jueves, 30 de junio de 2011

La elección es bien sencilla



miércoles, 29 de junio de 2011

La princesa encantada de los Andes

Alguien se refirió el otro día en una conversación a los viejos abrigos de pelo de camello, que eran un poco pesados, pero muy elegantes. En una época ya lejana se llevaron mucho. Eran caros, desde luego, pero duraban toda la vida y jamás pasaban de moda.
Mucho más ligeros eran los de lana de vicuña, pura o mezclada con Cashemer. Pero la caza de la vicuña para hacer abrigos, ponchos u otras prendas con su pelo se prohibió porque estuvo en proceso de extinción. Ahora, por fortuna, se han repoblado bastante.
La vicuña es un mamífero perteneciente a la familia de los camélidos que vive en el altiplano andino. La fibra de su lana es la más fina del mundo: mide 15 micrones de diámetro, de ahí que sea tan codiciada por la industria textil para la confección de hilaturas.
Los cuatro camélidos americanos son el guanaco, la llama, la vicuña y la alpaca; la lana de esta última es parecida a la de la vicuña y también da tejidos muy buenos.
Un dato curioso: al general Perón le gustaba mucho el estofado de guanaco (1).

Llamas y leyendas

La llama es un animal extraño y desconcertante. No tiene fuerza para el tiro. La leyenda afirma que es una princesa inca encantada. Tiene grandes, húmedos y dulces ojos de mujer. A las llamas femeninas se les ponen pendientes en las orejas agujereadas, adornadas con cintas de color rosa.
Agustín de Foxa recordó que su amor nefando produjo enfermedades abrasadoras, que no se mencionan en la Biblia, como castigo a los impuros.
En un estudio de un naturalista de Arequipa se revela que sus glóbulos rojos son elípticos, en vez de redondos.
Los indios del Cuzco aseguran que la llama que no tiene cría en el año muere irremisiblemente.
Una de las cosas más extraordinarias de este animal es que si se tiende una cuerda o un alambre a la altura de su cuello, se detiene, no retrocede, ni siquiera baja la cabeza para sortear el obstáculo. Permanece inmóvil, hierática, hasta que desaparece el estorbo
Las llamas no soportan más de cuarenta y cinco kilos de carga, y si se les añaden unos pocos se dan cuenta -con precisión de balanza-, escupen, se tiran al suelo y no se mueven de ahí.

La primera madre del universo

El conde de Keyserling cuenta que encontró en el altiplano un rebaño de llamas que (…) recorría la comarca, los indios vendían su estiércol a los hombres ateridos, y vi a la llama conductora, un corpulento animal que llevaba suspendida al cuello una cajita para el dinero, y custodiaba el importe de la venta.
Foxá destaca en un relato de su viaje al Alto Perú cómo le impresionó ver una llama desafiante, erguido el cuello y fruncidos los labios para escupir, y le evocó la visión de la primera madre del universo.
Quizás la llama guarda el recuerdo de sus congéneres sacrificados por el inca en Kenko. Su sangre corría por las anfractuosidades de las rocas, y según el curso que seguía al deslizarse por los surcos el año sería favorable o infausto.
Los Andes mudos, imponentes, un poco siniestros, como todas las grandes montañas. Y la quena.
La quena se hacía antes con una tibia de muerto con la que se golpeaba rítmicamente una vasija de barro por dentro. En la soledad atroz de la puna su sonido, infinitamente melancólico, producía el suicidio por tristeza.

(1) Libro “¡A comer con gusto! con el Caballero Español”

© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 27 de junio de 2011

Más sobre el libro electrónico

Otro aporte, con gran cantidad de datos técnicos, acerca del libro electrónico, que muy pronto reemplazará al viejo libro clásico de tapa dura, o blanda, de hojas de papel, grande, regular, de bolsillo, que se guarda en bibliotecas, y algunos en la mesilla de noche.
Recogemos un trabajo muy bueno de Soledad Vallejos, publicado en el diario argentino Página 12. Nuestra colega ha hecho una investigación exhaustiva.
Uno da su opinión acerca del libro electrónico en una nota relacionada, a la que va adjunta otra del escritor y académico español Arturo Pérez-Reverte, autor de la saga del Capitán Alatriste, llevada exitosamente al cine.
Pérez-Reverte fue durante muchos años reportero de guerra.

© J. L. A. F.

Notas relacionadas:
El gran salto

Del autor:
El perro diabólico

domingo, 26 de junio de 2011

La eterna cuestión

Otra opinión –nunca bastarán- sobre literatura y periodismo. ¿Los periodistas son escritores? ¿Los escritores pueden ser periodistas, o lo son, de hecho, por ser escritores y poder escribir hasta en los periódicos?
Ninguna voz al respecto, quizás, más autorizada que la de nuestro recordado Paco Umbral, de quien podría decirse que fue tan buen periodista como buen escritor, suponiendo que las dos cosas sean distintas.

Nota relacionada:
Periodismo y literatura

La docena del fraile

Pues buena es la docena del fraile, que tiene 13 huevos.
Este refrán se usa para señalar todo aquello que no es perfecto, o para ser más precisos, lo que es malo o está mal, significa un abuso o deja algo que desear.
Un fraile de la orden de los Mendicantes entró un día en una huevería de un pueblo de España y pidió una docena de huevos; pero lo hizo a su aire, o sea, media docena (seis) para el prior, un tercio de docena (cuatro) para el encargado del refectorio y un cuarto de docena (tres) para él. Total: trece.
Los ingleses tienen su “baker’s dozen”, la docena del panadero o la “devil’s dozen”, la docena del diablo.
El actor, bailarín y cantante norteamericano Clifton Webb protagonizó en 1950 la película Trece por docena, que no tenía nada que ver con docenas de trece huevos .

Los bigardos
En España hubo siglos ha frailes y monjes muy dados a los placeres del mundo y de la carne.
Había unos, gordos, jocundos, de lustrosos mofletes, comilones y bebedores a los que se llamaba bigardos
Los bigardos fueron monjes herejes de la orden de San Francisco, es decir, franciscanos. A su cabeza estuvo un tal Pedro Juan, que parece ser que se las traía.
Esta orden bigarda se extendió a Francia, aposentándose entre Toulouse y Narbonne.
Vivían con mucha más libertad de lo que era común en esos tiempos. Y comían y bebían… ¡liberalmente!, de modo que estaban todos tan rollizos, lucidos y sonrosados que daba gusto verlos.
De las historias que se contaban sobre estos bigardos se surtió Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita, destacada figura literaria de la poesía castellana, para escribir la obra más importante de su época (siglo XIV), El libro del Buen Amor.
Ni aire colado ni fraile colorado

Otro refrán sostiene Líbreme Dios del aire colado y del fraile colorado.
El fraile colorado es el clásico zampabollos, más afecto a la mesa que a la misa, enredador y bailón.
En San Sebastián, capital de la provincia vasca de Guipúzcoa, es muy conocida la historia de dos de esos frailes que iban discutiendo por un camino vecinal y se toparon con un molinero al que preguntaron:
- ¿Cuánto tardaría una piedra tirada desde la luna en llegar a la tierra?
- Una piedra, no sé; pero si a las once y media se lanzase a un fraile de la luna a la tierra, a las doce ya estaría sentado a la mesa, poniéndose la servilleta
–contestó el interpelado-.
Recuérdese aquel artículo magistral, como todos los suyos, de Mariano José de Larra: Nadie pase sin hablar al portero o los viajeros de Vitoria.Unos sanos y bien portados frailes ofician de aduaneros por su cuenta y riesgo y detienen en Vitoria, capital de Alava, otra de las tres provincias vascongadas, un carruaje que viene de Francia con dos viajeros, uno español y el otro francés.
-¡Ah!, una partida de relojes; a ver… London… ése será el nombre del fabricante. ¿Qué es esto? –barbota uno de los frailes.
-Relojes para un amigo relojero que tengo en Madrid.
-¡De comiso!
–dijo el padre, y al decir de comiso, cada circunstante cogió un reloj, y metióselo en la faltriquera. Es fama que hubo alguno que adelantó la hora del suyo para que llegara más pronto la del refectorio.
Oh, frailes, oh, costumbres…

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 25 de junio de 2011

Dos historias de gallos

Los gallos están presentes en la historia, la religión y la mitología, desde el gallo bíblico que no cantó tres veces antes de que Pedro negara a Cristo hasta el que siempre se puso a los pies de Clío, la musa de la historia, en láminas e ilustraciones de libros y enciclopedias.
Un gallo cantor, como todos los gallos, es noticia de última hora en Bariloche. Desplazó en actualidad a las cenizas del volcán chileno Puyehue que cubren esa ciudad del sur argentino y su hermoso lago Nahuel Huapi, el mayor de Argentina.
Vecinos de la céntrica calle Mitre, donde resuena el canto matinal del gallo, se quejan de que los despierta a las cinco de la mañana, y no pueden volver a dormirse.
Los habitantes de las casas de la calle Mitre protestaron ante el Concejo Deliberante. La concejala Laura Alves les informó, después de una reunión plenaria de la Comisión Legislativa, que ese honorable cuerpo trasladó lo que ya es un conflicto a la Defensoría del Pueblo.
Ese organismo estudiará un “paper” de los vecinos de la calle Mitre que exige la modificación de una ordenanza, según la cual se permite tener, fuera del corral, aves de corral.
Otra autoridad del Concejo, Vicente Mazzaglia, propone una mediación, antes de que la cosa pase a mayores.
El dueño del gallo asegura, y tiene razón, que no hay gallo que no cante. Gallo que no canta, algo tiene en la garganta.
El gallo es un símbolo universal del sol naciente.
El gallo de Bariloche… La densa lluvia gris de las cenizas del volcán chileno Puyehue sigue cayendo sobre la bella ciudad turística y una gran parte del sur de Argentina, declarada ya zona de catástrofe.

El gallo de los Coolidge

Hay una historia de gallos que protagonizaron Calvin Coolidge (1872–1933) y su esposa. Coolidge fue el único presidente norteamericano que nació un 4 de julio, fecha de la Independencia, casualidad que jamás aprovechó para que su cumpleaños se relacionara con una fecha patria.
G. Bernant incluye la historia en una antología titulada Investigación psicológica: la tempestad interna. El escritor uruguayo Homero Alsina Thevenet la tradujo y la publicó en el primer tomo de su interesante y amena Enciclopedia de datos inútiles.
El señor y la señora Coolidge visitaban una vez una granja del gobierno.
Iba cada uno por su lado, en grupos diferentes. Cuando la señora Coolidge pasó frente a los gallineros, se atrevió a preguntar al encargado si el gallo copulaba más de una vez al día.
- ¡Docenas de veces, señora! –fue la respuesta-.
- Por favor, informe al Presidente al respecto –pidió la señora Coolidge-.
Cuando el mandatario pasó a su vez por el gallinero le dieron la información.
El asintió calmosamente y preguntó:
- ¿El gallo cubre siempre a la misma gallina?
- ¡Oh, no, señor Presidente, a muchas gallinas!
–le respondieron-.
El Presidente encomendó:
- Díganle eso a la señora Coolidge.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 23 de junio de 2011

Besos

¡Ah, si nos besáramos más, qué bien andaríamos todos! Con menos estrés, con más alegría, sin problemas de baja presión.
Hace muchos años la gente, quiero decir los hombres y las mujeres no se besaban así, a pública subasta, como quien dice.
Luego, de pronto, surgió una corriente con características aluvionales de personas de toda edad, sexo y condición dándose besos de tornillo por doquier.
Después hubo un bajón y en estos días se retoma la costumbre. Vuelven a surgir los besos. Y salen, por así decirlo, en los medios; y, naturalmente… ¡en Internet!
Aprovechemos este “revival” de los besos en plazas, calles, jardines, bulevares e incluso manifestaciones. (Ver notas relacionadas)
Y recordemos que, como dijo Roberto Galán, ¡hay que besarse más!

© J. L. A. F.

Notas relacionadas:
Los besos que conmovieron al mundo

Del autor:
Besos y glóbulos

lunes, 20 de junio de 2011

El extraño caso de los relojes de Sicilia

Los italianos no tienen, como los ingleses, fama de puntuales.
Hace mucho tiempo que no voy a Italia, por desgracia, y por tanto no sé cómo están ahora allí las cosas en cuestión de puntualidad. Pero no deben andar muy bien, por lo menos en Sicilia, porque los relojes (¡oh, el inefable sur de Italia…!) se han puesto a adelantar allí como locos, cual si quisieran tomar una iniciativa conducente a que los usuarios de esos aparatos destinados a medir el tiempo, algunos tan decorativos, no lleguen tarde adonde tienen que llegar a tiempo.
Naturalmente, los técnicos ya empezaron a buscarle una causa racional y entendible a este simpático fenómeno. Todo se explicará enseguida, nada de misterios.
Mientras tanto, algunos le echan la culpa al volcán Etna, que de vez en cuando entra en erupción. Ahora está activo.
Antes de que todo se aclare por lógica, uno se hace la ilusión de que este acuerdo general de todos los relojes sicilianos de adelantarse un cuarto de hora, ni un minuto más ni un minuto menos, obedece a algo que no puede explicarse racionalmente.
Soñemos con que esos relojes, en vez de ablandarse como los de Dalí, tomaron conciencia de que tienen que ampliar su función específica para bien de sus poseedores.
Mientras los relojes de la hermosa isla de Sicilia vuelvan a la normalidad, evoquemos tiempos lejanos de complicadas máquinas de medir el tiempo encerradas en fanales dieciochescos, o con autómatas, clepsidras, relojes de sol y el son broncíneo y solemne de los carillones de las catedrales.
Si esto sigue así, sugiero que se adelante en el pentagrama La danza de Las Horas (ver link a video) de la ópera La Gioconda, de Amilcare Poncielli, que ya es bastante rápida. Que la música tome el partido de los relojes de Sicilia y los anime a que sigan en sus trece.
Todo con tal de que los sicilianos no se atrasen.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
El misterio de los relojes que se adelantan solos

Del autor:
Las once, las doce…
La impuntualidad, la descortesía de todos

Link a vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=1F9SRw-DpNI

sábado, 18 de junio de 2011

Ver, venir, dejarse ir...

Ver, venir, dejarse ir y tenerse allí. Regla de conducta en la vida procedente de Andalucía, en el sur de España.
Se trata de las tres primeras normas elementales de la llamada gramática parda o sabiduría popular, que también se denomina “calle”, o “tener calle”.
En Galicia, en el noroeste de la Península, este saber del pueblo se relaciona con una ironía un tanto gruesa que se conoce como retranca, y es muy útil para conducirse en la vida y salir airoso, si no con ventaja, de situaciones comprometidas.
La escritora Cecilia Böl de Faber, más conocida por su seudónimo de Fernán Caballero, reivindicó esas aptitudes.
Nacida en Suiza, de ascendencia alemana, vivió una buena parte de su vida en España, a pesar de lo cual no logró nunca dominar el español.
Su existencia fue compleja y azarosa. Hay pruebas de que supo defenderse en la vida. Ver, venir, dejarse ir…
Se casó con un capitán de infantería con el que se fue a Puerto Rico. El militar murió. Ella viajó primero a España, después a Alemania y por último otra vez a España, donde se quedaría, se casaría con un marqués y enviudaría de nuevo.
Se volvió a casar, esta vez con un hombre mucho más joven que ella que le sacó el dinero que había heredado del marqués y se fue a Manila.
Tras una seguidilla de enfermedades y malos negocios, el hombre se suicidió.
Después de haber vivido fastuosamente en varios países -entre ellos España y Francia-, viuda por tercera vez, sin un duro, Cecilia recabó y obtuvo la ayuda de los duques de Montpensier primero y de la reina Isabel II después.
Escribió una veintena de libros entre novelas, cuentos y algún poemilla, todo en francés y alemán. Hubo que traducirlo al español. Todo muy flojo.
Se la consideró como la introductora de la novela realista en España. En fin…
Su obra más conocida quizás sea La Gaviota, que algunos calificaron de “pastiche”.

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 16 de junio de 2011

La lluvia de los poetas

Los escritores se ocuparon desde tiempo inmemorial de fenómenos atmosféricos como tormentas, huracanes, nevadas y, por encima de todo, la lluvia.
Recordemos La tempestad, de William Shakespeare, y acerca de truenos en particular El trueno entre las hojas, del paraguayo Augusto Roa Bastos y el personaje Capitán Trueno, del español Víctor Mora y el filipino de lengua española Miguel Zaragoza.
En lo que se refiere a la lluvia tenemos al colombiano Gabriel García Márquez con su Isabel viendo llover en Macondo, el mexicano Víctor Villaseñor con Lluvia de oro y el inglés Somerset Maughan con Lluvia a secas, valga el contrasentido, pues ya sabemos que no hay nada más húmedo que la lluvia.
La lluvia transportó a varios autores al embeleso: el chileno Pablo de Rokha (Carlos Díaz Loyola) habla en su poema La idolatrada de los naranjos melancólicos y las tejas lluviosas.
Escampa y los escritores se vuelven de secano, pero llueve otra vez e inmediatamente vuelven a aparecer poemas, artículos, novelas, cuentos y aun dichos sobre el tema
Los españoles no se quedan atrás. Acordémonos de Mazurca para dos muertos, de Camilo José Cela: Llueve mansamente y sin parar… Ramón Gómez de la Serna dice en una de sus greguerías: La lluvia acaba por olvido, pero a veces vuelve a acordarse y vuelve a llover, y aquello otro de Francisco Umbral: La lluvia preotoñal era un traje para la desnudez de nuestro encuentro.

La lluvia en el jardín

Es que la lluvia, la verdad, es preciosa. Para ver cómo cae, oblicua y firme sobre el jardín, tendiendo una cortina sobre árboles y plantas, y uno la ve con la cara contra los vidrios de una ventana, en una habitación caldeada con sillones cómodos, muchos libros, algunos cuadros de firma y uno tiene una copa de brandy añejo, caldeada, entre las manos y se dispone a tomar un cigarro puro de una caja de Montecristos del número cuatro que está en un escritorio inglés.
Ella se ha quedado dormida, desmadejada en un diván tapizado de rojo, con un ejemplar de bolsillo de “La huída”, de Adam Thirlwell abierto sobre el pecho y un brazo colgando cuya mano roza la alfombra.
La música de Delius, de una ideal melancolía.
¡Ah, la lluvia, qué poética, qué inspiradora es si se contempla de semejante modo, por poner un solo ejemplo! No es extraño, pues, que los artistas, y entre ellos los poetas la sientan desde el éxtasis terrenal de sus almas.

Un anticipo del frío del invierno

Pero ya quisiera yo ver a esos creadores a las siete y media de la mañana de un lunes, bajo esa lluvia especial que se anticipa al verdadero frío del invierno, y que tiene la propiedad de colarse por el cuello del impermeable y recorrerte la espalda, haciéndote estremecer; esa lluvia sucia y triste, pintipirada para los resfríos de nariz: lluvia que te impulsa a quedarte en tu casa –cosa que no puedes hacer- y convierte a la gente en fantasmas que acechan tras las vidrieras.
Te salpica el agua sucia que lanzan los coches a las aceras. Los trolebuses no paran porque van llenos hasta el tope y ya no cabe más gente. Lo mismo pasa en el metro, que va abarrotado. Los taxis, los pocos que se ven ibres, no paran, o varios de ellos, al menos, no se sabe por qué. Lo único que hace falta es un poco de viento, para que te dé vuelta el paraguas.
La lluvia es bienvenida en verano, en el campo, sobre todo después de una prolongada sequía. Antes de llover sopla un vientecillo agradable. El cielo se agita a baja altura, como a orillas del mar cuando se avecina una tormenta. Huele a tierra mojada, uno de los mejores aromas del mundo.
Aquella tarde iba a llover… Unas niñas cantaban en la Plaza de Isabel II, cerca del Teatro Real, con la Sierra de Guadarrama como telón de fondo.

¡Qué llueva, que llueva,
la Virgen de la Cueva;
los pajaritos cantan,
las nubes se levantan…!

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
Lluvia (II)

miércoles, 15 de junio de 2011

Anillos

Sortija es una voz latina relacionada con la palabra suerte, de la que deriva.
De acuerdo con la mitología romana la sortija, o el anillo fue inventado por Júpiter, padre de todos los dioses, pero no para honrar, u ornar a los mortales, sino para castigarlos.
Con un anillo de hierro encadenó Júpiter a Prometeo a una roca del Cáucaso por haber robado el fuego sagrado.
En el año 264 antes de Cristo se libraron las guerras púnicas entre las dos principales potencias mediterráneas de la época: Roma y Cartago. En la batalla de Cannas, en la segunda de las tres guerras, el general cartaginés Aníbal, que batió al procónsul romano Terencio Varrón, se llevó como parte del botín tres ánforas, con capacidad de 15 litros cada uno, llenas de sortijas de oro.
En el mundo grecolatino se grababan las iniciales en los anillos, que se convertían así en el sello familiar.

La magia de las sortijas

Con el correr de los tiempos proliferaron leyendas sobre anillos mágicos, casi todas pertenecientes a las mitologías de diversos países.
Odin, dios nórdico de la guerra, robó a Alberich el anillo de los nibelungos -enanos legendarios dueños de inmensas riquezas-, se explica en una página de la mitología germana centrada en la lucha por la posesión del oro que da poder y dominio.
Wagner se basó en esa leyenda para componer cuatro óperas épicas en el transcurso de 26 años, entre 1848 y 1874: El oro del Rhin, La Walkiria, Sigfrido y El ocaso de los dioses.
La sortija que robó Giges tornaba invisible a quien la portaba y él usó su poder para hacer el mal. Giges aparece en la República de Platón.

El señor de los anillos

El señor de los anillos es una novela de fantasía épica del filólogo y escritor inglés J. R. R. Tolkien que dio lugar a tres películas de aventuras fantásticas: El señor de los anillos: La comunidad del anillo (2001), El señor de los anillos: Las dos torres (2002) y El señor de los anillos: El retorno del rey (2003).
La saga constituyó uno de los más ambiciosos proyectos cinematográficos jamás acometidos. Dio una ganancia de casi 3.000 millones de dólares.

Las sortijas como joyas

Las sortijas, o anillos tienen también su valor en la realidad, un valor más tangible y más alto, en lo que a lo material se refiere. Tanto más elevado cuanto más rara y más valiosa sea la joya que esté engastada en ellos.
Un anillo con un diamante, sólo con uno, es un solitario. Si tiene tres piedras –que suelen ser un brillante, un rubí y un zafiro- se le denomina tresillo.
Si decidimos regalar a una señora, o a la nuestra, un aderezo –de la gema que sea- tendremos que considerar que al anillo tendrán que acompañar una pulsera, un par de pendientes, un collar y un broche que llevar prendido en el escote o en la solapa del traje sastre.
Yo recuerdo unos anillos, los más ingenuos del mundo, que hacían felices por unos minutos a mis hijos cuando eran niños. Eran los que ganaban en las calesitas, o los tíovivos, como los llamamos en España, y permitían dar una vuelta gratis.
Con la alegría de haber conseguido algo por ellos mismos gracias a su destreza, o a la simpatía que inspiraban al cuidador, que se dejaba arrebatar el anillo y les autorizaba a hacer una nueva cabalgada en un Pegaso azul de cartón piedra, o un viaje en un tílburi de mentirijillas pintado de escarlata.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:
“Blues” de la calesita

domingo, 12 de junio de 2011

A un valentón metido a pordiosero

Un valentón de espátula y gregüesco,
que a la muerte mil vidas sacrifica,
cansado del oficio de la pica,
mas no del ejercicio picaresco,
retorciendo el mostacho soldadesco,
por ver que ya su bolsa le repica,
a un corrillo llegó de gente rica,
y en el nombre de Dios pidió refresco.
"Den voacedes, por Dios, a mi pobreza
-les dice-; donde no; por ocho santos
que haré lo que hacer suelo sin tardanza!"
Mas uno, que a sacar la espada empieza,
"¿Con quién habla?- le dice al tiracantos-,
¡cuerpo de Dios con él y su crianza!
Si limosna no alcanza,
¿qué es lo que suele hacer en tal querella?"
Respondió el bravonel:
"¡Irme sin ella!"

© Miguel de Cervantes


sábado, 11 de junio de 2011

Terapia



viernes, 10 de junio de 2011

La vieja confitería clásica

La vieja confitería (1) clásica sigue en pie, con su fachada de piedra oscura y sus flores de lis, llevando como puede sus muchos años de vida y de historia. Ahora muestra una actualidad rancia de café quemado y verdín.
Ofrece un salón de fiestas, pero nada invita al festejo en su interior desolado y amarillento, con su gastada “boisserie” y sus pesados espejos mancillados por varias generaciones de moscas.
Los globos de las lámparas que cuelgan del techo artesonado dan una luz baja y agria que no deja ver los rincones, en los que posiblemente animan trasgos melancólicos que salen a la medianoche.
Dicen que también hay fantasmas en la vieja confitería clásica, que se confunden ciertas noches con unos pocos parroquianos que van de vez en vez. Los camareros pasan entre ellos y reparten pasteles grises que algunos dicen que son de cartón piedra.

Nobles caballeros gastaban fortunas en champán

La vieja confitería clásica fue otrora lujosa y rutilante, y a ella iban señoras elegantes y nobles caballeros que gastaban fortunas en champán.
Ahora sirven refrescos de cola que se guardan en una gran heladera que hay al fondo.
Por la tarde, turistas japoneses aprenden a bailar el tango.
La abuela de un conocido truchimán de la City me dijo que pocos lugares podían comparárseles en esplendor y que por las noches tenía relumbrón de cabaré.
Sus puertas siguen abiertas en la esquina tanguera. Lugar entrañable que hizo historia. Se quedó como un hito, como un jalón oxidado de la vida que pasó. Distinguidas señoras venidas a menos van alguna tarde a tomar el té.
En una vidriera han puesto una pareja de cera vestida de no se sabe qué. Al lado, un cartel anuncia zapatos de tango.
Los mediodías dan de comer. Ayer, un muchacho con la novia miraba a la entrada el menú del día en un facistol.
¡Mira, hay lentejas!

(1) En Argentina, mezcla de cafetería, salón de té y “snack bar”

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 8 de junio de 2011

Breve historia de Rodolfo, venado familiar

Rodolfo, también llamado Renato y, por al­gunos muy íntimos Pablito; mi tierno, mi entrañable, mi amantísimo venado familiar, tenía siete años -y siete cuernos sobre el esternón del asta como siete dulces ramitas de almendro- cuando murió, aquella mañana de mayo, ahora hace ya dieciséis años, de un golpe de postas so­bre su romántico corazón de poeta ido, aquel co­razón que le asomaba al núbil mirar como una leve sensación de vergüenza, como un indisimulado azoramiento de amor, con un rubor cons­tante.
Sobre la chimenea de mi casa, Rodolfo, con sus ojazos de recién casada, duerme el nirvana de los venados justos, con la cuerna florida de pajaritos, el hocico sonriente y negro y todo el ademán -entre despreciativo, cínico y suplican­te- de un héroe de Barbey o de Musset.
Se me llenan los ojos de lágrimas al acariciar el cuello de Rodolfo, que asoma de la pared por encima de la pirata Bounty, la fragata matri­culada en el campo de Avila, y en cuya popa se lee la cifra del armador: J. Fernández Cebreros. 1949.
De la cuerna florida de Rodolfo, que fue un cornudo guapo, sentimental y pagano, como los diosecillos menores del mar Egeo, miran al estrecho universo los siete pájaros de ¡as dos ra­mas, la de aquí y la de allá; los catorce latidos multicolores del cielo azul, la pajarería que no quiso dejarlo y fue a posar, como en un recón­dito bosquecillo, en los árboles que echaron raíces en los sesos de Rodolfo de !a Salmoinissade, el venado gabacho, mi amoroso venado familiar.
Y la oropéndola, y la filomela, y el talín, y el verdezuelo, y el pintadillo, y la cardelina, y la calandria, y el pinzón real, y el pizpitillo, y la totovía, y el mirlo, y el zorzal, y el petirrojo, y el tentenlaire, y el colibrí, y el reyezuelo, y el cla­rín de la selva, y el pájaro carpintero, duermen al tiempo de Rodolfo -¡más pajaricos que cuer­nos!-, ayunan mientras Rodolfo ayunan y están dispuestos a levantar el vuelo -ellos con sus tripas de serrín- cuando Rodolfo quiera echar a andar, el día menos pensado.
Son las avecillas de la Congregación de Her­manos Pájaros de la Buena Muerte, aquellas ave­cicas que el poeta San Juán de la Cruz compa­rara con la ocasión -que quien la pierde, como quien soltó el pájaro de la mano, jamás la vol­verá a cobrar- que acompañan en su sacrificio a Rodolfo, aun después de tener sordo el cora­zón, como el llanto de las praderas verdes que Rodolfo trotó, y el rumor de la clara fuente en que Rodolfo bebió, y la sombra de la aromática madreselva a cuyo amparo Rodolfo durmió la siesta cualquier tarde, como en un poema de Debussy.
Quisiera conocer la verdadera historia de Ro­dolfo y sus amores, para poder escribir un lar­go y apasionado libro de nombre confuso que se subtitulase algo así como Suave rumor de una adolescencia atormentada y que llevase en cada capítulo unas citas con pensamientos de Goethe y de Lamartine.
A mis hijos, cuando llegasen a la edad de en­tender historias de amores desgraciados, les con­taría, poniéndome muy serio, la fábula de Ro­dolfo de Salmoinissade, mi venado, la criatura que murió una mañana de primavera, cuando to­dos los pájaros se convirtieron en hienas en la pelea por su acompañamiento.
Porque nada vacía más mi corazón de esas compasiones inútiles que, aun sin querer, lo ador­nan todavía, que el sentirlo latir al lado de Ro­dolfo, que es como un dios en el museo, o un bosque de poesía, o un cepo para todos los pája­ros bienintencionados.
Cuando la noche se viste con sus estrellas más escandalosas y, en la noche, aun las palabras más tiernas se pronuncian tan bajo que ya nadie ni las oye, Rodolfo, apartándose de mi pared, se divierte paseando por mi casa, como un alma en pena, con las pezuñas del espíritu cubiertas con los algodones del silencio.
La otra noche, que me levanté a beber un vaso de agua, sorprendí a Rodolfo en mi biblioteca leyendo La vida retirada, de Fray Luis de León. Tuve que reprenderlo, volviendo un poco la ca­beza por mor de una lágrima que no avisó.
- ¡Pero, hombre, Rodolfo, qué horas son és­tas de estar despierto!

© Camilo José Cela
(Del libro: “Cajón de sastre”)

lunes, 6 de junio de 2011

El misterio es cuestión de gases

Para el diario La Voz del Interior de la provincia argentina de Córdoba, “(…) el misterio del Triángulo de las Bermudas es una cuestión de gases”
Ya nadie habla del Triángulo de las Bermudas. Hace mucho tiempo que no es noticia, de lo cual hay que alegrarse, porque cada vez que lo fue se trató de una tragedia..
Parece ser –no aseguremos nada todavía…- que el enigmático triángulo se ha llamado a capítulo y la desaparición de barcos y aviones en esa zona –cuya localización se da en la nota relacionada-, se debió a causas fortuitas que nada tuvieron que ver con enigmas tales como operaciones de extraterrestres, liberación de poderosa energía oculta y otras actividades más o menos encubiertas o misteriosas, si no esotéricas.
Nosotros habíamos hablado ya en 2009 de esto en nuestro blog, después de encontrar en Madrid el libro del gran “debunker” estadounidense Lawrence Larry Kuscher, que asevera categóricamente que el misterio del Triángulo de las Bermudas no es misterio ni es nada. Lo leimos enseguida e informamos al respecto a Radio Continental de Buenos Aires, para la que trabajábamos entonces.
Muchos años antes, Alejandro Vignati, gran amigo, investigador de fenómenos paranormales, había publicado “El triángulo mortal de las Bermudas”. Se lo dedicó a Eduardo Azcuy y a mí... "perdidos en la noche”.
De ese libro no se habla en la nota relacionada, que en cambio descalifica el “Triángulo de las Bermudas” de Charles Berlitz, un “best seller” que metió mucho ruido allá por los años 70.
Hemos volado varias veces en aviones pequeños sobre el Triángulo de las Bermudas. El piloto decía siempre antes de llegar, sonriendo: “¡Vamos a entrar en el Triángulo de las Bermudas!”. Pero se le notaba cierto nerviosismo.
Todo será cuestión de gases de metano, de burbujas o de lo que se quiera, pero es un lugar que no se parece a ningún otro de la zona. Ni siquiera el mar es lo mismo, ni tiene el mismo color.
La sensación que yo experimenté siempre fue similar al clima que se describe con tanta precisión en la vieja película “Krakatoa” (1969), con Maximilian Shell, Diane Baker y Brian Keith, antes de que entre en erupción el volcán y sobrevenga el maremoto.
Ante los fenómenos que desata la naturaleza hoy en día y las cosas que pasan, no tiene nada de particular que al Triángulo de las Bermudas se le relacione ahora con cosas tan inocentes y tan bonitas como pompas, o burbujas, o con alguna de más feo olor, como el gas metano.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:
El triángulo de las Bermudas: un final con burbujas

Del autor:
“Debunkers” y triángulos

domingo, 5 de junio de 2011

Muerte de Antoñito El Camborio

Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las botas
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrellas clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
*
Antonio Torres Heredia,
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay Antoñito el Camborio
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la Guardia Civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.
*
Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado,
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.

© Federico García Lorca

sábado, 4 de junio de 2011

No se... "muerden"

Los colores marrón y azul no se… “muerden”.
Notables personalidades de diversas disciplinas así lo decretaron.
La más próxima en el tiempo fue el original, brillante y controvertido músico argentino Astor Piazzolla, autor de una pieza muy bella titulada Marrón y Azul.
Piazzolla dijo alguna vez que se inspiró en los siena, los violetas y los azules claros de ciertos cuadros del pintor y escultor francés Georges Braque, creador del cubismo junto con Pablo Picasso y Juan Gris.

Un filósofo en marrón y azul

Ludwig Wittgenstein fue un filósofo en marrón y azul. Su cuaderno azul contiene las clases impartidas en la universidad inglesa de Cambridge en el curso 1933-1934. A esos apuntes, copiados en multicopista, se les puso una cubierta de color azul.
El marrón corresponde a la portada del cuaderno con las notas pasadas por Wittgenstein a sus discípulos Francis Skinner y Alice Ambrose entre 1934 y 1935.
Ambos cuadernos, si no en el color de sus tapas, coinciden en subrayar el concepto de Juego del Lenguaje que marca el punto de inflexión entre el Wittgenstein del Tractatus y el de las Investigaciones Filosóficas.
Wittgenstein, austríaco de nacimiento, vivió y estudió en Inglaterra y terminó por convertirse en súbdito británico. Fue alumno y amigo de Bertrand Russell.
Para Wittgenstein los problemas filosóficos se plantean cuando hacemos un uso indebido del idioma y lo obligamos a desenvolverse en un medio que no es el suyo. ¡Interesante teoría la suya!

El marrón y azul de los “petiteros”

El Petit Café era allá por los años 50 un reducto de “niños bien”, rabiosamente antiperonistas. Perón les colgó el remoquete de “petiteros”.
El político demócrata progresista Horacio Thedy, uno de los más conspicuos “petiteros”, puso de moda el blazer azul con botones metálicos y el pantalón de gabardina color té con leche. Marrón, o “beige”, otra vez y azul.
Thedy, elegante, distinguido, era un eximio “gourmet”. También puso en boga el “clarito”: una variedad del martini seco que en vez de llevar una o dos aceitunas verdes incorporaba una cortecita de limón.
El Petit Café, inaugurado a finales del siglo XIX, perduró hasta la década del 70. Estaba ubicado en la céntrica avenida de Santa Fe –la gran vía del norte-, cerca de Callao, en un barrio privilegiado y señorial, ahora en decadencia. En su larga historia, el Petit Café formó parte de Buenos Aires, con carácter emblemático.
Parece evidente, a estas alturas, que los tonos marrón y azul combinan, “casan”, no se…”muerden”. Es posible que siempre se considerara así, y también que a los amantes de las combinaciones de colores convencionales no les gustara ésta del marrón y el azul.
Los intelectuales, cosa que no suele ocurrir, sentaron cátedra en esta cuestión, que parece baladí y quizás no lo sea.

Ilustración:
El parque de Carrières-Saint-Denis (Georges Braque)

© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 3 de junio de 2011

Cocina sencilla

Se afirma en América la tendencia a volver a la cocina sencilla, retornando a las fuentes primigenias.
Parece que las extravagancias que tomaron las cocinas americanas procedentes de Europa y Asia, por lo general, están empezando a ser combatidas y muy pronto se batirán en retirada.
El mismo Ferrán Adriá dijo recientemente que va a terminar con su gastronomía molecular, tan incisiva e incidente, y se dispone a abrir un nuevo restaurante que ofrecerá comida basada en recetas de la abuela.
Muchos cocineros y personalidades del mundo “gourmet” se muestran partidarios de la simplificación y la vuelta a las recetas sencillas y con ingredientes que se hallen en mercados y puestos tradicionales.
Algunos de estos últimos siguen ubicados en barrios populares de las ciudades, como en el caso de Buenos Aires.
Una de nuestras referentes, la inteligente y siempre bien documentada Sabrina Cuculiansky, del diario La Nación de Buenos Aires, ha escrito una nota muy ilustrativa sobre los nuevos usos y costumbres culinarios.
Habla de puestos de productos básicos, con no menos solvencia, Juan Carlos Fola, también en La Nación, pero en su caso en la revista dominical.

© J. L. A. F.

Notas relacionadas:
La vuelta a lo simple
Puestos que tienen historia

Pájaros urbanos

Los pájaros urbanos son cálidos y amables. La mayoría de las veces que uno cruza la ciudad no los ve, y por tanto no se da cuenta de que son un contrapunto leve, pero entrañable, de la urbe enloquecida por el tránsito rodado, las concentraciones de gente que protesta y los estampidos de la cohetería intimidatoria que rubrica su descontento.
Cuando uno pasa por una plaza, un parque o un bulevar es común que vea un gorrión, o una pareja –tal vez macho y hembra- en la rama de un árbol, o colado en un grupo de palomas que picotean en el suelo migajas de un “sandwich” desechado u otro condumio de urgencia.
Palomas y gorriones comparten espacio y comida. Nadie rechaza a nadie, nadie pelea con nadie. No son humanos.
Los pájaros de la ciudad cantan más tiempo, a fin de contrarrestar los ruidos, se explica en un informe del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, que estudió el comportamiento de una población de pájaros Serinus serinus, o verdecillos.
A los estorninos les perturba el ruido excesivo. Si los decibeles suben hasta un nivel muy alto, se van en bandada a lugares silentes.
Cuando cae la tarde y sobreviene la paz del crepúsculo, los estorninos vuelven a los sitios que abandonaron.

El estornino de Mozart

Los estorninos son muy inteligentes. Mozart compró uno en una pajarería por cuya puerta solía pasar silbando una melodía. Se ve que el pájaro la aprendió y la silbaba a su vez con frecuencia. Los estorninos, como otros pájaros, pueden silbar.
Lo curioso es que el estornino cambió con sus silbidos una nota de una composición del músico de natural a sostenido. A Mozart le pareció espléndida ese modificación y la introdujo en su partitura.
Mozart quería mucho a su pajarito, tanto que cuando murió, a los tres años de tenerlo, le escribió una oda (1).

Vencejos pregoneros

Los vencejos son los pregoneros de la noche en Madrid. Apenas muere el día empiezan a escucharse sus trinos, que parecen dibujar melancólicas greguerías sonoras en la perspectiva azul del Madrid de lejos que se divisa desde la Plaza de Oriente, o en el cielo claro de Las Vistillas, donde se refugia azorado el último casticismo de la Villa y Corte.
A su vera hay un organillo abandonado sobre el que suele posarse alguna paloma solitaria que viene de la Cuesta de San Vicente.

(1)
"Aquí descansa un querido y pequeño loco; mi estornino.
Ya en sus mejores años tuvo que conocer el sabor amargo de la
muerte.
Mi corazón sangra cuando lo recuerdo.
¡Oh lector! Ofrécele tú también una lágrima.
No era malo, sólo un poco demasiado listillo, y algunas veces
un querido y travieso Barrabás
Pero nunca un miserable.
Pienso que estará allí arriba para agradecerme este trabajo de
amigo, ignorando aún que la muerte le ha atrapado, y sin ningún
pensamiento para aquél que tan bien sabe rimar".
Mozart, 4 de junio de 1787.

© José Luis Alvarez Fermosel


jueves, 2 de junio de 2011

Más sobre cafés famosos

El café Drechsler es uno de los quinientos, otros dicen que mil, otros que más de mil -sin contar los bares y las pastelerías- que constelan Viena, antaño epicentro del imperio de los Habsburgos, la romántica ciudad del Prater, los bosques, los valses, Francisco José, Sisi, la película El tercer hombre y la cítara mágica de Anton Karas, que a pesar del éxito de su bella y obsesionante melodía no salió de pobre.
El café Dreschler está en el número 22 de la Linke Wienzeide, junto a un bar sushi, frente a un estacionamiento de bicicletas y a un tiro de piedra de un abigarrado y pintoresco mercado –hay 26 repartidos por toda el área céntrica-: el Naschmark, situado entre la Karlsplatz (Plaza de San Carlos) y la estación de metro Kettenbrückengasse. Muchos de sus trabajadores son clientes del Drechsler, que abre 23 horas al día.
Fundado por la familia Engelbert Drechsler en 1919, fue remodelado en 2007 por Conran & Partners, que le imprimieron un aspecto jugendstil, o modernista, con un toque del minimalismo del belga Mies van der Rohe: el estilo de la reducción, tan en boga últimamente. El alma mater del local es Manfred Stellmajer, socio gerente.
El Drechsler tiene una larga barra y varios salones, comunicados entre sí. Al fondo de uno de ellos hay un espejo rectangular adosado a una pared pintada de beige. Arriba, sobre el muro, se lee Frankfurter mit Senfund Gebäck, algo así como salchichas de Frankfurt con mostaza, en pan: lo que en España se llaman perros calientes, en los Estados Unidos hot dogs y panchos en algunos países de la América de habla española.
Del techo, en parte abovedado, penden varias lámparas de cristal en forma de globo. Hay un hilera de divanes rojos unidos y, sobre ellos, paneles de color gris con el logo del café (CD) en el respaldo.
Los clásicos veladores de mármol. Sillas de respaldo alto –en Buenos Aires hay un restaurante, Cuatro Cardinal (CD), que tiene las mismas sillas-. Todas las tazas llevan una leyenda alrededor: Café Drechsler. La casa no escatima la publicidad.
Quizás una consumición obligada en el café Dreschler, o por lo menos la clásica de todos los cafés de Viena sea el 1-2-3-4, es decir: un café, dos vasos de agua, tres periódicos y cuatro horas para leerlos.
Inevitablemente, más tarde o más temprano, se escuchará un vals.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:
Especias y palabras
Cafés de ficción y otros no tanto