan a relucir aquí al respecto un refrán que consideran adecuado a las presentes circunstancias: Política y pancismo (1) todo es lo mismo.
Se condena así toda actividad política. Como dice un cantar zaragozano: “Estoy discurriendo el modo de vivir sin trabajar./ Lo mejor pa conseguillo / es que m´hagan concejal”.

(1) Doctrina de quienes se acomodan a lo que consideran menos arriesgado y más conveniente para su provecho.

© José Luis Alvarez Fermosel