domingo, 29 de noviembre de 2009

El dinero en la pareja

Un asunto de interés palpitante es hoy en día el dinero en la pareja, no ya el amor, ni el sexo, ni los hijos.
“¿Quién paga? El dinero en la pareja del siglo XXI” es un libro de la joven y brillante periodista argentina Leni González muy bien resuelto, mejor escrito y muy pormenorizado, en el que plantea interrogantes y, sobre todo, incluye casos, situaciones y testimonios que lo convierten en un documento de mucho valor sobre el tema.
Leni González opina, con la sensatez que le caracteriza, al final de una nota de Tamara Smerling que aparece en el diario Crítica de la Argentina sobre una cuestión que preocupa a parejas en particular y, en general, al hombre de la calle que se interesa por los signos distintivos de la sociedad en que vive.

Nota relacionada:

Cuentas claras conservan el matrimonio
http://www.criticadigital.com/impresa/index.php?secc=nota&nid=28495

Del folletín al blog

Las actuales series televisivas de policías, ladrones, fiscales de distrito, médicos forenses y algún clínico genial, como el doctor House, proceden del viejo folletín.
Los folletines de mediados y finales del siglo XIX se llamaban también novelas por entregas porque se pasaban cada semana, en cuadernillos de papel muy ordinario, mal impresos, por debajo de las puertas de las casas. Cada entrega era un capítulo.
En la España posterior a la Guerra Civil (1936/1939), las llamadas cariñosamente “chachas” por los niños –empleadas domésticas- eran apasionadas consumidoras de estos novelones dosificados, por cuya “suscripción” pagaban a un empleado de la “editorial” que pasaba por la casa a principios de cada mes, cuando las “chachas” cobraban sus sueldos.
Los folletines, que a veces se publicaban por capítulos en ciertas revistas, tocaban siempre temas complejos que incluían amores imposibles, intrigas, el difícil ir y venir por la vida de hermosas jóvenes, siempre víctimas de las maquinaciones de mujeres perversas y villanos de capa y puñal.
Había mansiones misteriosas con escaleras de caracol, hijos ilegítimos, pasadizos secretos, misterios de familias, bóvedas, testamentos impugnados, mujeres pobres que heredaban fortunas y gente que no era lo que parecía… ¡sino mucho peor!
Se mataba a trabucazos a personajes que iban en coche de caballos, en lúgubres noches de invierno. Así fue asesinado, en la realidad, el general Prim (1).
Gente que iba en coche mataba a tiros del recién inventado revólver Colt a otra que salía de palacios, o casas solariegas.
Los diálogos eran tremebundos: “¡Hazte amar, perra!” “Mi padre fue fusilado dos veces…”. “¡Tu amante morirá mañana de un tiro en el corazón al amanecer, detrás de la catedral!” ¡Y los títulos! “Genoveva de Brabante”, “La Savelli”, “Eva Lavaliére”, “El hijo de dos madres”, “La sangre es roja”…
Los orígenes del folletín son muy antiguos y constituyen una versión decimonónica de lo que fue la novela de caballería medieval, que contó con autores como Walter Scott, Elias Berthet, Chetrien de Troyes, Gottfried von Strassburg, Andreas Capellanus y otros…
Ese considerado sub género literario fue el precursor de novelas más armadas, mejor escritas pero con temática parecida, o igual que la del folletín.
Un maestro del folletín en España fue Manuel Fernández y González, autor entre otras novelas de “El pastelero de Madrigal”. La recientemente fallecida Corín Tellado, también española, publicó cientos de folletines de amor.
Otros autores fueron Juan Valera, que dio a conocer su obra “Pepita Jiménez” por entregas. Blasco Ibáñez hizo lo mismo con sus novelas valencianas “Arroz y tartana” y “La barraca”, publicadas en capítulos que terminaban con el inquietante “continuará” en una revista llamada “El pueblo”.
Obras que han pasado a la historia de la literatura universal fueron folletines, mejor o peor escritos con la ayuda de “ghost writers” o “negros” y con argumentos más o menos interesantes.
Ahí están, en Francia, novelas como “Los miserables”, de Vícor Hugo,“Los misterios de París”, de Eugène Sue -aparecida en “Journal des Débats”-, que fue el primer gran éxito folletinesco, o “Los tres mosqueteros” y “El conde de Montecristo”, del también francés Alexandre Dumas. De una y otra se han hecho infinidad de películas y adaptaciones para radio y televisión.
También se inscriben en el género folletinesco novelistas como Paul Féval, con “El jorobado de Notre Dame”, que replicó a Sue con su novela gótica “Los misterios de Londres”, curiosamente sin haber estado nunca en esa ciudad.
Precisamente en Inglaterra, pueden calificarse de folletines las aventuras de Sherlock Holmes, de Arthur Conan Doyle, y muchas novelas de Charles Dickens, Wilkie Collins y Robert L. Stevenson, entre otros muchos autores.
El folletín, actualizado en los llamados “culebrones” latinoamericanos de la televisión, fue también el antecedente de las “pulp fictions” que dieron origen a la novela negra estadounidense, cuyos más preclaros exponentes fueron Raymond Chandler y Dashiell Hammet.
En su largo recorrido, el folletín, que en francés es diminutivo de hoja, o página, llega al “blog”, llamado también bitácora, que es un sitio “web” que recopila cronológicamente textos de uno o varios autores -primero aparece el más reciente- donde el autor se reserva siempre la libertad de dejar publicado lo que crea conveniente.
El término inglés “blog”, o “weblog”, viene de las palabras “web” y “log” -ésta última palabra quiere decir diario, traducida del inglés-.
El nombre de bitácora está tomado de los antiguos cuadernos que se usaban en los barcos para consignar las incidencias del viaje.
El argentino Hernán Casciari, que colabora en el diario madrileño “El País”, está sindicado como el creador de la “blognovela”, también llamada “E-novela”, que recupera el folletín en el mundo hispanohablante. En inglés son varios los términos: “blognovel”, “blogel”, “blovel”.
Casciari divulgó en un blog su novela “Diario de una mujer gorda”, que más tarde fue publicada por la editorial Plaza & Janés con el título “Más respeto, que soy tu madre”.
El “blog” es una nueva herramienta, sobre todo por el medio tecnológico y la mayor llegada al público de autores anónimos. Pero no puede dejar de considerarse que la modalidad de la obra por entregas no es una novedad.

(1) Juan Prim (1814–1870). Militar y político español que se distinguió en una de las innumerables guerras que España mantuvo en Africa, derrochando valor en la Batalla de Castillejos. (Fue nombrado marqués de Castillejos.) Al triunfar la revolución de 1868, fue nombrado ministro de Guerra y presidente del Consejo de Ministros. Favoreció la candidatura de Amadeo de Saboya al trono de España. Fue asesinado una noche a tiros de trabuco naranjero en una céntrica calle de Madrid, cuando se dirigía a su casa en su berlina, con dos ayudantes, después de haber asistido a una sesión del Parlamento. El crimen jamás fue esclarecido.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 28 de noviembre de 2009

La sopa inglesa no es ordinaria

Es muy difícil encontrarla, ya desde hace mucho tiempo, en los restaurantes de Buenos Aires.
La sopa inglesa -que en realidad no es una sopa, sino un postre- fue considerada ordinaria por los irredentos esnobs de nuestras entretelas, que consiguieron hacerla desaparecer de las cartas de los restaurantes e incluso de las de las pizzerías, su último reducto.
Como los esnobs no suelen ser muy conocedores de nada, ni siquiera de gastronomía, ignoran que la sopa inglesa tiene prosapia y ringorrango, como se explica en la nota relacionada de Marco Ricipi, traducida por Rocío Murillo y publicada en la web cafebabel.

viernes, 27 de noviembre de 2009

"De a caballo"

El argentino -menos el porteño o habitante de Buenos Aires, o muchos de ellos, al menos- es “de a caballo”, lo cual equivale casi a una orden de nobleza.
Ser “de a caballo”, en toda la extensión del término criollo, significa ser un caballero.
El hombre y el caballo –uno de los animales más nobles- se compenetran a la perfección y conforman una bella estampa, ya sea galopando por valles, cañadas, praderas ardientes bajo el sol, al paso lento y ceremonioso de los desfiles o con el caracoleo de las exhibiciones, como las de la Escuela Española de Equitación de Viena.
A caballo se han hecho conquistas, batido récords, ganado y perdido –con honra- batallas y coronado cotas elevadas.
El jinete merece su caballo y éste su jinete. Si es verdad que a tal señor tal honor, a tal caballero tal caballo, y viceversa; así es ésta conjunción tan hermosa que trasciende lo deportivo y, ocasionalmente, comienza por lo deportivo.
En el último sentido, es notable cómo se ha extendido el deporte de la equitación en la gran Capital del Plata. La primera de las notas relacionadas –que firma Luciana Fava en el suplemento Countries del diario Clarín de Buenos Aires- informa con pelos y señales acerca de la proliferación de centros y clubes en los que se enseña la artística disciplina del salto a caballo.
En curioso paralelismo, en Madrid y sus alrededores hay ya muchos centros hípicos. Casi todos ellos están a cargo de jinetes argentinos que viajaron a España y sentaron allí sus reales.
Uno de los más completos y frecuentados es Tovarich (ver en Recomendados), que está en El Boalo, en la sierra de Madrid y regentan la pareja constituída por la belga Christel Kaberghs y el argentino-español Juan Ignacio Alvarez Fermosel, emparejada también en la vida real.
Ambos son “de a caballo”. Juan Ignacio ha ganado infinidad de premios en concursos de salto en Argentina y en España. Últimamente obtuvo la medalla de bronce en el Campeonato de la Comunidad de Madrid.


© José Luis Alvarez Fermosel


Notas relacionadas:

Los caballos, una pasión argentina
http://www.clarin.com/suplementos/countries/2009/11/21/y-02045355.htm

Del autor:

Crónicas de Madrid (IV)
Los argentinos en España
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/11/crnicas-de-madrid-iv.html

jueves, 26 de noviembre de 2009

Entrevista con Don Cristóbal

Como ya vimos en un post anterior (ver primera nota relacionada), a Cristóbal Colón le han hecho ahora espía portugués.
La siguiente… “entrevista” a Don Cristóbal, de Agustín de Foxá (1903/1959), conde de Foxá, se inscribe en el retablo hecho de “curiosidades” -por utilizar un suave eufemismo…- del Almirante.

Don Cristóbal ha caído en la manía de amueblar su cuar­to como el camarote de la Santa María, con una brújula, un mapa portugués, unos damascos rojos y una talla policro­mada, riojana, de Nuestra Señora de la Balbanera.
Naturalmente que en torno a su cuarto, en vez de olas sa­ladas, se anda sobre el algodón de unas nubes de bienaven­turados.
- Hoy se cumplen -le digo- cuatrocientos cincuenta y nueve años del descubrimiento.
Le saludo y le felicito en italiano.
- Hábleme en castellano -me responde-, el italiano ape­nas lo entiendo.
- ¿Luego es verdad la tesis de que usted es gallego?
Sonríe.
-No lo sé; estoy hecho un verdadero lío. Tengo dos o tres cunas: Génova, Cataluña, Galicia. Y dos esqueletos: uno en Sevilla y otro en Santo Domingo.
- ¿De modo que no nos aclara nada?
- ¿Para qué? ¿En qué iba a entretenerme si no existie­ran estas polémicas? Aquí nos aburrimos un poco.
“Como vivimos tan poco tiempo sobre la tierra y luego tenemos toda una eternidad por delante para contarnos lo que hicimos, nuestras tertulias resultan monótonas”.
“Al pobre Homero le huímos. Nos sabemos ya de memo­ria su famosa Ilíada. ¡Y no le quiero hablar a usted de Dan­te! Como escribió sobre todo esto cuando aún estaba en el mundo, se cree el cronista oficial del Más Allá. En cuanto a Sócrates, se ha puesto imposible. Lleva siglos queriendo demostrarnos que él, en el fondo, no era pagano”.
Luego, tras una pausa, me pregunta:
- ¿Por qué hablan todavía latín en el Continente que descubrí? ¿No resulta un poco pedante?
- No se habla latín, don Cristóbal, sino español.
- ¡Ah! Como no oigo más que hablar de Latino América. Ya me chocaba; porque el único documento que llevamos en latín era una carta de los Reyes Católicos para el Gran Khan, que no fue entregada por falta de destinatario.
- Se ha desfigurado tanto todo aquello -le replico-. ¿Sabe usted que hace un mes, en una representación de un colegio extranjero, salía el niño que le representaba a usted, entre unos cocoteros pintados, enarbolando la bandera fran­cesa?
- Sí, ya lo sé; me hizo mucha gracia. Me figuro a Rodri­go de Triana gritando ante la playa, al amanecer: “¡Terre, terre; la voila!”.
- Dicen que llevaba usted al nuevo Continente la libertad y la democracia.
- La demo... ¿qué?
- Es una fórmula política.
-¡Ah, sí, muy antigua! La inventaron los griegos.
“No sé, es posible. ¡Se me acusa de tantas cosas! Parece ser que soy uno de los últimos que llegaron al Nuevo Mun­do; que antes que yo estuvieron los normandos, los poline­sios y los chinos. Si lo llego a saber, no embarco. O hubiera venido más modestamente, en un vapor de la Trasatlántica, y ya con mi carnet del Centro Gallego.
“Menos mal que, por lo menos, las Indias llevan mi nom­bre: Colombia”.
- Bueno, no quiero desilusionarle, pero así se llama úni­camente una nación, ilustre y culta, pero sólo una. El resto se denomina América, en honor de Américo Vespucio.
- Sí, ahora lo recuerdo. ¡Qué descarado este Américo Vespucio! ¡Lo que hace la propaganda, amigo mío!
Y añade con triste ironía:
- Sobre mí han dicho tantas cosas en las fiestas de la Raza. Me han abrumado con discursos, y con coronas de flo­res, que creen que me gustan. Para unos soy judío; para otros, portugués. En mi estatua de Barcelona estoy señalan­do, con mi dedo de piedra, al Mediterráneo. En una película inglesa boxeo con el Rey Don Fernando, mi señor. Unos historiadores afirman que soy un gran navegante; otros, que sabía menos geografía que el peor estudiante del bachille­rato. Hay biógrafos que me llaman bíblico y místico; otros, ávido mercader.
“Para algunos descubrí América gracias a que seguí el vuelo de unos loros. No falta quienes quieren canonizarme”.
- Desearía que usted -le apremio-, que está en el se­creto, me dijese la verdad.
- ¡La verdad! Amigo mío, se necesita mucha fuerza mi­litar para poder decirla. Cada siglo tiene su verdad. Voy a decirle cuál será la verdad acomodaticia para el siglo xx.
-¿Cuál?
- Diga usted que nací en América; en la Florida, o en cualquier otro lugar de la zona del dólar.
- Pero ¿y las carabelas?
-De construcción francesa. Las velas, holandesas; la brú­jula, de Inglaterra, “made in England”.
- ¿Salió de Palos?
- No especifique; se molestaría el Havre.
- ¿Los tripulantes?
- De la Europa occidental. Europeos; blancos, algo vago. El grumete diga que era antepasado del Presidente Auriol; eso hará muy buen efecto entre los intelectuales.
- Pero ¿y la Reina Isabel?
- Silencio. ¡Una Reina! Y castellana, y reaccionaria, y católica. No; no hable de ella. ¡Ah si pudiéramos decir que los navíos fueron armados por una república laica, con cré­ditos votados en el Parlamento y ante una iniciativa de la minoría socialista! Le aseguro que no hemos tenido suerte.
“Constantemente vienen a mi camarote, entre las nubes, muertos ilustres del siglo pasado y de éste, y todos me des­ilusionan. América, me dicen, nació con el descubrimiento de las alambradas. El barón de Humboldt es el verdadero descubridor de América. Hay dos descubrimientos de Amé­rica; el segundo es el que vale. Comienza con la invención de los frigoríficos ingleses. Anoche mismo me aseguraba una sombra ilustre: América no nace el 12 de octubre de 1492, sino el año 1734, cuando la Academia de Ciencias de París envió a La Condamine para medir el arco de meridiano, en el Ecuador.
Hemos salido a pasear sobre las nubes. Se había apagado ya el sonido de las arpas y el cielo parecía la sala de un con­cierto después de una audición.
Don Cristóbal ha saludado a una sombra venerable.
- ¿Quién es?
- Noé.
Y añade con cierta envidia :
- Por lo menos, ése navegó solo, sobre una tierra inun­dada. Y nadie le discute. Lo peor en este mundo, amigo mío, es la competencia.

© Agustín de Foxá, Conde de Foxá

"¡Y nos dieron las diez...!"

¡Qué hermosa canción, ésta de Joaquín Sabina de “Y nos dieron las diez, y las once y las doce y la una…”
Yo creí siempre que esto le había pasado a él, tal como lo canta. Y no dejaba de darme cierta envidia, porque aunque a uno, como a cada quisque, le han pasado cosas parecidas -para qué nos vamos a andar con falsas modestias-, nunca le ocurrió nada igual, punto por punto y coma por coma.
Un día me enteré de que todo eso le pasó a un integrante de su grupo, quien se lo contó con pelos y señales a Sabina y éste compuso la canción, que es preciosa. Seguramente él añadió algo de su cosecha, o no, y se quedó corto. La realidad supera siempre a la ficción.
De cualquier manera, a mí me encanta Sabina. Es, a la luz de nuestro criterio de apreciación artística, un gran poeta popular y con lo de popular quiero decir que le gusta al pueblo, al que tanto y tan bien ha cantado siempre.
Yo escucho una canción de Joaquín Sabina y me parece estar viendo un cuadro de Antonio López -pintor que estoy seguro de que a Joaquín le gusta tanto como a mí-.
El mismo virtuosismo formal e intimismo nostálgico -casi siempre desgarrado-, basado en la observación de la vida cotidiana, de la huella que deja el tiempo en lo que va devastando.
Sabina no es madrileño, es de Úbeda (Jaén, Andalucía, sur de España). Pero yo creo que casi ningún autor y compositor madrileño le ha cantado a Madrid con tanta justeza y tanta justicia, con tanto sentimiento, con tanto lirismo, a veces con bronca pero siempre con el cariño de quien, sea de donde sea, vive en Madrid mucho tiempo y se enamora de una ciudad castiza por de más, variopinta, proteica y entrañable. No me pidan que sea objetivo: soy madrileño.
Muchas de las canciones de Sabina, por no decir todas, tienen un notable valor literario. Su talento ha estado presente en sus discos desde el principio.
Dice Benjamín Prado que las canciones de Sabina son el catecismo de un hombre extraordinariamente vital que aconseja al prójimo que disfrute, que acelere, que no se prive de nada y, sobre todo, que no permita que sus sueños se conviertan sólo en sueños.
“Yo me bajo en Atocha”, “Pongamos que hablo de Madrid”, “Cuando era más joven”, “Retazos de enero”, “Hotel, dulce hotel”, “19 Días y 500 noches”…
Joaquín Sabina, a mitad de camino entre el infierno y el cielo, decidió bajarse en Atocha y quedarse en Madrid con una guitarra, un whisky, un cigarrillo y un corazón, entonando … “La canción de los (buenos) borrachos”.
Qué mejor coda que los versos finales de su canción “Yo me bajo en Atocha”:

He llorado en Venecia, me he perdido en Manhattan,
he crecido en La Habana, he sido un paria en París,
México me atormenta, Buenos Aires me mata,
pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid,
pero siempre hay un niño que envejece en Madrid,
pero siempre hay un coche que derrapa en Madrid,
pero siempre hay un fuego que se enciende en Madrid,
pero siempre hay un barco que naufraga en Madrid,
pero siempre hay un sueño que despierta en Madrid,
pero siempre hay un vuelo de regreso a Madrid.

© José Luis Alvarez Fermosel

Los cuentos de Don Francisco

Algunos de los chistes de Don Francisco Vázquez, escribano y escritor argentino y hombre con sentido del humor, publicados en su libro Cuentos Brevísimos:

Convite
Le preguntaron a un personaje que había sido convidado a la casa quinta de los marqueses de Z, cómo lo había pasado. Respondió: “Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino, y el vino hubiese sido tan añejo como el pollo, y el pollo tan tierno como la sirvienta, y ésta tan accesible como la marquesa, lo hubiera pasado muy bien”.

El título más largo con el cuento más breve
La áspera respuesta que dio una noble dama mejicana a un petrolero norteamericano oriundo de Tejas, que una noche de verano, en un crucero por el Caribe, le propuso matrimonio: “¡No!”.

Ateísmo
Preguntaba un ateo a otro ateo si iría al Congreso de Ateísmo que se celebraba al día siguiente: “¡Como que hay Dios!”, respondió el otro.

Indignación
Érase que se era... un padre muy enfadado por las malas notas escolares de su hijo.
- ¡Es una vergüenza!: A tu edad, Sarmiento ya era maestro.
- Y a la tuya, Presidente.

Brevísimo cuento de locos
Iban en un tren, sentados frente a frente, dos locos. Uno, al ver al otro, pensaba: “Ése, por la cara, está para la camisa de fuerza”.
El otro, mirando al primero, a su vez discurría: “Ése, por la cuenta, está chalado”
De pronto, uno le pregunta a voz en cuello al otro:
-¡¿Qué hora es?!
El otro, muy alterado, saca un reloj del bolsillo, lo mira con ojos desorbitados, y le grita:
- ¡Jueves!
-¡Me pasé de estación!
-exclama el primero, y se arroja por la ventanilla-.


Nota relacionada:

“Las miniaturas de Francisco Vázquez”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/11/las-miniaturas-de-don-francisco.html

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Réquiem por la excelencia

No hay excelencia, ya; pero eso no es lo peor, sino que a nadie, o a muy poca gente le importe ni siquiera aspirar a ella, aunque sea rozarla de costadillo.
Hubo épocas en las que se soñaba con tocarla con la punta de los dedos, no ya con alcanzarla y ceñírsela a las sienes. Importaba más que los laureles.
La excelencia… ¡Cómo la echamos de menos!
No se daba sólo entre los grandes hombres y las grandes mujeres, la excelencia.
Estaba presente en artes menores, en oficios. Y en la vida diaria.
El ebanista, el sastre, el pintor de brocha gorda, el peluquero, el entrañable zapatero remendón de sotabanco...Todos buscaban la excelencia.
El peluquero, el del barrio, sin ir más lejos, te dejaba el bigote como el de Robert Taylor. Nadie sabe ahora quien fue Robert Taylor, ya lo sé. Si acaso, cuatro y el cabo.
Ahora el peluquero te hace un trasquilón y, llamándote de tú, tengas los años que tengas, te dice: “Tienes una calva encima de la oreja, se te está cayendo el pelo”. Mentiroso, además de chapucero.
Llevas un reloj a arreglar y a los cuatro días se vuelve a desarreglar. Si lo dejas para que le cambien la cadena, o la correa, cuando vas a buscarlo te lo entregan que parece un primor, pero si estaba atrasado, o adelantado te lo dan tal cual. No se molestaron en ver si estaba en hora ni en ponerlo, si no estaba. El detalle.
El gasista, el plomero, el electricista… No traen nada de lo que tienen que traer para trabajar, salvo la ginebrita -que la llevan puesta-. “Señor, ¿no tendrá usted un destornillador, una llave inglesa, un alambre, un trapo de piso, un vaso de agua…?”
Pobre de ti si caes en un restaurante en hora pico, encuentras de milagro una mesa libre, te sientas y pretendes que te atiendan en un lapso razonable. Te has tornado invisible y ningún mozo te ve.
Los artesanos desaparecieron, hace tiempo. Fueron sustituídos por “hippies” que retuercen cucharas y le dan formas extrañas; y venden sus cosas en la calle, en aglomeraciones que llaman ferias.
En los medios electrónicos se llegó a exaltar los valores del hombre, de la familia; se denunciaban las injusticias sociales, había programas de interés cultural, de preguntas y respuestas con premios para el que supiera más; campeaba un humor fino, sutil, a veces surrealista pero nunca facilón, ni mucho menos ordinario, ni mucho menos obsceno.
La “fellatio”, o la felación, es ahora un tema recurrente del que se habla más o menos a las claras, pero ahí está: instalado en el centro de un sexismo desaforado y grosero.
Se ha degradado algo tan maravilloso como el sexo. Del “Ars Amandi” de Ovidio al torpe comentario cotidiano del burdo ignorante de turno.
La excelencia, ah, la excelencia…; se nos ha ido, o la hemos echado a patadas de nuestro lado. Es que, probablemente, no era “cool”.
La excelencia se ha ido por la posta, sí, señores, junto con el buen gusto, el ingenio, la cultura, la fineza, el uso preciso del idioma, la delicadeza, el detalle… ¿O quizás todo eso, y alguna otra cosa que nos dejamos en el tintero no era la excelencia, en pos de la que iba todo el mundo desde su condición, oficio, puesto de trabajo, lugar en la vida?
¡Qué lejos de la excelencia la imagen de un artista recibiendo un premio en una fiesta poco menos que de gala con el pelo largo, grasoso, sin lavar, cayéndole hasta los hombros, una camisa abierta hasta la mitad del pecho, un pantalón negro, lustroso por el uso excesivo y zapatillas sucias!
Me dirán que estamos en un país libre, en democracia; que cada uno puede hacer y decir lo que quiera y vestirse como le da la gana.
Si, pero… Me quedo aquí. No quiero que me endosen otro rótulo, o que me digan, con voluntad de insulto, que pertenezco a determinada época o determinada ideología.
¡Cómo si la excelencia tuviera que ver con los tiempos o las ideas políticas!


© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:

“¿Por qué no te callas…?”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/05/por-qu-no-te-callas.html

domingo, 22 de noviembre de 2009

Que los destellos inunden la memoria

La vida sería más difícil para el ser humano de lo que es –que ya es bastante- si no existiera la música, que penetra en el corazón, germina en él y se convierte en la más bella de las flores, cuyo perfume no se disipa jamás.
Cuando estamos alegres, la música intensifica nuestra alegría. Cuando estamos tristes, la música convierte nuestra tristeza en la más poética de las melancolías: la nostalgia.
La nota relacionada recuerda que hoy se celebra la festividad de Santa Cecilia -nombrada patrona de la música por el Papa Gregorio XIII-, y recoge hermosos conceptos acerca de una de las artes más bellas.


Nota relacionada:

“Con la música en el alma”
http://www.educared.org.ar/CAL_EDU/11/11_22musica.asp

¡A comer a Tokio!

Ya no es París la ciudad del mundo con más y mejores restaurantes. Ahora es Tokio el paraíso del “gourmet”. Tokio gana por un punto. Por un punto una petaca, dicen en España sin que yo, que soy español, sepa qué quiere decir. ¡Es todo tan raro…!
El caso es que habrá que ir a Tokio a darse un festín. Lo malo es que la capital del ex Imperio del Sol Naciente está lejos. Así que tendremos que conformarnos, de momento, con comer en los restaurantes japoneses de Buenos Aires y, cuando viajemos a Madrid, en los de la capital española donde, como en Buenos Aires, hay varios y muy buenos.
La nota relacionada habla de la supremacía gastronómica de Tokio.
¡Cómo cambia todo!


Nota relacionada:

“Tokio destronó a París como la capital con mejores restaurantes”
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/11/18/_-02043422.htm

Colón, agente secreto

Al pobre Colón (Cristóbal, claro) le han dicho de todo y le han colgado toda clase de sambenitos. ¿Fue español? Sí y no porque, en realidad, era catalán. ¿Fue italiano? Sí, de Génova, por más señas.
Ahora dicen que fue polaco... ¡e hijo de un rey! En cuanto a raza y religión, se lo sindicó siempre como judío.
¿Sabía navegar, era al menos un hombre ilustrado? No, era casi analfabeto. Puesto en un barco, no sabía comandarlo ni guiarlo. ¡Hombre, tan así fue que pretendiendo ir a las Indias Orientales vino a parar a estas playas!
Poco más y amerita las calificaciones contenidas en el famoso tango de Discépolo “Siglo veinte, cambalache” -¡tan vigente también en el XXI!-: “colchonero, rey de bastos, malandrín y estafador…”
Ahora resulta que Colón, hablando de tangos, ya había estado en América…¡y era espía portugués! El descubrimiento del Nuevo Mundo fue una operación de inteligencia. La primera de las notas relacionadas lo explica. Y especifica que el Almirante era de noble linaje y un gran marino.
Un investigador lusitano, Manolo Rosa, que surca los procelosos mares de la historia, lo compara con el ex presidente, o presidente en el asilo (político) de Honduras, Manuel Zelaya.
Buen tema para un domingo, para divertirse un rato y recuperarse del bajón que experimenta uno leyendo los diarios.
Lo curioso es que todo lo… bizarro que se le atribuye a Colón parte, según parece, de sesudos estudios de historiadores de todas las nacionalidades, calificados de “muy serios”.
¡Hala, que ya tenemos a Cristóbal Colón convertido en un agente 007 del siglo XV! Un agento luso…, ¡no iluso!


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Dicen que Colón ya conocía América y era espía portugués”
http://www.clarin.com/diario/2009/11/20/sociedad/s-02044792.htm
“Biografía de Cristóbal Colón”
http://www.me.gov.ar/efeme/colon/biografia.html

sábado, 21 de noviembre de 2009

Y por casa... ¿cómo hablamos?

Del libro “Y por casa…¿cómo hablamos? – Siglo XXI”, del profesor argentino Esteban Giménez, hemos tomado algunas precisiones idiomáticas que consideramos de interés para aquellos que quieran expresarse con claridad, certeza y buen gusto; cabe decir: en contra de la tendencia general.
Esta es una edición corregida y aumentada de la primera, aparecida hace doce años. Gram Editora la ha sacado a la luz, prologada por Pedro Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras. Se une así a otras obras del autor, que trabaja sobre realidades lingüísticas; es decir, que como apunta Pedro Barcia, las cuestiones que aborda y en las que orienta y opina están tomadas del habla cotidiana argentina y no son producto de elecubraciones idiomáticas, ideadas o amañadas, como aquel burro que se inventaba una piedra para tropezar con ella y justificar así la situación”.
El profesor Giménez, cuyos libros recomienda la agencia española de noticias EFE, trabaja actualmente como asesor idiomático y corrector de textos y estilo en el Canal 7 de la televisión argentina. Además, dicta cursos y conferencias para docentes de todos los niveles y para estudiantes de periodismo de toda la Argentina.
He aquí el modo correcto de decir y escribir varias expresiones de uso común.
Se dice días hábiles de la semana, no días hábiles; sí aparte de, además, independientemente de y no más allá de; lleno impresionante, impactante, enorme y no lleno total; no en tal caso, sí en ese caso; no durante el transcurso, sí en el transcurso.
Tampoco está bien decir no podemos dejar de pasar por alto. La expresión correcta es: no podemos pasar por alto. Lo mismo pasa, por ejemplo, con hace seis meses atrás. Debe decirse hace seis meses, o seis meses atrás. No importa el tiempo que haga, puede ser seis meses, un año o tres días. No se dice en tal caso, sino en ese caso, ni la casi totalidad, sino casi la totalidad, ni abigarrado por compacto, abarrotado. En realidad, abigarrado quiere decir de varios colores mal combinados, lo heterogéneo reunido sin sentido.
No hay ascendientes, sino antepasados; ni contricción, sino contrición. El día después es el día siguiente y el erario público es el tesoro público o el erario, a secas.
No es correcto ambos dos, sino ambos a dos; ni anteúltimo, sino penúltimo. Tampoco los minutos son cortos ni largos –todos duran lo mismo-, sino pocos, o muchos, según el caso. No se apreta: se aprieta. Y no hay comicio, sino comicios.
Mortandad es la multitud de muertes causadas por epidemia, cataclismo, peste o guerra. Mortalidad es, además de condición de mortal, el número proporcional de defunciones en población o tiempo determinado. La natalidad infantil no existe y sí la natalidad, sin más: el hecho de que nazcan los niños.
No tenemos meñiscos en nuestro cuerpo, sino meniscos, del mismo modo que no hay utensillos, sino utensilios. Juntamente con, sí; pero no conjuntamente con.
Y basta por hoy.

© José Luis Alvarez Fermosel

Sigue el debate en torno a la cocina molecular

Varias veces hemos tocado el tema de la cocina molecular en este blog. La revista Para Ti de Buenos Aires abunda en un pormenorizado e interesante trabajo en la crítica de una cocina que incluye colorantes, saborizantes y otros aditivos químicos perjudiciales para la salud.
Defensores de la cocina molecular han remarcado el toque lúdico y divertido de esta moda gastronómica.
Paula Bistagnino asegura en el informe, titulado “Polémica molecular”, que no está de acuerdo con esta forma de jugar con la comida. “Creo que es el síntoma de una sociedad enferma que sólo busca el esnobismo”, dice textualmente.


Notas relacionadas:

“Polémica molecular”
http://www.parati.com.ar/nota.php?ID=10940

“En torno a la cocina molecular”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/06/en-torno-la-cocina-molecular.html
“No a la tortilla líquida servida en copa”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/no-la-tortilla-lquida-servida-en-copa.html
“Ya se pueden comer los perfumes”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/05/ya-se-pueden-comer-los-perfumes.html

jueves, 19 de noviembre de 2009

¡Dale que va...!

Un conocido abogado del foro local dijo el otro día por televisión, con la naturalidad de quien está acostumbrado a decirlo así desde siempre, agreder por agredir.
Comunicadores, políticos, modelos y otros profesionales que aparecen constantemente en los medios informativos audiovisuales, siguen bastardeando el idioma español.
En ciertas oportunidades se peca por omisión, o excesiva simplificación; por ejemplo, cuando se dice arma en general en el relato o el comentario del capítulo del día de la interminable saga de hechos de sangre, producto de la inseguridad.
Arma. No se sabe si es azagaya maorí, espingarda norteafricana, bombarda de sitio, flecha, búmerang australiano o facón argentino. Suele ser pistola, revólver –que no es lo mismo-, escopeta y cuchillo. Pero se dice sólo arma, como si no hubiera más que una, o a todas hubiera que llamarlas así: arma. Pero esto no es nada en comparación con lo que sigue.
Se dice y escribe antologar por hacer una antología, crocantoso por crocante, sanitarista por sanitario, integralidad por integridad, conglomeración por aglomeración, fidelización por fidelidad, o algo que tenga que ver con Fidel Castro; reflectancia por reflejo, nutriólogo por nutricionista, precarizar por escasear, encantación por encantamiento, conección por conexión, desincriminar por despenalizar, culpabilizar por culpar y misionario por misionero.
Merece párrafo aparte la expresión saltabilidad, definiendo la acción de saltar, escuchada en un programa de televisión que divulga la actividad física.
En cuanto a locuciones latinas, casi siempre se dice ipso fasto por “ipso facto”, por motus propio por “de motu proprio” y de fragantis por “in fraganti”.
Algunas traducciones incorrectas del inglés al español en los doblajes de películas:
“Blind alley” (callejón si salida); suele traducirse como calle ciega; “barrel” (cilindro, cañón de revólver), como barril; “sensible” (sensato, con sentido común), como sensible; “miserable” (triste) como miserable, tacaño, y “vicious” (salvaje) como vicioso.
¡El colmo de los colmos!: Albany (capital del estado de Nueva York) se traduce como Albania (estado europeo situado en la costa adriática de la península de los Balcanes).
La cereza en el pastel: “Voy a volver a reiterar otra vez…”


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 16 de noviembre de 2009

Tatuajes

Todo el mundo se tatúa, actualmente. En todas partes. Al parecer, se busca una identidad mediante el tatuaje. ¿Y del “piercing", qué me cuentan del “piercing”?
Hace muchos años, unas tatuadoras muy simpáticas que conocí en Buenos Aires me dijeron que el ser humano experimenta un impulso ancestral de identificarse con siglas, símbolos, apelativos, signos y marcas. Por eso se tatúa.
A uno le dijeron una vez que se hiciera un tatuaje. Pero ya tenía identidad. De modo que se conformó con ver tatuajes de otros –de otras, preferentemente, porque las mujeres se tatúan tanto o más que los hombres-; algunos eran muy originales, como una suerte de barroco jeroglífico egipcio, escarlata rabioso, que fulgía en la piel de ébano del hombro izquierdo de una señorita que conocí en Larache (puerto del norte de Africa, en la Costa Atlántica).
El Conde de Barcelona, Don Juan de Borbón (1913-1993), padre del actual rey de España, Juan Carlos I, se hizo tatuar a su paso por la Armada, siguiendo la tradición de la romántica marinería de la época.
Entre paréntesis, la tonadillera española Conchita Piquer interpretaba magistralmente una desgarradora canción de amor titulada “Tatuaje”: “El vino en un barco, de nombre extranjero; lo encontré en el puerto, un amanecer…”.
El tatuaje tuvo en un pasado lejano un sello romancesco y aventurero, que hacía evocar blocaos al pie del inmenso Sahara, sitiados por tuaregs y defendidos hasta la muerte por legionarios como los hermanos Geste de “Beau Geste”, la inmortal novela de P. C. Wren, llevada varias veces al cine.
Largas travesías por los mares de China, el casino de Estoril y un “croupier” –que en realidad era espía francés y tenía un tatuaje en el cuello-, golpes de mano en la guerra del Transvaal, con los bóers capitaneados por el viejo y heroico Kruger –con su barba en abanico y tatuajes cerca del corazón-, luchando contra los ingleses en defensa de su independencia.
La gente del bronce, que era la que se tatuaba antaño, lo hacía por machismo, por exhibicionismo, por diferenciarse de los señoritos, que ahora se tatúan que da gusto.
Los tatuajes de antes eran nombres de mujeres a las que se les decía que se las amaba, corazones atravesados por flechas, serpientes, calaveras, espadas cruzadas, águilas, banderas, escudos, antorchas, lemas tremendos que hablaban de amor, de vida y de muerte.
Dicen que ya no duele tatuarse. Yo no me lo creo.
A mí me contaron que se usa el mismo aparato que se utiliza para la micropigmentación del pelo y las cejas. Pero ahora ha de haber procedimientos más modernos. Las tintas, por ejemplo, son vegetales.
Los tatuajes pequeños se hacen en una sola sesión. Los más complicados requieren dos o tres sesiones, con un margen de tiempo entre una y otra para evitar la irritación de la piel.
Las mujeres se tatúan igual o más que los hombres, ya lo hemos dicho, y como ellos en todas, o casi todas las partes del cuerpo: pecho, espalda, brazos, piernas, tobillos, el cuello…
Y los glúteos -cuestión de identidad…-.
Mis lejanas amigas tatuadoras sostenían que antes el tatuaje constituía una suerte de lenguaje del submundo, de la marginalidad. Ahora es un nuevo rasgo de personalidad, con su poquito de desafío.
Otro día hablaremos del “piercing”.


© José Luis Alvarez Fermosel
Nota relacionada:

domingo, 15 de noviembre de 2009

El Bárbaro, de nuevo

Voy de nuevo, con una especie de tozudez lírica e incluso yo diría que vocacional, al Bárbaro, como se conoce, como lo conocemos los que lo frecuentábamos casi a diario desde su inauguración.
El Bárbaro, o el Bar O Bar -creo que ese es su verdadero nombre- está en la cortada de Tres Sargentos, en el número 415, en el epicentro de una zona de Buenos Aires llamada El Bajo, que ahora se llama, naturalmente, El Nuevo Bajo.
Ir a primera hora de la tarde, poco después del almuerzo, no tiene mucha gracia. Lo mejor es ir a las “happy hours”.
El capitán del barco, en horario matutino, es Daniel Mon, de los viejos tiempos, que era primer oficial cuando la nave estaba a cargo de Claudio Fernández Llanos, un español –de Asturias, por más señas- totalmente entrañable, que tenía una paciencia increíble con los clientes jóvenes, revoltosos, casi todos.
Alguna vez –como he contado en otra nota- se armaba una pelea de las buenas, como las que protagonizan los marineros recién desembarcados después de una larga travesía en cualquier cafetín del puerto, una pelea deportiva, catártica.
Participé en muchas de ellas y puse varios ojos en compota. También me los pusieron a mí. Subsistía una épica de andar por casa, y por los bares.
Uno no se dejaba insultar ni avasallar, ni permitía que se metieran con la gente que le acompañaba, mucho menos si era una mujer la que iba con uno.
Ahora no hay épica, ni ética, ni estética, ni lírica. O hay muy poco y lo poco que hay está en poder de ciertos trasnochados, como nos llaman.
Miguel Angel Alvarez, El Toro, otro superviviente de los viejos tiempos, nos dice que los sábados por la mañana todavía van los pintores que constituyeron la flor y nata de la clientele del Bárbaro, tiempo ha. Algunos fueron sus fundadores.
Pasaron los años y de La Nueva Figuración, como denominaron los críticos al movimiento creado en 1961 por Luis Felipe Noé, Ernesto Deira, Rómulo Maccio y Jorge de la Vega sólo quedan varias obras y el espíritu que sigue animando a sus creadores, casi todos muy mayores ya, que son los que acuden los sábados por la mañana al viejo bar, donde están encerrados sus recuerdos.
Da gusto verlos, con sus cabelleras blancas, sus rostros curtidos, algunos con bastón. Pero todos con buen ánimo. Se quedan hasta mediada la tarde. Ya casi ninguno bebe. Aguno toma vino, poco.
Uno traza un apunte al carbón sobre cualquier papelucho. Otro finge que le critica, con lujo de ademanes. Otro sale a la calle con un vaso de whisky en la mano y mira al frente sin ver, como esperando sabe Dios qué, o a quién.
Alguna paloma de las que pueblan la zona entra de pronto en el bar, quizás en pos de un Picasso que la inmortalice.
En la terraza, gente joven bebe cerveza y come los maníes que son la marca de fábrica de la casa. Miran a los veteranos con expresión de no saber quiénes son, ni qué hacen ahí.
Muere la tarde. Los versos de Foxá: “Tu negro piano, lleno de sextantes,/solloza un vals entre los planisferios…”.

Foto (© Maite):
El autor sirve el whisky y Claudio Fernández Llanos le observa sonriente.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Bar Bárbaro”
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/bar-brbaro.html

sábado, 14 de noviembre de 2009

Aires Buenos de Buenos Aires

La Buenos Aires babélica y paradójica de la calle Corrientes -que nunca duerme, según el tango-, los teatros, los cafés, las pizzerías, las galerías comerciales y las eternas calles rotas, está personalizada también por sus plazas, sus parques y sus monumentos. Caminante, no pases sin mirarlos...y no los mires sin verlos.
Pasear sin prisa no es fácil, dado el ritmo trepidante de la “Buenos Aires bella en su bruma cortesana,/en su alcohol...” del poema de Julio Huasi, pero es interesante.
La andadura puede empezar en la intersección de la calle Corrientes y la Avenida 9 de Julio, donde se yergue un obelisco erigido en 1936 para conmemorar el cuarto centenario de la primera fundación de Buenos Aires.
Porque la llamada Reina del Plata es tan original que ha sido fundada dos veces. La primera por el español Pedro de Mendoza, en 1536, y la segunda por Juan de Garay, de la misma nacionalidad, el 11 de junio de 1580.
El Obelisco mide 67.50 metros de altura y está asentado sobre las bóvedas de dos subterráneos. Es hueco y lo recorre por dentro una escalera marinera, que sube hasta la afilada cúspide. Fue diseñado por el arquitecto Alberto Prebisch -que no tuvo nada que ver con el economista del mismo apellido- y se construyó en 60 días.
No lejos del Obelisco, en la Plaza de Mayo, está el monumento más antiguo y representativo del país: la Pirámide de Mayo, símbolo de la República, que data de principios del siglo XIX y es obra de Francisco Cañete.
En la Plaza de Colón está el Monumento de Cristóbal Colón, inaugurado en 1920 y donado por la colonia italiana. La estatua es de mármol de Carrara.
No podía faltar, en un país tan itálico como Argentina, un monumento a Garibaldi. Está en la Plaza de Italia, lógicamente. Hay otro a la Carta Magna y a las Cuatro Regiones Argentinas, conocido como el Monumento de los Españoles.
El máximo prócer argentino, el general José de San Martin, tiene su monumento frente a la estación de ferrocarril de Retiro. Su autor fue el francés Luis J. Daumas y el barroco grupo escultórico fue costeado por la municipalidad de Buenos Aires y un grupo de particulares. Se Inauguró el 13 de Julio de 1862. Su base fue elevada en 1910 para instalar figuras alegóricas a la campaña libertadora.
Entre tantos otros monumentos interesantes merecen especial mención los autómatas del Congreso: dos ciclópeas figuras de bronce que simulan golpear con mazas la campana de plata y cobre, de cuatro toneladas, de un reloj instalado en el último piso de la Caja del Estado, frente al monumento de los dos Congresos.
El figurativo artefacto fue montado en 1926 por Francisco Rebaudenco. Hecho en Turin por los hermanos Mlroglio, el reloj se inspiró en la llamada Torre del Reloj levantada en Venecla por Mauro Coducci en 1846.
El grupo escultórico que remata el rascacielos Atlas es una réplica exacta de otro erigido en la Catedral de San Marcos.
La estatua El Pensador de la Plaza del Congreso, frente al espectacular edificio neoclásico-barroco del Palacio de las Leyes, tiene su original en el panteón de París. Rodin, además del original, hizo dos copias: una la ya mencionada y otra que está en Nueva York.
Otro francés, el arquitecto que levantó la Estatua de la Libertad a la entrada del puerto de Nueva York, diseñó el Palacio del Correo Central de Buenos Aires.
Patios, puertas, cancelas...: “portones amplios, limpios, umbríos...”, dice el verso de Mario Binettl.
La iglesia ortodoxa rusa de la Calle Brasil, edificada a semejanza de los templos moscovitas del siglo XVII, con sus cúpulas bulbosas, acebolladas, de un verde plomizo, se recorta en el cielo de San Telmo, cobijando la historia de Buenos Aires colonial…
El templo, cuyo policromo altar mayor es una verdadera obra de arte, fue inaugurado el 6 de diciembre de 1901. Es la primera Iglesia Ortodoxa de la América de habla española.
Al final del paseo propuesto al principio puede uno encontrarse, por ejemplo, con el rostro pétreo de una mítica deidad que preside mayestáticamente la terraza de un edificio “Art Nouveau”, en la calle Rivadavia 2031, que los porteños o habitantes de Buenos Aires dicen que es la más larga del mundo.
Esa cara inmensa, de cuya barba selvática emergen los travesaños de una churrigueresca balaustrada, se asemeja al mascarón de proa de una antigua nao aventurera y parece contemplar, con hiératica estolidez, el azacaneo del viandante por la ciudad atrafagada y variopinta.

© José Luis Alvarez Fermosel

El momento más importante de la vida de Sean Connery

¿El momento más importante de mi vida?- Y Sean Connery -alto, fuerte, bronco, tostado por el sol-, dudó un instante y se puso a juguetear con la cinta de su sombrero Stetson gris claro, mirando a lo lejos.
Estábamos en Almería, o exactamente a 29 kilómetros de esta ciudad, una de las ocho que conforman la sureña provincia española de Andalucía. El sol brillaba en el cielo, pero la mañana, casi el amanecer, era fresca, cosa rara en esas latitudes. Por eso yo me había puesto un suéter.
Caballos y destellos acerados que venían de cañones de rifles emboscados. Todo, o casi todo, era de guardarropía.
Se rodaba Shalako, una superproducción de Edward Dmytryk, producida por Euan Lloyd, filmada en setenta milímetros, en technicolor y widescreen, que distribuiría Palomar Pictures en los Estados Unidos y Anglo Amalgamated en Inglaterra. (Copio estos datos del block en que los anoté, que todavía conservo; no crean que tengo una memoria prodigiosa).
Sean Connery había sustituído temporalmente el esmóquin blanco y la Walter del 7'65 de James Bond por la cazadora de ante y el Colt 45 del llanero, o habitante de las Grandes Llanuras norteamericanas de finales del siglo XIX.
Compartían honores estelares con él, Brigitte Bardot, Stephen Boyd -de quien me hice muy amigo, pero ésta es otra historia-, Peter Van Eyck, Jack Hawkins, Honor Blackman y Woody Strode. Un elenco bueno para una película mala.
- ¿El momento más importante de mi vida?-, repitió Sean Connery, mirándome de hito en hito. Y luego, sonriendo, me dijo:
- ¿Y ha venido usted hasta aquí para preguntarme esto?
- Bueno
-le contesté-, no supondrá usted que he venido, como todos, a preguntarle qué piensa de James Bond...
Sonrió otra vez e hizo un ademán ambiguo con la mano diestra:
- ¡Al diablo con James Bond...!
Después de permanecer callado durante unos segundos, me dijo lo siguiente, que copio del block que usé entonces, en el que todavía se leen mis anotaciones, hechas con una pluma estilográfica muy rara, pero muy funcional, que me regaló un amigo japonés y perdí al cabo de algunos años, como he perdido tantas otras cosas.
“Yo creo que el momento más importante de mi vida fue cuando me licencié de la Marina. Me enrolé en ella a los dieciséis años y pasé muchos tratando de hacerme un lobo de mar, sin conseguirlo. Surqué los siete mares y conocí ciudades remotas, tipos curiosos y me familiaricé con costumbres extrañas. Pero nada de todo esto me hizo vibrar de un modo especial. Lo mío no era el mar, ni los barcos. El día en que me encontré en un muelle con mi petate a cuestas, libre al fin, con el mundo por frontera, el cielo sobre mi juventud, ganas de hacer algo importante y una vocecilla que me decía al oído que era el dueño de mi destino por primera vez en mi vida, comprendí que ese momento era crucial en mi existencia. Se abría ante mí la posibilidad de hacer algo que definiera mi devenir posterior, la posibilidad de 'ser alguien', cosa que siempre ambicioné. Allí estaba, sólo conmigo mismo, con la facilidad de ir adonde quisiera, de hacer lo que me viniera en gana, bajo aquel sol agobiante y con el peso de una experiencia anormal a mis años que, indudablemente, me iba a venir muy bien en el futuro. He recordado después, muchas veces, aquel momento y he llegado a la conclusión, al cabo de los años, de que fue el momento más decisivo, más importante de mi vida. Yo me he hecho a mí mismo, ¿sabe? Todo lo que tengo ahora me lo debo a mí y a nadie más que a mí. Soy realista y duro. Lo he pasado mal en la vida. ¿Sabe que he sido camionero y he descargado cántaros de leche en Escocia? Por eso ahora, que he llegado, conservo los pies sobre la tierra y no me dejo deslumbrar por nada. La vida es así, amigo mío. En pleno siglo veinte, más cerca del final que del principio, no puede uno andarse con romanticismos ni con tonterías. Y ahora, perdóneme, pero tengo que volver a rodar".
Dijo Sean Connery. Luego se fue adonde estaba su caballo, un magnifico alazán, montó en él ágilmente y partió al trote largo hacia las cámaras.
La última vez que vi a Sean Connery, precisamente en Buenos Aires, volví a hacerle la misma pregunta y me dio la misma respuesta.



© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 13 de noviembre de 2009

El verdadero Allan Poe

Un trabajo revelador y, lo más importante, desmitificador, acerca de un gran escritor estadounidense, a veces sobrevalorado, otras subestimado.
Fue un poeta excelso, uno de los precursores de la novela policial, cuentista y periodista; hombre imaginativo y sensible, pero capaz de caer en actitudes extremas, quizás a causa del alcohol que consumió en exceso a lo largo de su breve e intensa vida.
Se trata de Edgar Allan Poe, de cuyo nacimiento se cumplieron este año dos siglos y cuyos cuentos, traducidos por Julio Cortázar, han sido reeditados por Edhasa.
El trabajo –publicado en el suplemento cultural Ñ- es de Jorge Aulicino, que no necesita presentación. Es, como le conoce todo el mundo, Jorge Aulicino, de Clarín, Buenos Aires.

Nota relacionada:

“Los mitos de un escritor incómodo”
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/11/12/_-02035505.htm

El declive del guionista

Daniel Kozak tiene razón cuando dice –en la revista de cultura Ñ, del diario Clarín de Buenos Aires- que el papel del guionista de cine comenzó a rodar, a partir de los años 50, por una pendiente que condujo a la realización de películas con pretensiones de…”aperturistas” -tan elogiadas por los esnobs irredentos-, sin cohesión entre argumento, acción y lenguaje y otras, si puede ser, todavía peores: las llamadas de “final abierto”, es decir, sin final porque sus directores, metidos a guionistas, no supieron terminarlas.
La nota relacionada le viene como anillo al dedo al buen aficionado al buen cine, y seguramente le despejará algunas incógnitas.


Nota relacionada:

“El duro oficio del guionista”
http://www.revistaenie.clarin.com/notas/2009/11/13/_-02039444.htm

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La callada por respuesta

En España se dice así, dar la callada por respuesta, cuando no se contesta un mensaje –antes diríamos una carta-, una llamada telefónica, una consulta, una petición, un saludo.
Ya se ha convertido en una costumbre, una costumbre moderna: no responder nada ni a nadie: ni sí, ni no, ni digo yo.
Es algo que a simple vista parece no tener sentido, con las facilidades que ofrece la tecnología de las comunicaciones.
Hemos hablado de cartas. Pues bien, escribir una en inefables tiempos pretéritos era complicado. Había que preparar el “recado de escribir”: pluma de ave, tintero, la salvadera –que vertía unos diminutos granos de arena sobre la fresca tinta del escrito, para secarla-, el lacre para cerrar el sobre, el sello que imprimir sobre el lacre…; luego tenía que disponerse de un correo de gabinete a caballo para que entregara los que se llamaban pliegos, que si los había firmado un rey eran, naturalmente, pliegos reales.
Pero ahora, teniendo buen dedo, no hay nada más fácil y más rápido que mandar un mensaje de texto, por ejemplo.
“Recibido”, puede decirse con el dedo. Y uno se queda tranquilo. Su comunicación no se perdió en el éter, llegó a destino.
No se trata de que uno quiera que le contesten con tanta letra como los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. Lo que uno pretende es saber si su recado llegó a la máquina –la que sea- del destinatario. Acuse de recibo, se llama esta figura.
Ya nos ocupamos en alguna otra ocasión de esta…”modalidad”, que no podría figurar en ningún manual de buenos modales.
Si el remitente no recibe respuesta debe dar por sentado que ésta es sí, o no, según el caso, me dijo gente que sabe a la que he consultado. También puede ocurrir que al destinatario “le de cosa” contestar, porque no tenga buenas noticias que ofrecer, y entonces lo deja todo así, en el aire.
Esto es una pejiguera, porque quien más, quien menos, con la velocidad con que corren los tiempos, necesita saber, en un lapso prudencial, si va a ser sí o va a ser no. O si lo escrito, o lo dicho, quedó registrado.
Casi siempre, uno insiste; y entonces viene la excusa:
- Pero, ¿cómo…? ¿No recibiste mi e-mail?
- No, no recibí nada.
- Pues te mandé uno, nada más recibir el tuyo.
Otra duda más. ¿Será verdad, no lo será? ¿Fallarán tanto los sistemas, que caerse ya se sabe que se caen?
Dudas hamletianas le corroen el ánimo a uno, un día sí y otro también, mientras espera una respuesta que sabe Dios si llegará algún día.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 10 de noviembre de 2009

Muchacha peinándose

Mary Stevenson Cassatt no pasó las penurias de tantos pintores de finales del siglo XlX en París, ni vivió la turbia bohemia de humo de cigarrillos y absenta -mansardas y cafés de arrabal- de muchos de sus contemporáneos.
Era hija de un banquero de Pittsburgh (Estados Unidos). Pasó, empero, casi toda su vida en París, donde gozó del apoyo de Degas –el pintor de las bailarinas-. Gracias a él entró a formar parte del grupo de los impresionistas.
Las influyentes amistades de su padre en los círculos industriales y financieros determinaron que muchas obras de pintores franceses llegaran a los Estados Unidos donde, por otra parte, los cuadros de Mary Cassatt eran conocidos antes de que se radicara en Francia.
El cuadro reproducido aquí, “Muchacha peinándose”, pintado en 1886, se conserva en la National Gallery de Washington. Es una expresiva muestra de su estilo, basado en un dibujo seguro y claro, fruto del estudio de las estampas japonesas.


© José Luis Alvarez Fermosel

Jacarandáes

Ya lo dije cuando pasó otras veces. Y lo escribí, aquí y en otros lugares. No voy a repetirlo. Por lo menos con detalle. Me limitaré a dar la noticia, porque es noticia, aunque no sea mala: han florecido de nuevo los jacarandáes.
Lo que significa que la ciudad está inundada de azul y de belleza.
Los jacarandáes son árboles raros y hermosos. Apenas florecen y ya están dejando caer sus flores color lavanda por todas partes.
Para acentuar su originalidad, florecen –y se agostan casi inmediatamente después- dos veces por año: en primavera y en otoño.
Hay jacarandáes en muchos países del mundo, no sólo en Argentina. Es una gloria verlos recién florecidos, esté uno donde esté.
A mí me parecen árboles de cuento de hadas y me empeño en que, cuando florecen, son portadores de buenas nuevas relacionadas con romances, viajes a lugares exóticos y cosas positivas y bonitas.
Ya me estoy pasando. Sólo quería dar la noticia, decir que acaban de florecer los jacarandáes, pero se me ha ido la mano. Siempre me pasa lo mismo.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 8 de noviembre de 2009

De trenes y trayectos

He utilizado muy poco los trenes en mis viajes, iniciados a temprana edad. Me desplacé en muchos países, y yendo de uno a otro en avión, en barco, y quien dice barco dice alíscafo, transbordador, lancha rápida, “zodiak” y bote de remos; viajé también en automóvil, en camión, en camello, en carreta de bueyes y en algún otro medio de transporte más o menos raro.
Por no haber nacido en los “locos años veinte” me perdí el Tren Bala, el Transiberiano, el Tren Azul y, lo que más lamento: el tren de los Balcanes, el legendario Orient-Express que pasaba por Ostende, Colonia, Viena, Subotica –al norte de Serbia- y Constantinopla, hoy Estambul.
A estas alturas es imposible no recordar el expreso de Shanghai de aquella película de Josef Sternberg, con Marlene Dietrich de protagonista. El traqueteo del convoy en la noche, y el penacho de humo de la locomotora que tornaba la luna gris. Dentro, espías, intrigas, romance. Ella, enigmática y bellísima, cargaba elegantemente con su pasado turbulento, mirando sin ver frente a sí, con un cigarrillo turco en una boquilla de jade entre sus dedos enjoyados.
También me perdí el Tren de Alta Velocidad español (AVE), que tarda poco más de dos horas en cubrir los 541 kilómetros que hay entre Madrid y Sevilla.
He tomado algún tren más o menos curioso, desde luego, como El Expreso del Amor de Suiza, el de la fresa, que tiene una locomotora de principios del siglo XX y cuyas azafatas reparten fresas durante el viaje a Aranjuez, a 60 kilómetros de Madrid.
En Aranjuez hay un palacio real, el Museo de Falúas y bellísimos jardines. Pasa el río Tajo -el más largo de España-; en una de sus orillas está, o estaba el merendero El (no la) Rana Verde.
También viajé en algunos de los inefables trenes a Avila, o a la Soria de Machado, que cantó poéticamente Agustín de Foxá:

La Navidad del tren; y las banderas
Que en el paso a nivel alza tu novia
Tan rubia sobre el túnel que negrea

Ahora, Guillermo Néstor Ramos, un ferroviario de muchas campanillas, me acerca a la memoria aletargada un viaje que hice de Buenos Aires a Herrera (Santiago del Estero) el 1º de julio de 1971, recién llegado yo -con muy pocos años, ¡ay…!- a la Argentina.
Guillermo, que es extremadamente meticuloso, me recuerda que en ese viaje –en el tren especial 2682, con locomotora Alco RSD16, número 8238- se estableció un récord de velocidad al alcanzar el tren los 135 kilómetros por hora entre las estaciones de Lugones y Herrera, del palo 864/9 al 885/1.
Viajaron autoridades, funcionarios, empleados y varios periodistas de Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Tucumán y Santiago del Estero, entre ellos Ricardo Romero, Ampelio Liberali, Antonio Salgado, Mauricio Zelman Grinberg y Jorge Gerendi. Grinberg escribió un artículo encantador, titulado “Soy de Herrera, irme no quisiera”, que distribuyó una agencia local de noticias.
De Grinberg y de Gerendi me hice amigo. Grinberg nos dejó hace ya muchos años. La amistad con Gerendi se afianzó. Hace algún tiempo que no sé nada de él.
Se labró un acta de ese viaje y a cada uno de sus participantes se le dio un diploma. Yo conservo el mío entre otros recuerdos de aquellos tiempos y de viajes por otros países.
En este momento me vienen a la memoria los sones de una tonadilla que cantaban las hermanas Fleta en Madrid sobre el expreso de Lisboa. Llegó el momento de poner punto final.



© José Luis Alvarez Fermosel

viernes, 6 de noviembre de 2009

Las miniaturas de Don Francisco

Hace honor Don Francisco Vázquez a la sentencia de Gracián: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”. Porque él escribe así: bien y brevemente, como plantea el dibujante en unos pocos trazos un boceto que podría quedar así, y ya sería un cuadro.
Don Francisco Vázquez –le pongo el Don porque le corresponde, y se lo merece- es escribano graduado en la Universidad de Buenos Aires. Y escritor. Es decir, que da fe dos veces.
Es autor de varios libros, entre ellos El Arte de la Era Espacial, Teoría del Arte, las novelas Las Cataratas del Arco Iris, El Rabadán y tres tomos de versos.
Gramático, lingüista, fundador y director del Boletín Gramatical, cuyo consultorio idiomático atendió por años, ha escrito también El Mundo Maravilloso de las Palabras, Gramática Práctica y dos tomos de una obra con un título sugestivo: “¿No podría usted, señor Traductor…?”. ¡Ay, los traductores, don Francisco…!
Ultimamente Don Francisco Vázquez ha dado a la luz dos tomitos –el diminutivo es por el reducido tamaño y la brevedad de los textos-: Miniaturas (Poemas para escribir en la uña) y Cuentos brevísimos, ambos libros enanos para cuentos pigmeos, de la colección En menos que canta un gallo.
El autor ofrece en esos libritos epigramas, historias y esos cuentos llamados “de salón”, que no son groseros y, sin embargo, tienen gracia, por lo menos algunos.
Anteriormente, nuestro escritor publicó dos libros de bolsillo: Devaneos Idiomáticos I y II, editados por CADAN, que no tienen nada de devaneo, sino explicaciones, comentarios, curiosidades y recordatorios de reglas gramaticales que no se observan.
Don Francisco me escuchaba cuando yo hablaba por radio. Y fue tan amable que me mandó sus Devaneos. Ahora que no estoy en la radio, me ha enviado sus últimos libros a mi casa.
Hombre de otros tiempos, creo yo, tiene excelentes maneras y una gran cultura. A mí me encanta coincidir con él en la defensa de un idioma tan rico, tan expresivo y tan eufónico como el nuestro, como el español que hoy se bastardea a diestra y siniestra.
Lo curioso es que quienes lo maltratan más son gentes que sentaron patente, no de corso sino de “intelectuales”, y quieren lucirse en salones y tertulias hablando de sus viajes, del mucho dinero que les costaron y poniendo de modelo a escritores enrevesados y oscuros que no hay quien entienda, ni siquiera los que presumen de haberlos leído, cosa que no hizo casi ninguno, entre paréntesis.
Don Francisco –que quizás no se haya librado de que alguno de sus deudos o amigos le llame Paco-, me ha hecho recordar con sus… “miniaturas”, como él las llama, esos objetos que se guardan a veces en el desván, y otras en un baúl, que si pudieran hablar nos contarían historias preciosas de quienes los poseyeron, casi siempre nuestros abuelos.
Códices miniados, el mazo de cartas para la partida de “bridge” en las tardes de lluvia, cajas de té de hojalata dorada, con un paisaje de Inglaterra estampado en azul, camafeos, el viejo revólver Lafaucheux del abuelo…
Debería haber más personas como Don Francisco Vázquez. Un caballero.


© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 2 de noviembre de 2009

Entrega en el café Drechsler (y III)

El hombre de gris se levantó con engañosa lentitud, sin apoyar las manos en la mesa y se dirigió al baño, deteniéndose apenas un instante en la mesa del supuesto scholar. Hizo un gesto de simpatía y, sobre la marcha:
- ¿Vermú con ginebra? –preguntó en perfecto alemán, con un ligero acento británico y un hilo de voz.
- Prefiero el screwdriver (4) –respondió su interlocutor en el mismo idioma y el mismo tono de voz casi inaudible.
Intercambiado el santo y seña, el hombre alto continuó su camino. El otro le siguió después de un par de minutos. Casi inmediatamente salió el hombre de gris, que volvió a su mesa, pagó, dejó una propina modesta y se dirigió a la salida.
Llevaba en la mano izquierda, cerrada y metida en un bolsillo de su elegante pantalón, el informe microprocesado que le había entregado el agente rubio en el baño. No estaba camuflado entre las hojas del diario Die Presse que se llevó el árabe, enterado de la entrega pero no del procedimiento. Los espías ya no se intercambian periódicos con papeles con información clasificada. El factor Abdul (5).
El hombre de porte marcial salió a la calle y se fue derecho a un automóvil negro de vidrios polarizados, estacionado frente al bar sushi. Un hombre rubianco y macizo, de grueso cuello, estaba al volante. Apenas entró su pasajero encendió el motor y partió a velocidad moderada.
El joven rubio se quedó en el café durante unos minutos, con la mirada perdida. Al cabo, dejó unos euros sobre la mesa e hizo un gesto a un camarero cercano para indicarle que no se iba sin pagar. Mientras ganaba la salida iba mascullando entre dientes una sentencia de Schiller: Mit der Dummheit kampfen Götter selbst vergebens, es decir, “Los dioses luchan en vano contra la estupidez”.
En la calle, tras caminar unos pasos, se perdió en el bullicio del barrio Freihausviested, abarrotado de galerías comerciales y sitios interesantes para los aficionados a la arquitectura. En pocos lugares de Viena hay tantos edificios modernistas. Los sábados se habilita el mercado de pulgas Flohmarkt, ideal para adquirir antigüedades y prendas y objetos de segunda mano.
Las nubes se habían llevado por fin a empujones a la tarde vacilante. Soplaba un vientecillo que hizo rodar por una acera una página desgarrada del Die Presse.

(4) Destornillador en español. Cóctel a base de vodka y jugo de naranja.
(5) Referencia, en la jerga de todos los servicios de inteligencia del mundo, a la propensión de los agentes árabes a meter la pata.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Entrega en el café Drechsler (II)
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/11/entrega-en-el-cafe-drechsler-ii.html)

domingo, 1 de noviembre de 2009

Entrega en el café Drechsler (II)

El día de autos, como se diría en un informe de juzgado, el local estaba bastante lleno. Los parroquianos rumoreaban con sordina. Olía a café, a pan tostado, a mantequilla caliente y a canela. La tarde se iba trastabillando, amparada por nubes difusas.
El hombre gris entró con paso firme y elástico y se sentó a una mesa, no lejos de la entrada. Todo en él era gris: el pelo, el traje –de buen corte-, la corbata, apenas un punto más oscura. Diríase que pretendía pasar inadvertido entre la multitud; y, efectivamente, salvo su elevada estatura, no tenía nada de distintivo ni de conspicuo: quizás, fijándose bien, un cierto aire de Rittmeister, capitán de caballería retirado, o de clubman británico. De ojos claros y mirada inquieta, lucía un bigote grande y vigoroso del mismo color del hierro, con guías incipientes, consecuencia de un frecuente retorcimiento que llegaría a producir con el tiempo un mostacho a la borgoñona, mosqueteril. No llevaba adorno alguno en las manos, ni sortijas ni pulseras de las llamadas “esclavas”. Sólo un reloj de acero de precisión, de esfera grande.
Cuando un camarero se acercó a su mesa le pidió un Inspanner, café doble con crema batida y unas tostadas con queso Liptauer. No tenía, o al menos no lo dejó encima de la mesa ni lo mostró, teléfono móvil. Parecía dispuesto a usufructuar una versión abreviada del “1-2-3-4” de los cafés vieneses, es decir: un café, dos vasos de agua, tres periódicos y cuatro horas para leerlos. Pero pidió sólo un diario: el Der Falter y se sirvió un vaso de agua de la infaltable jarra que le trajeron con el café y las tostadas.
El hombre rubio llegó enseguida. Era de estatura media, tirando a bajo, sólido, recio, de pelo rubio y abundante. Un mechón le caía sobre la frente casi hasta los ojos de un duro azul de lapislázuli. Tendría poco más de treinta años y el aspecto de un joven ayudante de cátedra de Antropología que jugara al ténis, o de un scholar en ciernes. Chaqueta de "tweed" en tonos verdes con coderas de ante, pantalón de franela, polo negro, mocasines Sebago. Pidió un Melange, un café con leche espumada, o sea, un capuchino, y un ejemplar del Die Presse, que mantuvo sin desplegar sobre la mesa. Tampocó hizo exhibición de teléfono celular, IPod o artilugio parecido.
El árabe surgió de la nada, fulmíneo, impredecible, oscuro, ominoso. Llavaba la cabeza tapada con la capucha de una parka. Apenas se le vieron, durante segundos, los ojos negros, que ardían como carbones al rojo y una nariz corva como un alfanje.
En dos saltos se plantó en la mesa del joven rubio, le arrebato el diario y se fue con él tan rápidamente como llegó. Se escuchó casi en el acto el motor de un coche que arrancaba ruidosamente.
El muchacho, que no había tenido tiempo de desplegar su diario, sonrió apenas. Hubo algo parecido a un leve estremecimiento en la parte del salón donde se había producido el singular episodio. A un camarero se le cayó una cucharilla. La calma retornó enseguida y el establecimiento volvió a registrar el ronroneo civilizado de los cafés centroeuropeos.

© José Luis Alvarez Fermosel

(sigue)

Nota relacionada:

“Entrega en el café Drechsler”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/10/entrega-en-el-cafe-drechsler.html)