¿Los varietales
–hechos de un solo tipo de uva- tan exportables, tan redituables? ¿El mítico, ya
más que emblemático Malbec, que está en todos los supermercados, vinerías,
vinotecas, restaurantes y bodegas privadas?
Es claro, no puede
desaprovecharse la inmensa cantidad de hectáreas que tiene Argentina para el
cultivo de la uva Malbec. Hay que elaborar el vino y sacarlo cuanto antes de
los tanques para venderlo “intra muros” y “extra muros” del país. La publicidad
abierta y encubierta que se hace del Malbec es colosal. Como que nos lo han
metido en el cerebro.
Hace algunos años, el
periodista especializado en gastronomía Dereck Foster, columnista de “The
Buenos Aires Herald”, dijo un día en una fiesta: “Se viene el Malbec, ¿no?”
Se vino el Malbec;
es más, se puso de moda y, por si fuera poco, a la moda le siguió
inmediatamente el “marketing”, lo cual subió las ventas a la estratosfera.
¿Estará la verdad en
el Malbec y otros muchos vinos que antes eran rojos y ahora son negros como la
tinta y dejan la copa manchada de violeta? ¿O en los que ciertos catadores
aseguran que tienen aroma de caléndula, resina, creosota, regaliz, anacardos, ipecacuana,
alcachofa quemada, cuero encerado…?
¿Estará la verdad en
los vinos cuyos precios oscilan en las cartas de los restaurantes entre los
1000 y los 5000 pesos la botella?
Los supermercados
–por lo menos los de barrio- no suelen vender vinos de más de 700 pesos la
botella. Un día me lo explicó una boliviana: “¡Nos daría vergüenza! Además,
¿quién compra vino a ese precio?”
Los vinos de la
bodega López fueron siempre muy buenos, al menos para mí. Desde el Chateau
Montchenot hasta el entrañable Vasco Viejo, que hasta que le cambien el color
seguirá siendo uno de los vinos baratos que conserven cierta dignidad. Se ve
mucho ahora, y no sólo en los bodegones.
Es el vino que más pide
la gente no perteneciente a la paquetería “cool” ni al tilingaje ilustrado y
que tiene la billetera más fláccida.
El
insigne músico cubano Ernesto Lecuona compuso uno de los más bellos cantos de
amor, Siboney, en recuerdo del indio
caribeño de ese nombre, el que inventó el fumar aspirando el humo del tabaco
encendido por dos horquillas de caña que se introducía en los orificios nasales:
el indio más antiguo, puesto que fue el que recibió a Colón.
Siboney es
la pieza de música cubana más tocada en todas partes, incluyendo el cine de
Fellini: ver y oir Amarcord. El
músico español Teté Montoliú interpretó en su piano una versión de Siboney que es una subversión por ser su
instrumento un piano de jazz, recordó el gran escritor cubano Guillermo Cabrera
Infante (Tres tristes tigres) en un
ensayo sobre Ernesto Lecuona publicado en Babelia,
el suplemento de cultura del diario El País de Madrid.
Considerado
como el más eximio cultor de la zarzuela cubana,Ernesto Lecuona fue también autor de canciones y danzas universalmente
difundidas y aplaudidas: como Damisela encantadora, Siempre tú en mi
corazón, María la O, Noche azul y Para Vigo me voy; en ésta últimaprevalece la alegría del emigrante gallego que retorna
a su patria chica, pidiéndole a su negra amante caribeña que le diga adiós;
ella vivirá desde entonces sin amor y con tristeza en el rudo maniguay.
El magnífico barítono dominicano Eduardo Brito
cambió manigüal por maniguay, y así quedó para siempre.
Fundador
de la Orquesta de La Habana. Lecuona daba conciertos de piano a los cinco años.
A partir de los 22 hizo presentaciones en Nueva York, España y Francia. Compuso
la Suite Española y Andalucía, a la que pertenecen las canciones Canto
Carabalí, La Comparsa y Malagueña.
Grace
Moore
Siboney fue el “trademark” de Ernesto Lecuona. Yo escuché la canción por
primera vez, de niño, en la hermosísima voz de Grace Moore –no era ella menos
hermosa-, en la película estadounidense “When you´re in love”, que
significa Cuando te enamoras. En
España se dio, muchos años después de estrenada en Hollywood, con el título de Romanza
de amor. Yo la ví en el cine Colón
de Madrid, por más señas, con mi amigo Diego Díaz Herrero. Los dos integrábamos
el equipo de boxeadores que comandaba Juanito Moreno en el gimnasio Juventud.
Grace
Moore fue la gran soprano de las comedias musicales de Broadway. Cantó en el
Metropolitan Opera House de Nueva York. Fue candidata al Oscar como mejor
actriz en 1934 por su trabajo en “One night of love”, Una noche de
amor en español.
Se
mató (como la actriz de su misma nacionalidad Carole Lombard) en un accidente
aéreo, al estrellarse en Copenhague, en 1947, el avión en el que volaba durante
una gira de conciertos por toda Europa. Dejó escrita una autobiografía: Sólo
se eshumano una vez (1944). Kathryn Grayson la personificó en el
film Esto es amor (1953.)
Eduardo
Brito también hizo una estupenda creación de Siboney.
La pareja es de una
distinción verdaderamente notable. Hacía tiempo que no se veía a nadie
parecido, en ningún sitio. Nada tan opuesto al esnobismo, la cursilería y el
tilingaje dominantes.
Los dos son muy
mayores. Ella viste un traje negro de corte impecable, con botones que parecen
hechos de tagua (1). Un reloj sencillo pero caro. Puede ser un Zenith. Unas
pulseras de plata muy originales.
El lleva una
chaqueta de género a cuadros Ghen Urquhart en tonos verdes y azules, tan
inglesa que podía haber sido comprada en Savile Row (2); la camisa es de un
delicado color verde agua y el pantalón más oscuro; desde donde estoy yo no
puedo ver los zapatos de ninguno de los dos, pero seguramente están acordes con
las respectivas “tenues”. Prendas caras, exclusivas, magníficamente llevadas.
Los dos fueron
rubios de jóvenes, se nota enseguida. Ella lleva ahora el pelo teñido del mismo
color, o parecido al de su juventud. El luce airosamente su pelo blanco,
todavía abundante, más bien corto. Los dos tienen los ojos muy claros.
Han pedido café. El
se lleva la taza a la boca con mucha lentitud. Ella está muy pendiente de él, de
todos los detalles.
¿Cuántos años
llevarán juntos? ¿Cuál será su nacionalidad? No hablan, así que no se sabe cuál
es su lengua materna. Tienen un aspecto más sajón que latino, pero eso no
quiere decir nada. Pueden ser argentinos. En Argentina hay gente distinguida.
No parecen turistas
–o en todo caso viajeros, que no es lo mismo-; se mueven al ralenti con la
soltura que tiene en todas partes la gente de mundo. Callados, integrados al
ambiente del pequeño café del centro de la ciudad, que vende alfajores en
bolsas amarillas.
Terminan sus cafés.
Paga ella. El está ensimismado, ausente. Se levanta con parsimonia y se dirige
hacia la salida. Se inclina ligeramente y deja que ella salga primero. Veo por
la ventana que él anda muy despacio. Quizás haya estado enfermo, o lo esté,
ojalá que no.
El café se queda sin
gracia, sin nadie con estilo. Las voces, el ruido. La gente compra alfajores en
el mostrador.
(1) Madera
procedente de árboles de ciertas selvas tropicales y en particular de Panamá.
Es tan dura y tan resistente que se utiliza, en vez del marfil, para hacer
piezas de ajedrez. Se usó también para confeccionar botones de trajes de alta
costura.
(2) Centro de la
moda masculina británica e internacional en Mayfair, Londres.
El hombre alto y robusto
–pesaría unos 100 kilos- dijo con un vozarrón tan áspero que hubiera podido
encenderse en él un fósforo:
-Y así es la
política, m’hijo.
El interlocutor del
hombre alto, bastante más joven, también alto pero menos metido en carnes, escuchaba
atentamente.
Ambos hombres salían
de una cafetería muy conocida que está casi enfrente de uno de los costados del
Parlamento.
Después de charlar
unos minutos se despidieron y cada uno se fue por su lado.
El joven entró en un
coche estacionado en las inmediaciones, lo puso en marcha y partió.
El hombre alto y
corpulento tiró calle adelante.
Tenía una cara grande, de rasgos regulares y mandíbula prominente. Llevaba un traje de
sarga azul, camisa a rayas, una corbata con cerditos color rosa apiñados,
zapatos negros.
Procuraba darle trapío
a sus andares y elasticidad a su cuello, como el marinero de segunda Gervasio
Lastra de la novela de Miguel Delibes.
Autoridad
El pelo
sospechosamente negro, las cejas canosas, los ojos pequeños, de mirada lerda y maliciosa,
grandes manos de boxeador de taberna, o de estrangulador de sueños, los pies
planos…
Se veía que era un
hombre autoritario, es decir, un ser que cuando tropieza con una dificultad, o
sucede algo inesperado, grita pidiendo el auxilio de alguien.
La tarde se había
encrespado. Una ráfaga de viento levantó papeles y otros residuos. Volaban las
palomas en bandada.
El hombretón caminaba
con el porte seguro y disciplinado de un líder político. Sus manos colgaban a
los costados, ligeramente contraídas, pero después las cruzaba tras la fornida
espalda con afectada compostura. Es la actitud de quien pasa revista a una
guardia de honor o afronta con dignidad una algarada bajo las ventanas de su
despacho.
Poder
Tenía poder,
influencia, dinero. No había más que verle. Se sentía diferente, superior,
mejor que nadie.
“Esa vieja costumbre
de ganar…”: eslógan de cronista de fútbol mediocre.
Nada pudo impedir
que una paloma le cagara encima. Una buena cagada que se depositó en un hombro,
extendiéndose a parte del cuello de la camisa.
El no se dio cuenta
y siguió caminando a buen paso las pocas cuadras que debían quedar para que
llegara a su destino.
Allá iba el preboste
con su aire triunfal y visibles algunos atributos de su poderío y su
importancia: ropas caras, reloj Rolex, un BlackBerry que le abultaba en un
bolsillo de la chaqueta…
Y la cagada de la paloma:
una plasta amarillenta como de huevo roto en el hombro del traje y parte del
cuello de la camisa.
Feliz día a todas
las abnegadas, sacrificadas, maravillosas y queridas madres, a quienes además
de la vida –como se dice siempre- les debemos tantas cosas que nunca podremos
retribuirles ni material ni espiritualmente. Homenajéenlas quienes tienen las
suerte de tenerlas aún. Quienes las perdimos seguimos amándolas en el recuerdo.
Esta felicitación es
aplicable también, como no podía ser de otra manera, a las madres adoptivas,
bien llamadas madres de crianza o madres del corazón y a las tantas veces mal
llamadas madrastras.
Esto de mandar al
prójimo cartas anónimas -para insultarle, naturalmente-, tiene su miga; en
realidad, quise decir su mala leche, y cuando dije cartas estaba pensando en
las de antes, en las que se escribían con pluma estilográfica y en papel, que
en el caso de algunas personas distinguidas era timbrado, es decir, que llevaba
impreso en el angulo superior izquierdo, un poco más abajo, el nombre y
apellidos del usuario, por lo general en letra inglesa. El papel y el sobre, ni
que decir tiene, eran de muy buena calidad.
Insultar
anónimamente al prójimo por correo electrónico no es común, porque el remitente
podría ser descubierto, lo cual le atemorizaría. Los que mandan anónimos son
siempre cobardes y procuran por todos los medios que no se los descubra, por si
hay hostias.
Todo esto para
terminar contando la anécdota de Bernard Shaw, que recibió un día una carta: un
papel escrito a mano, metido en un sobre y pegado a éste, sobre la dirección
del destinatario, uno o varios sellos de correos. Creo que ya hemos descrito
con lujo de detalles lo que en tiempos remotos se llamaba carta, epistola,
misiva o esquela.
La carta contenía
una sola palabra: “¡Imbécil!”. Nada más, ni encabezamiento, ni texto, ni mucho
menos firma, pues que era un anónimo.
El gran escritor
irlandés, uno de los dramaturgos más sobresalientes de su época, magnífico
ensayista, premio Nobel de literatura en 1925 y hombre ingenioso y con sentido
del humor, dijo al abrir el sobre y leer la única palabra que contenía la
supuesta misiva: “He recibido muchas
cartas sin firma, pero ésta es la primera vez que recibo una firma sin carta”.
Otra vez
“Casablanca” en las pantallas de cine. Un clásico que nunca dejará de serlo.
Veremos qué aceptación tiene entre los más jóvenes.
Pocas películas
fueron tan vistas y tan aclamadas desde su estreno en el teatro Hollywood de
Nueva York, el 16 de noviembre de 1942.
¿Por qué su encanto
perduró, resistiendo el paso de las décadas, hasta convertirse en mito?
No faltan las respuestas,
entre ellas la que se apoya en el carisma intemporal del filme, el guión, hecho
a saltos de cigarra pero que al final resultó, el estupendo reparto y el
mensaje cargado de emoción, capaz de conmover al público de cualquier época.
La vimos por primera
vez –de chicos- en el cine Cristal de Madrid, cerca de la glorieta de Cuatro
Caminos, muchos años después de su estreno. Y desde entonces no hemos dejado de
verla, pues se reestrena cada tanto. Además, la tenemos en DVD, naturalmente. La
veremos por enésima vez ahora, que acaban de reponerla.
Todos guardamos los
datos en nuestros archivos y nuestras memorias. Recordemos algunos, sin
embargo.
La película –ganadora
de tres Oscar- fue producida por la Warner Bros. Su productor ejecutivo fue
Hale Wallis, la dirigió Michel Curtiz, un húngaro emigrado que se llamaba en
realidad Mijail Kertes, el guión se debió a Julius J. y Phillip G. Epstein y
Howard Koch, la música a Max Steiner y la fotografía a Arthur Edeson. Dooley
Wilson cantaba “Según pasan los años”, esa inolvidable melodía que hoy parece
insustituible. El narrador fue Lou Marcello y la cinta, como se decía entonces,
dura 102 minutos.
El reparto merece
párrafo aparte. Los protagonistas fueron Ingrid Bergman, en el apogeo de su
primera etapa americana, después de sus triunfos en Europa, y Humphrey Bogart,
el duro “Bogey”, que sigue vivo, mas no como un frío ejercicio para memoriosos,
sino como la imagen obsesiva de la hombría, que no tiene, por cierto, una
repercusión pasajera.
Bogart no fue sólo
un astro, sino unhombre valiente, un
tipo singular que vivió y murió con arreglo a sus propios códigos. “Era un
héroe de Hemingway en carne viva”. La definición de Joe Hymas, uno de sus
mejores biógrafos, es exacta. “Bogey” conformó un modelo de hombre cuya
cualidad más definida fue tal vez la lucidez, sublimada hasta la amargura.
Volviendo al
“casting”, no podemos dejarnos en el tintero los nombres de Paul Henreid,
Claude Rains, Conrad Veidt, Peter Lorre y Sidney Greenstreet. Casi todos ellos
trabajaron después con Humphrey Bogart en otras películas que pasaron sin pena
ni gloria.
Nadie dice “Play it
again, Sam”
“Casablanca” es una
película demasiado mítica -pero a lo grande- como para añadirle pequeños mitos
de andar por casa, o topicazos. No se dice, nadie dice en ningún momento “Play
it again, Sam”, como se ha repetido recalcitrantemente.
Cuando Rick se
dirige al pianista (Dooley Wilson) para pedirle que interprete otra vez la
canción “As time goes bay”, le dice textualmente: “Play it!”, “¡Tócala!”. Y
añade: “La tocaste para ella, puedes tocarla para mí”.
No podía faltar la
anécdota, hablando de Bogart y de “Casablanca”. Hace muchos años, en un
almuerzo de periodistas largo y bien regado a alguien se le ocurrió fundar el
Club Amigos de Humphrey Bogart, un pretexto -¡cómo si lo necesitáramos!- para
reunirnos de vez en cuando a tomar unos whiskies y hablar de cine.
La idea prosperó
después de la comida, lo cual no suele ocurrir, y nos reunimos algunas veces más,
e incluso recaudamos entre todos un dinerín que le dimos a uno de los futuros
miembros del futuro club para que comprara, o alquilara viejas películas de
Bogart y alguna otra cosa. Desapareció con el dinero y no lo vimos más, ni a él
ni al dinero, claro. Así que el club se cerró antes de abrirse.
En fin, que me
parece que he escrito algo que todo el mundo sabe, porque todo el mundo vio “Casablanca”, así como todo el mundo iba al
“Café Americain” de Rick.
Quizás quede alguno de
los más jóvenes que no la haya visto aún y aproveche ahora que la dan de nuevo
para verla y para entender que, como dijo Jorge Auditore, lasalternativas de su filmación y el surgimiento
de la idea -¡ni qué hablar de la elección de los actores!-,constituyen, en sí mismas, una historia tan
fascinante como la de sus personajes: seres entrañables que se mueven entre el
amor y la lealtad.
Quizás Emmanuel
Chabrier sea más conocido por su rapsodia España,
todo brillo y vivacidad –que conduce directamente a Ravel- que por sus óperas y
su música para orquesta, piano y de cámara.
Escribió una serie
de canciones sobre animales: Las
cigarras, Balada de los perros gordos, Pastoral de los cerdos rosados y
Villanueva de los patitos. Todas influyeron en Ravel y Satie.
Es cierto que
admiraba a Wagner. Inspirado por el concepto del drama escénico del influyente músico
alemán, escribió su ópera Gwendoline. Pero aunque sufrió el peso del coloso de
Leipzig, evitó la influencia de la música germana e hizo suya la declaración de
Debussy: “Musicien français”.
Surgió como
compositor a finales de 1870. Si bien mostró siempre, no ya afición, sino
talento para la música, su padre se empeñó en que estudiara abogacía. Al fin lo
consiguió y Chabrier obtuvo su título de licenciado en Derecho en 1862.
Durante los 18 años
siguientes trabajó en el Ministerio del Interior, lo cual no le impidió vivir a
pleno el ambiente artístico y bohemio de París.
Amigo de Verlaine y
Manet
Fue amigo de
Verlaine y Manet. Compró cuadros a varios pintores impresionistas y reunió una
colección de obras de Monet, Fantin Latour, Renoir, Sisles y otros, rematada en
1896, dos años después de su muerte. ¡Qué fabulosa cantidad de dinero se habría
obtenido hoy con esa venta!
En 1877 se conoció
su opereta L’Etoile y en 1879 Une éducation manquée, de un acto. Ambas
obras tienen mucho que ver con la vena cómica de Offenbach.
En 1880 Chabrier
renunció al ministerio y se dedicó por entero a componer. Aparecieron en rápida
sucesión varias obras notables para piano, denominadas en su conjunto Dix pièces pittoresques, la rapsodia España, la ópera Gwendoline y la ópera cómica Le
roi malgré lui.
Al final de la
década sufrió un colapso mental y no pudo seguir componiendo. Murió en París en
1894.
Una de las novedades
que Chabrier incorporó a la música fue la idea de que el aprovechamiento de lo trivial
puede constituir un derecho. Ya en L’Etoile
se distancia del tipo de opereta de Offenbach para crear un refinamiento que
imprime a la obra algo del “music hall”, del mismo circo, con armonías en un
estilo de los “blues” que podría haber compuesto Gershwin.
El grupo de Los Seis
Hay algo en la
música de Chabrier que resiste el paso del tiempo y llega a Satie y el grupo de
músicos franceses de los años 20 conocido como Les Six. Chabrier, y no Satie es el padre espiritual de Los Seis.
Los Seis, que en realidad eran siete, fueron Georges Auric,
Louis Durey, Arthur Honegger, Darius Milhaud, Francis Poulenc, Germaine
Tailleferre única mujer del grupo-, Jean Cocteau –el único no músico, director-
y Erik Satie, que abandonó Los Seis
en 1918.
Le roi malgré lui y la rapsodia para orquesta España fueron las obras maestras de Chabrier, alegres, refinadas,
brillantes. Muchos compositores anteriores pudieron ser alegres y divertidos,
pero él fue el primero que elevó el concepto de diversión al nivel de estética.
Chabrier fue el
apóstol de la naturalidad, de lo breve y elegante trabajado con maestría de orfebre.
Iba yo de noche,
caminando por una calle del microcentro de Buenos Aires bastante solitaria –una
imprudencia, ya lo sé-. De pronto, creí escuchar un gemido.
Volvi la cabeza,
pero no había nadie detrás de mí. Como iba un poco meditabundo –lo cual no es
bueno para andar por las calles rotas de la capital del Plata-, salí de mi abstracción
y eché una mirada en derredor. Estaba casi solo. Una muchacha alta y rubia, con
el pelo muy largo, pasó como una centella por mi lado y se distanció de mí en
unos segundos. Un señor estacionaba un coche.
El gemido, seguido
de otros, se repitió y al mismo tiempo sentí algo así como una ligera vibración
bajo las plantas de los pies. Bajé la
cabeza y noté que una de las baldosas del pavimento –todas estaban rotas,
naturalmente- se movía. Me puse inmediatamente a cubierto, “cela va sans dire”,
apoyándome en un árbol y creí escuchar una conversación en voz muy baja, casi
inaudible.
Me agaché hasta el
suelo y descubrí, espeluznado, que las baldosas…¡estaban hablando! Y lo más
portentoso, ¡algunas lloraban!
-¡Vea, señor, qué mal
estamos! -dijo una, partida en cuatro.
Otra, descolorida y
cuarteada, sollozaba en silencio.
Un poco más allá,
otra elevó la voz para decir:
-Es una vergüenza
como están las calles de Buenos Aires, sobre todo en el centro y el
microcentro. No hay una de nosotros que esté sana, yo no sé como no se cae más
gente, al tropezar con lo que pueden considerarse como nuestros restos y se
rompe la crisma.
Las calles de Buenos
Aires, casi desde que se empedraron, se hallan en un estado desastroso.
Incomprensible
Muchos vecinos
arreglaron sus veredas por su cuenta. Pero es incomprensible que en tantos
años, con lo que se ha construído –ya se levantan pisos y restaurantes incluso
en las llamadas “villas de emergencias”- las autoridades edilicias no hayan
arreglado las aceras ni la calzada, ésta última llena de baches.
Aquí no se piensa
mucho en los turistas, que constituyen una considerable fuente de ingreso de
divisas. Si uno se cae y se rompe una pierna no va a volver. Y lo que es peor,
va a decir a los demás que no vengan.
Los españoles les
debemos mucho a los turistas, que no dejan de visitarnos en oleadas desde que
el país comenzó a recomponerse, despues de la guerra. Vaya uno a saber si
podrán salvarnos otra vez, con lo mal que nos han puesto ahora las cosas los
bancos, los magnates, los especuladores y el gobierno, que le saca los cuartos
a los trabajadores y no le pide ni un céntimo a los millonarios.
Acongojado, y
después de tratar de consolar a las pobres baldosas, me fui a mi casa, no sin
antes reconfortarme en un bar con un par de whiskies.
A la mañana
siguiente me pareció que mi diálogo con las pobres losas quebradas y sucias de
las calles había sido un sueño. ¡Hombre, las piedras no hablan!
Salí a la calle y,
efectivamente, las aceras y la calzada estaban en un estado calamitoso.
Se pasó recientemente por la televisión –no recuerdo el canal, ni hace al caso- una miniserie sobre la inolvidable novela “La isla del tesoro”, de Robert Louis Stevenson.
Uno de sus pocos méritos, en nuestra opinión, fue el seguimiento más o menos fiel de la línea argumental de la novela.
Se nos vendió en la publicidad inicial que Donald Sutherland iba a ser el protagonista, o a interpretar por lo menos un papel destacado en la miniserie y luego resultó que apareció apenas un minuto al final. “Donde no hay publicidad resplandece la verdad”, decía la revista de humor española “La Codorniz”, y esto lo recuerdo yo, que fui “copy writer”, o redactor publictario.
Como era de esperar después de haber visto la serie, releímos “La isla del tesoro”, una de las novelas de aventuras que más nos gustó en nuestra niñez y nuestra adolescencia.
Muchos pensarán: ¡Qué cosa…!, ¿no? ¡Releer “La isla del tesoro”!
Reconocemos que nunca pudimos pasar de las primeras páginas de “Finnegans wake”, de James Joyce y que el “Ulises” del mismo autor –que sí leímos, por fin-, no fue nunca uno de nuestros libros de cabecera.
Tampoco es que haya que leer sólo novelas de aventuras, o sólo novelas difíciles. Los clásicos son los clásicos. Clásico es Joyce y clásico es Julio Verne, cuya “Isla misteriosa” sigue interesándonos cada vez que nos adentramos de nuevo en sus enigmas. Es más, cada vez le descubrimos nuevos valores, no sólo literarios.
(Uno de los náufragos era periodista –un atractivo más para nosotros-: el corresponsal Gedeón Spilett, que combatía por el Norte, o la Unión, en la guerra estadounidense de Secesión (1861 -1865) y la cubría para el “New York Herald”, manejando tan bien el revólver como la pluma).
El género de aventuras
Tanto valen los géneros de aventuras, el policial o el de ciencia ficción como cualquier otro. Reflexiona sobre la llamada “novela negra” el pensador y polígrafo español Fernando Savater en su ensayo “Novela detectivesca y conciencia moral”:
“Una de las supersticiones literarias que más deploro de esta época no precisamente exenta de ellas es la de que la “novela negra” supone un avance a la par literario y ético-político sobre la narración clásica de detectives de estilo inglés”.
En el género de aventuras se destacaron Stevenson y Verne, así como otros muchos autores de todas las nacionalidades
Stevenson nació en la ciudad escocesa de Edimburgo y murió en Samoa, en la Polinesia, en 1894, a la temprana edad de 44 años, a causa de una tuberculosis que padeció desde niño. Los isleños le llamaban en su lengua “contador de historias”.
Quizás “El extraño caso del doctor Jeckyll y Mister Hide”, “Secuestrado” y “Flecha negra” hayan sido, junto con “La isla del tesoro”, las más afamadas obras de Stevenson.
Recordemos que publicó primero “La isla del tesoro” por entregas en la revista infantil inglesa “Young Falks”, entre 1881 y 1882, firmándola con el seudónimo de Capitán George North. Apareció como libro, cuando su autor tenía 30 años, en 1883.
Soñador de argumentos
Stevenson admitió siempre que los argumentos de muchos de sus relatos procedían de sus sueños. Incluso alegó que podía soñar a voluntad esos argumentos. Al principio de su carrera escribió un cuento acerca de la doble personalidad –una buena y otra mala- de un individuo con el título “El compañero de viaje”. El cuento fue rechazado sumariamente por uneditor para quien la idea era ingeniosa, pero el argumento resultaba muy flojo.
Frustrado por su incapacidad para mejorar el relato, Stevenson se fue a dormiry soñó lo que se transformó en “El extraño caso del doctor Jeckyll y mister Hide”, que trata sobre fenómenos de la personalidad escindida y puede ser leída como novela psicológica de horror.
Stevenson cultivó también el ensayo breve pero decisivo en lo que se refiere a la estructura de la moderna novela de peripecias.
Su popularidad se basó casi por entero en las emocionantes tramas de sus relatos fantásticos y de aventuras. Varias de sus obras siguen estando de actualidad y algunas fueron llevadas al cine en el siglo XX.
Fue uno de los 26 escritores más traducidos del mundo
El pintor estadounidense John Singer Sargent pintó tres retratos de Stevenson. El segundo de ellos, “Retrato de Robert Louis Stevenson y su esposa” (1885) -que ilustra estas líneas- es uno de los más conocidos. Fue vendido en 2004 por ocho millones de dólares a un casino de Las Vegas.
Cantor del coraje y la alegría, dejó una vasta obra llena de encanto, con títulos inolvidables.
Soy el Caballero Español, sí. De las ondas sonoras pasé a una web y de ella a este blog. Se lo debo a mi compañero y entrañable amigo José Luis Agromayor, quien me insistió una y otra vez para que abriera un blog y al final lo diseñó él mismo.
Nací en Madrid. Llevo aquí muchos años, así que soy “espartino”: una mezcla de español y argentino. Mis dos hijos, Juan Ignacio y María Soledad, son “argeñoles”, porque nacieron en Buenos Aires, tienen la nacionalidad española y viven en Madrid, donde ya no me queda más familia que ellos y mis primos Mary, Paco y Antonio.
Aquí tengo, desde hace más de un cuarto de siglo, a Maite, mi segunda mujer, que es también mi apoderada, productora, jefa de prensa, agente literario y fotógrafa.
Estudié diversas disciplinas –entre ellas Derecho y Filología Inglesa-, y desempeñé mil oficios en varias ciudades del mundo. Desde hace muchos años soy periodista por vocación, definición y una prolongada práctica.
Hice mi lema del dicho estadounidense: “Piedra que rueda no cría musgo”. Soy un poco catasalsas, también hombre de sociedad; suelo ocuparme de los ángulos de trastienda de los personajes y creo, con Baudelaire, que hay que respetar la sensibilidad de cada uno, porque ahí está su genio.
Gentes, viajes y culturas diferentes me habían marcado ya antes de venir a Buenos Aires, donde todo el mundo me recibió con los brazos abiertos y donde me tratan a cuerpo de rey.
Empecé a trabajar en Crónica, diario en el que tengo raíces profundas. Poco después me reengaché en la agencia EFE –delegación de Buenos Aires; en la central de Madrid hice mis primeras armas periodísticas-. Mi trabajo en EFE me deparó muchas satisfacciones. Conseguí algunas primicias y mis trabajos de investigación dieron la vuelta al mundo.
Al cabo, me pasé a la France Presse, agencia en la que trabajé varios años con el cargo de Pro Secretario de Redacción. Simultáneamente fui corresponsal en Buenos Aires de los diarios Pueblo y El País y de las revistas Lecturas y Actualidad Política Nacional y Extranjera de España.
Aquí integré las cúpulas de El Informador Público y el Expreso Diario. En este último diseñé, escribí y edité el suplemento Extravagario. Fui subdirector -a cargo de la dirección en los últimos años- del semanario hemisférico Tiempos del Mundo, que se publicó en 17 países latinoamericanos y tres ciudades de los Estados Unidos: Washington, Nueva York y Miami.
He escrito en varios medios gráficos europeos, latinoamericanos y en casi todos los diarios y revistas de Argentina.
En televisión trabajé en El color de la trama y Capricho Español, en el programa de Osvaldo Yankillevich Charlando con amigos. Me invitaron a casi todos los canales de aire y de cable de la capital y tuve el honor y el placer de ser entrevistado por Teté Coustarot, Mora Furtado, Cecilia Laratro, Julián Weich, Víctor Laplace, Orlando Barone, Martín Wullich, Antonio Carrizo, Gustavo Masutti Llach, Leni González, Jorge Jacobson, mi compatriota Vicente Romero y otros no menos conspicuos comunicadores. Mirtha Legrand me invitó a varios de sus almuerzos.
En 1998 protagonicé el cortometraje para video Madagascar, en versión libre inspirada en el cuento El viaje, del escritor y músico uruguayo Leo Maslíah. La periodista y cineasta Mara Sala escribió el guión y dirigió el corto.
En 2000 presenté un unipersonal, “Aventuras y Memorias”, en la sala “The Cavern Club” del Paseo La Plaza. Anteriormente participé en la charla-“show” “El sexo y otras perturbaciones”, de Rolando Hanglin.
Ultimamente desarrollo actividades como ensayista, narrador, columnista, traductor, prologuista y conferenciante.
He recibido premios y distinciones en varios países. Me limitaré a reseñar algunos. En España gané –junto con mi madre- la I y II edición del Certamen Literario y Artístico de Mieras (España), en la categoría relato. Mi madre fue galardonada por dos cuentos para niños. Fui finalista del premio para artículo Ramón Godó Lallana, que fue propietario del prestigioso diario La Vanguardia, de Barcelona. En Buenos Aires, el Taller Escuela Agencia de Periodismo (TEA) me distinguió por Trayectoria en Agencias Internacionales de Noticias con el galardón Al Maestro con Cariño, y la Asociación de la Prensa Española en Argentina (APEA) me otorgó el premio al Mérito en la Relación Hispano-Argentina y por Trayectoria en los Medios de Comunicación. He recibido plaquetas conmemorativas del VII Encuentro de la Federación de Sociedades Españolas (FSE) y de la cátedra España de la Universidad de Centros Empresariales (UCES).
Trabajé durante muchos años con Rolando Hanglin, primero en Radio Continental y después en Radio 10. Hanglin me puso el apelativo de Caballero Español, con el que me conoce todo el mundo, como compruebo con alegría y emoción cuando la gente me para en la calle y me pide autógrafos.
En España escribí varios libros, entre otros “002, el mundo al habla”, junto con mi colega y amigo Fernando Montejano. En Buenos Aires sólo publiqué uno: “¡A comer con gusto! con el Caballero Español”, sobre una de mis aficiones: la gastronomía. Tengo entre manos dos más pendientes de publicación.
Me gusta comer bien, beber bien, cocinar y las cosas hermosas de la vida: las mujeres, la lectura, la música, la pintura, el cine, el deporte -he practicado boxeo, atletismo y artes marciales- y, de la naturaleza, el mar, la nieve, los árboles y, en otro orden, el humor, la sencillez y los buenos modales, la justicia, la nobleza y el coraje.
Me encantan los animales, sobre todo los perros. He tenido muchos, y también un lobo. Nunca olvidaré a Kiruna ni a Slick. Ahora tengo a Dolce, a quien no le falta más que hablar.