domingo, 31 de mayo de 2009

¡Cuántas hormas...!

Qué curiosa imagen. La madera se luce, a la vista está. La madera de los peldaños de una escalera que no tiene principio ni fin; la madera de las hormas de los zapatos, inmortalizadas por un artista.
Las hormas son la dura entraña de los zapatos. Los conservan sin arrugas cuando no los luce su dueño y están guardados en un armario.
¿Qué madera podría conservarnos el alma sin arrugas? ¿Y dónde tendríamos que llevarla?
Metafísica barata aparte, no deja de chocar esta especie de testimonio del amontonamiento y el desorden, ennoblecidos por una fuerte luz naranja que da al conjunto una claridad que no merece por el tema .
¡Qué hubiera dicho Pablo Neruda al pensar que, quizás, las hormas podrían corresponder a otros tantos zapatos, propiedad de algún ricachón! Digo ésto porque al poeta chileno le llamó mucho la atención la gran cantidad de zapatos que tenía el duque de Alba en su vestidor.
Fue durante la Guerra Civil. El Duque estaba en Inglaterra. Los milicianos republicanos habían ocupado su palacio. Neruda, en un “tour” por Madrid, en el que empezaban a caer las primeras bombas, visitó el palacio de Liria –residencia del duque- y dedicó un párrafo de sus memorias a los zapatos del duque de Alba.
Neruda embetunó literariamente los zapatos del duque de Alba.
En otra dimensión, nosotros comentamos esta rara presencia con abundancia de madera en forma de escalones, por los que no suben ni bajan pies humanos calzados con zapatos, sino que sólo hay hormas de zapatos. Un poco fantasmagórico.
Escalones y hormas. Y la fuerte luz anaranjada que quizás haga juego con el color de la madera, y por eso está.
No teníamos otra cosa que hacer.


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Zapatos limpios, pensamientos claros”
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/06/zapatos-limpios-pensamientos-claros.html)

sábado, 30 de mayo de 2009

Aunque la mona se vista de seda...

Aunque hay dudas acerca de la etimología de la palabra snob -aceptada por la Real Academia Española como esnob-, parece ser que viene de la expresión latina sine nobilitas: sin nobleza.
Esa definición se divulgó urbi et orbi al saberse que los colegios y universidades más selectas de Inglaterra la consignaban en sus expedientes bajo los apellidos de los alumnos que no pertenecían a familias aristócráticas.
Los estudiantes sine nobilitas, que carecían de la distinción natural de sus compañeros nobles, procuraban imitarlos, comportándose de una manera que no les era propia.
Así parece haberse acuñado, a partir del siglo XVII, el término snob, cuya acepción fue popularizada por el novelista inglés William Thackeray en su obra El libro de los esnobs, una recopilación de artículos previamente publicados en el periódico satírico “Punch”.
Los esnobs presumen de lo que carecen y desprecian lo que tienen –que tampoco es mucho-; practican el quiero y no puedo, confunden la afectación y lo que en estas playas se llama tilinguería con la clase, el estilo y el buen tono, que no se adquieren con dinero, con estudio ni con nada. Se tienen o no se tienen. Sean cuales sean los orígenes. Yo he conocido vagabundos con mucha clase y gente encumbrada muy esnob.
Los que carecen de nobilitas se dan ínfulas con quienes creen que son menos que ellos y halagan e imitan a… “los de arriba”, porque el esnob es trepador; y yoísta, pagado de sí mismo, vanidoso y, a veces, deviene paranoico delirante.
Tratan de estar a la última moda, más que en lo que a la indumentaria se refiere, a los usos, costumbres y novedades; muere, por ejemplo, por todo lo que venga de Norteamérica.
Lo que aprendieron los esnobs en los Estados Unidos, o donde sea, lo tiran sobre la mesa, como un jugador sus naipes ganadores. La van de intelectuales. Son culturetas de Ateneo progre de pequeña ciudad de provincias.
El esnob nos recordará en cuanto pueda que vivió varios años en “Niú Yor” –así lo pronuncia él- y que en cuanto regresó a Buenos Aires se compró por 50.000 dólares un departamento en San Telmo con terraza y quincho que ahora vale 400.000.
Propio del esnob es hablar de dinero: del que tiene, el que se ha gastado en ésto, lo otro y lo de más allá y el que se va a gastar.
El esnob se mueve en los lugares de moda que él cree que le corresponden y, como es lógico, “come moderno”; es más, hace los honores a la cocina molecular, que cuenta con muchos adeptos que la califican de vanguardista, innovadora, lúdica, provocadora e inscripta en las tendencias más audaces de la nueva gastronomía universal.
La cocina molecular, también llamada de laboratorio, produce platos a base de oro de 24 quilates molido, yuca, jugo de trufa, taro: un vegetal originario de Tahití parecido al jengibre y agastache: una hierba aromática que tiene olor y sabor a anís. También se usa arena y un helecho terrestre llamado polipodio. En la cocina se emplean, entre otros instrumentos, mecheros Bunsen de laboratorio y nitrógeno líquido.
No todos los esnobs acaban como Beau Brummell. Algunos consiguen hacerse pasar por “gente bien”, medrar y adquirir una cierta cuota de poder. Hay que tener cuidado con ellos, porque son envidiosos y tejen intriguillas y comadreos que perjudican a los que verdaderamente saben ser y estar. Estos últimos son con frecuencia relegados, desplazados o víctimas de algún tipo de jaqueo o acoso.
Cuanto más sabe uno, cuanto más poder o influencia tiene, cuanto más admirado o popular es, más sencillo ha de mostrarse. Los más sabios, los más poderosos, los verdaderamente distinguidos no son afectados ni presumidos, ni se pasan la vida hablando de sus méritos; se dan con todo el mundo y se los admira y se los aprecia, así como se ridiculiza a los esnobs: eruditos a la violeta, desprovistos de densidad humana, talento, encanto, humor y muy propensos a caer en el ridículo del que, ya se sabe, no se regresa jamás.
“Aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. Según este antiguo refrán, es inútil que las personas intenten disfrazar su verdadera índole, pues ésta sale a relucir a la larga, de todos modos. Por extensión, suele aplicarse para señalar que por mucho que mejoren la fortuna y el estado de un ser humano, ello nunca podrá disimular sus falencias educativas y sociales.
Con ese proverbio ilustró el escritor español Tomás de Iriarte una de sus fábulas, a la que tituló “La mona”. Algunos autores señalan que la frase puede leerse en los “Diálogos” de Luciano. Entre los romanos corría un dicho similar: “La mona siempre es mona, incluso si se viste de púrpura”.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Variaciones sobre un mismo tema”
“Mejor claro que oscuro”


¡Que no cunda el pánico!

La llamada gripe porcina no es más grave que cualquier otro tipo de gripe, no es una peste, ni supone una grave amenaza para la población mundial; incluso es más leve que la gripe de toda la vida, la normal.
Lo han dicho varios médicos en muchas parte del mundo.
Ahora, la máxima autoridad en materia de epidemiología de la provincia de Buenos Aires, el doctor Mario Masana Wilson, asegura que la gripe porcina, que tanto revuelo está armando, no es más grave que una gripe estacional cualquiera.
Debe haber, como siempre en estos casos, un afán de desestabilización de ciertos grupos, interesados en arrimar al ascua su sardina sembrando el pánico colectivo y obnubilando a la población para que no centre su interés en asuntos más graves.
En declaraciones a Radio 10 de Buenos Aires, el doctor Masana Wilson ha dicho que si bien los casos de influenza –ha vuelto a llamarse así a la gripe, después de tantos años- aumentarán, el problema no lo plantean los números ni las estadísticas.
Hay que cuidarse, qué duda cabe. Otra cosa es dejarse embargar por el pánico sin motivo ni fundamento. Todos los años, en todo el mundo, se multiplican los casos de gripe, resfriados, catarros, bronquitis, etc., cuando viene el frío. Es normal.
Tal vez más peligroso que la gripe porcina sea el dengue, que sigue avanzando y del cual no se habla tanto.
Recomendamos leer la nota relacionada sobre las declaraciones del doctor Masana Wilson, recogidas por el diario Infobae el 30 de mayo de 2009, y consultar la web
http://www.virusdelainfluenza.com



© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Aseguran que la influenza A 'no es más compleja que gripe estacional' ”
(
http://www.infobae.com/contenidos/451603-0-0-Aseguran-que-la-influenza-A-039no-es-más-compleja-que-gripe-estacional039)



viernes, 29 de mayo de 2009

Ya se pueden comer los perfumes

Los catalanes, que ya se sabe que de las piedras hacen panes, acaban de hacer ahora perfumes comestibles. Es decir, los catalanes, no: un catalán, de nombre Jordi Roca, que inspirado por una bergamotas que recibió de Calabria comenzó a elaborar postres con perfumes y a incluírlos en la carta de su restaurante, porque tiene un restaurante en Barcelona en sociedad con dos hermanos.
Quizás Ferrán Adriá, otro catalán, el genio de la cocina molecular, se saque pronto una nueva carta de la manga, inspirado por la iniciativa de su paisano.
El diario madrileño El Mundo publica en su suplemento Magazine un interesante artículo al respecto que firma Sandra Fernández e ilustra el fotógrafo Eddy Kelele.


Nota relacionada:

“Perfumes comestibles”
(
http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2007/394/1176486424.html)

El síndrome de Peter Pan

Los “chicos”, como se denomina ahora a toda persona de cualquiera de los muchos sexos que hay, de edad comprendida entre los 12 y los 40 años, no quieren crecer. Padecen el síndrome de Peter Pan.
Psicólogos, psicoanalistas, sociólogos, semiólogos y otros estudiosos del comportamiento humano, analizan exhaustivamente este fenómeno y buscan orígenes, causas, factores determinantes e influencias.
Fabiola Czubaj ha publicado en el diario La Nación de Buenos Aires un magnífico trabajo que posteamos porque verdaderamente merece la pena divulgarse.


Entre la adolescencia y la adultezOdisea, la generación que se niega a crecer

Son los jóvenes de entre 20 y 35 años

> Ir a la nota
lanacion.com Ciencia/Salud S?do 10 de noviembre de 2007

La envidia

Según un viejo dicho inglés: "If the envy were a fever, all the mankind would be ill". En español diríamos: "Si la envidia fuera tiña…, ¡cuántos tiñosos habría!".
Con la envidia se nace. El envidioso no se hace de un día para otro. Quien no siente envidia nunca es que ha nacido con el lugar del cerebro en que anida esa sierpe ocupado por otra cosa. (Los frenólogos afirman que el cerebro se divide en compartimentos: aquí está la libido, allí la capacidad para aprender idiomas, al lado se encuentra la inteligencia, o la imaginación, y así sucesivamente.)
La envidia es latina, amarillenta, aceitosa. Viene del viejo “mare nostrum", del azul Atlántico, de la dorada Liguria, de la Marsella de la "Cannebière" y el castillo de If, de la... "Córdoba lejana y sola" de los versos de García Lorca, de la Córcega de Napoleón Bonaparte.
Aquí la envidia heredada de nuestros antepasados ha florecido como la hiedra que crece de noche y cubre los nobles muros de piedra berroqueña de los castillos, oscureciendo y mancillando su abolengo.
Los españoles -sobre todos los españoles-, los italianos, los franceses, los corsos, los griegos, somos muy envidiosos. Los latinos tenemos virtudes y defectos -la soberbia, entre ellos-, como todo el mundo. El más característico, el más marcado es la envidia.
En la deliciosa novela "Tartarín en los Alpes" del escritor francés Alphonse Daudet, Costecalde, el armero de Tarascón -un pintoresco pueblecito situado a orillas del Ródano, muy cerca de Nimes-, envidia terriblemente a Tartarín, el más conspicuo personaje del pueblo, vital, fogoso, desorbitado, cuyas aventuras, o una buena parte de ellas son producto de su calenturienta imaginación de hombre del "midi".
Costecalde se pone literalmente amarillo de envidia cada vez que se comenta en la taberna una nueva hazaña de Tartarín. En alguna ocasión sufre lo que parece un ataque de epilepsia. "¡Dejádme, dejádme -dice soltándose de quienes tratan de asistirle-: es la envidia...!".
Pasando de la ficción a la realidad, Francisco Franco, que gobernó España con mano de hierro (desenguantada...) durante 44 años (1939/1975), concedió muy pocas entrevistas periodísticas.
"París Match" hizo el milagro. La revista mandó a su mejor reportero –que hablaba español perfectamente- al Palacio del Pardo de Madrid, donde residía el sombrío y taimado general.
No recuerdo el nombre del periodista, que dijo antes de regresar a Francia que jamás había entrevistado a alguien tan difícil como Franco, quien como buen gallego contestaba siempre a una pregunta con otra.
"Sólo una vez obtuve de él una respuesta instantánea y tajante –reveló el periodista francés-. Cuando le pregunté que, conociendo tan bien a los españoles, cuál era a su juicio su principal defecto, contestó en el acto: ‘¡La envidia!’ ".
La envidia es muy mala consejera. Provoca murmuraciones, añagazas, injusticias, calumnias, puñaladas por la espalda, ruindad, odio…
En su nombre se han cometido tantos crímenes como en el de la libertad. No sé quién dijo que era un pecado judeo-cristiano. Ya al principio del Génesis, Caín mata a Abel por envidia. La Iglesia Católica, que considera la envidia como un pecado capital, la define a la perfección: tristeza del bien ajeno.
¿De qué bien ajeno? De todos. Mataríamos, si pudiéramos, a nuestro amigo del alma porque su mujer es más linda que la nuestra, o porque tiene un coche más moderno y más grande. Envidiamos a los ricos si somos pobres, a los jóvenes si somos viejos. ¡Ni qué hablar de quienes tienen más talento o ganan más dinero que nosotros, o se lucen más en su trabajo, teniendo la misma categoría!
La envidia es el principal factor determinante del "mobbing" o acoso laboral, uno de los males de nuestro tiempo. El menos inteligente, el menos capaz, el que se considera postergado arma enseguida una camarilla, la encabeza y se dedica a hacerle la vida imposible a su compañero más competente, más exitoso o más afortunado, que puede terminar sumido en una depresión.
El psicólogo estadounidense Harry Stack Sullivan definió la envidia como "un sentimiento de aguda incomodidad, surgido por el descubrimiento de que otro posee algo que nosotros creemos que deberíamos tener en lugar de él". El discurso del envidioso es repetitivo, monocorde y compulsivo respecto de lo que envidia y de con quién compite.
Pendiente de lo que poseen los demás, no reconoce lo que tiene él y nada o poco hace para sacarle partido. Su vida no gira sobre su realidad, sino sobre lo que desea conseguir y, en definitiva, sobre lo que echa en falta. La insatisfacción, la frustración y la rabia le dominan, hacen de su vida un infierno y, lo que es peor, convierte en un infierno la de aquellos a quienes envidia.
Así de maligna es la envidia, así de temible. Lo malo es que uno no puede librarse de ella, no puede evitar ser envidiado por esto, por lo otro o por lo de más allá.
iCuidado con los envidiosos disimulados! Calderón de la Barca dijo: "En los extremos del hado/no hay hombre tan desdichado/que no tenga un envidioso,/ni hay hombre tan venturoso/que no tenga un envidiado".

© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 27 de mayo de 2009

Gastronomía, identidad y carácter

La gastronomía forma parte de la entidad, no ya de la cultura de los pueblos; y éstos, cuando emigraron, llevaron su entidad, y con ella su cultura a los países que los acogieron.
Fue éste un fenómeno de ida y vuelta: las cocinas de América se enriquecieron con las contribuciones de la emigración, del mismo modo que lo hizo el Viejo Mundo con los aportes de la joven América: la patata –que salvó de hambrunas terribles a varios países europeos, entre ellos Irlanda-, la mandioca, el maíz, el tomate, el cacao, el ananás, la guayaba…
La joven América le dio color y calor a la sobremesa europea con el terrón de azúcar para el café, el ron y el tabaco.
Manuel Corral Vide, cocinero, “gourmand”, empresario gastronómico, escritor, comentarista de radio, gallego de pro afincado en estos lares desde hace muchos años, toca éste y otros no menos interesantes temas relacionados con la cultura culinaria en un documentado trabajo titulado Gastronomia e identidad, publicado –en gallego y en castellano- en la revista libro Gaviero (1) de Nuestra Identidad de la Fundación Galicia-Argentina (Instituto Gallego Santiago Apóstol).
El trabajo en cuestión tiene profundidad de ensayo, buena documentación, fundamento y está escrito con un gran dominio de ambas lenguas, el gallego y el español, lo cual lo hace más estimable, en estos azarosos tiempos que corren, en los que se escribe y habla tan mal.
Corral Vide le da a la gastronomía la importancia que tiene y resalta que “cocinando, en síntesis, el hombre aprendió a hablar, a manejar conceptos abstractos y luego, al migrar, la cocina le permitió mantener intactos los rasgos básicos de su identidad”.
Se especifica que “la gastronomía española en general y la gallega en particular constituyen un nuevo aporte que ha de modificar y caracterizar la cocina americana, sobre todo la argentina del siglo XX”.
Nefasto es el hecho de que algunos cocineros de tres al cuarto pretendan desvirtuar con efectismos y modalidades posmodernas la quintaesencia de una gastronomía que viene desarrollándose con inteligencia, “savoir faire” y amor desde hace siglos.
Manual Corral Vide carga contra los gurúes mediáticos, las imposturas comerciales y las utopías fraudulentas del “marketing” exacerbado.
“¿Cómo es posible –se pregunta- borrar de un plumazo, o golpe de cucharón, tantos siglos de delicada puesta a punto, de búsquedas pacientes en la elección, tanto de productos alimentarios como de la forma de elaborarlos”.
Refiriéndose a Galicia, Corral Vide sostiene que una región de España con una cocina de tanto carácter no puede permitirse el lujo de dejarse deslumbrar por el esnobismo, la superficialidad e incluso la cursilería imperantes en la actualidad en todos los aspectos, y también en el gastronómico.
La cocina gallega cruzó el Atlántico junto con los emigrantes que trajeron con ellos sus tradiciones gastronómicas y su sabiduría ancestral a la hora de meterse en la cocina y poner pucheros al fuego.
Otros pueblos, como el italiano, hicieron lo mismo. Corral Vide recuerda que “Jorge Luis Borges, habituado a una dieta monótona de bife con ensalada, cuenta el increíble descubrimiento gastronómico que hizo, cuando contaba sólo con 10 años, en la casa de un amigo cuyos padres eran italianos: ´pastelitos de masa con un relleno muy raro, bañados con salsa de tomate y espolvoreados con queso rallado´. Era 1919 y Borges probaba los ravioles por primera vez en la casa de unos inmigrantes”.
Corral Vide propone la creación de una Escuela de Cocina Gallega en Buenos Aires, a fin de enseñar a cocineros las particularidades de esta gastronomía.
“Nuestra auténtica cocina –dice Corral Vide- no merece estar recluída en el seno familiar, ni desaparecer junto a nuestros abuelos y abuelas”.
Nuestro polifacético y gran amigo añade, como resumen, que “la gastronomía, junto con la música, el baile y la lengua, es uno de los fenómenos culturales que más aporta para defender nuestra identidad nacional”.

(1) Marinero a cuyo cuidado está la gavia, vela que se coloca en el mastelero mayor.



© José Luis Alvarez Fermosel

lunes, 25 de mayo de 2009

Nueva tendencia

Lo último de lo último, en Nueva York, es embotellar agua del grifo, o de la canilla, y venderla, Lo bueno, o lo malo, es que hay gente que la compra, que se la compra a TAP´D NY, una empresa recién iniciada y que ya está “posicionándose” muy bien en el mercado norteamericano.
Ahora bien, ¿por qué pagar por algo que podemos obtener gratis? Ahí está la madre del cordero: ¡es que es “cool”!
“To be cool or not to be cool; that´s the question…” Ah, y marcar tendencia, no nos olvidemos de marcar tendencia. Está de moda. Y quien más, quien menos, todos nos despepitamos por estar a la moda, a la última, si es posible.
Sesudos analistas del comportamiento humano comenzaron ya a estudiar este fenómeno social.
En lo que al agua embotellada se refiere, en concreto, ya se ha dicho que la iniciativa pretende contrarrestar, con esta moda, otra moda: la de consumir aguas minerales de remota procedencia como, por ejemplo, Islandia, las islas Fidji, Noruega, el principado de Andorra y las islas Chafarinas.
Los expertos en “marketing” –el novio de la moda- dicen que con el agua de la canilla, o del grifo, embotellada, se suprimen manipulaciones y procesos, como el transporte, que son contaminantes. ¡Todo sea por la ecología!
Y por la moda, porque –repetimos- beber agua corriente en botella marca tendencia.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“¡A mascar hielo!”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/09/mascar-hielo.html)
“El agua y la salud”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/08/el-agua-y-la-salud.html)
"Agua"
(http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/04/agua.html)
“Bebidas inteligentes y… ¡agua!
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/bebidas-inteligentes-y-agua.html)

Siboney

 
El hermoso canto de amor Siboney es lo único que ha quedado del indio cubano de ese nombre, el que inventó el fumar aspirando el humo por dos horquillas de caña que se metía en los orificios nasales, el indio más antiguo, puesto que fue el que recibió a Colón.
Ernesto Lecuona fue el autor de Siboney y también de otras canciones y danzas no menos difundidas y aplaudidas, como Damisela encantadora, Siempre tú en mi corazón, María la O, Noche azul y Para Vigo me voy.
Lecuona fue fundador de la Orquesta de La Habana. A los cinco años ya daba conciertos de piano. A partir de los 22 hizo presentaciones en Nueva York, España y Francia. Compuso las obras Malagueña y Andalucía.
Quizás Siboney haya sido algo así como su “trademark”. Yo escuché la canción por primera vez, de niño, en la voz de Grace Moore en una película norteamericana titulada “When you´re in love”, que significa Cuando te enamoras y en España se dio, muchos años después de estrenada en Hollywood, con el título de Romanza de amor.
Grace Moore fue la gran soprano de las comedias musicales de Broadway. Cantó en el Metropolitan Opera House de Nueva York. Fue candidata al Oscar como mejor actriz en 1934 por su trabajo en “One night of love”, Una noche de amor en español.
Grace Moore se mató (como la también actriz Carole Lombard) en un accidente aéreo, al estrellarse en Copenhague, en 1947, el avión en el que volaba durante una gira de conciertos por toda Europa. Dejó escrita una autobiografía: Sólo se es humano una vez (1944). Kathryn Grayson la personificó en el film Esto es amor (1953.)
También hizo de Siboney una magnífica creación el barítono dominicano Eduardo Brito, que alcanzó una cota altísima en la historia de la música de su país y se hizo famoso internacionalmente.

© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 24 de mayo de 2009

Por puro empirismo

Las reglas están escritas, o se reciben verbalmente de nuestros mayores. Las reglas del buen comportamiento y otras. Pero muchas de las cosas que hacen a un caballero se aprenden, por ejemplo, viajando y sacando partido de los viajes, o viendo lo que hacen los demás, o preguntando a los que saben de verdad, no a los que dicen que saben, que siempre son sospechosos.
Hay conocimientos que se adquieren por puro empirismo, como saber que la tira de apio o zanahoria que emerge del “bloody Mary” cuando nos lo sirven se come, no se deja al lado de la copa. Para ello hay que haberse tomado unos cuantos “bloody Mary”, o haber visto cómo se los tomaron otros, o haber escuchado de jovencito la amable sugerencia de un viejo barman amigo de nuestro padre.
- Muy bien, y con los carozos de las aceitunas, ¿qué se hace si uno no tiene dónde dejarlos?
- Le recuerdo la famosa “prueba del cenicero” que se aplica en ciertos “colleges” de Oxford. Se invita al candidato al “common room” para que conozca a todos los profesores y se sirven bebidas alcohólicas –por lo general “gin tonic” y jerez-, y se pasan unas bandejas con aceitunas verdes y negras. El candidato se come una aceituna y se da cuenta de que no hay un lugar “ad hoc” para depositar el hueso, o el carozo, como se dice en Argentina. ¿Qué hacer? Si se traga el carozo o lo tira al suelo está perdido. El que gana es el que se acerca a cualquiera de sus anfitriones y le dice con toda naturalidad: “¿No podría traer alguien un cenicero para poner los huesos de las aceitunas?” En cuanto a los norteamericanos, los estudiantes de Yale entran en la universidad como si conocieran al rector de toda la vida; los de Princeton como si la universidad les perteneciera y los de Harvard como si les importara un rábano quien es el rector. Yo me quedo con estos últimos.
Así como hay detalles para andar por casa –la de uno y la del vecino-, también los hay para andar por la calle.
Si alguno de esos chicos o chicas que reparten papelitos nos ofrecen uno y se lo aceptamos –no hay obligación de hacerlo-, démosles las gracias, que no nos cuesta nada.
Si hay un señor que canta tangos en una vereda, o toca el violín o cualquier otro instrumento, y tiene a sus pies una gorra o un recipiente para que el transeúnte que quiera escucharlo deje ahí su óbolo, escuchémosle hasta que termine y aplaudámosle. Es un artista, callejero pero artista, y no podemos tirarle unas monedas al pasar como a un mendigo.
- Oiga usted, ¿y si un caballero adinerado le da un cheque a una señora, o a una señorita, en pago de … lo que sea y ella le añade un cero a la cifra que escribió él?
- Pues si es un caballero no tendrá más remedio que honrar su firma.
- El dinero, ¡ah…, el dinero!
- Enseguida se ve quien lo tiene y desde hace cuánto. Cuando se tiene hay que gastarlo –sabiendo gastarlo-, pero sin hacer ostentación. No hay que llevar carradas de dinero encima, ni andar por ahí esparciéndolo por las las mesas, ni siquiera en las de juego, que para eso están las fichas.
Se tenga mucho dinero o poco, hay una regla de oro: manejarlo con rapidez, no obligando a los demás a fijarse en él, o a lo que uno ha comprado con él.
No puede tenerse lo que se conoce como buen tono sin estar educado; pero pueden observarse todas las normas de la buena crianza y no tener buen tono, o clase, que es una actitud particular que no está al alcance de cualquiera.


© José Luis Alvarez Fermosel

El chacachá del tren

La radio pasa una vieja canción de Pedro Infante: “Pénjamo” (1). Como entre nieblas claras, entre dormidos ecos que se despiertan, acuden a mi memoria parte de la letra y la musiquilla, entre dulzarrona y ratonera; pero no la recuerdo cantada por Pedro Infante, sino por las inefables hermanas Fleta.
Elia y Paloma Fleta surgieron en España a mediados de los 50, cuando uno aprendía a multiplicar, o poco más. No tenían buena voz, ni mala, ni cantaban bien, ni mal, ni eran guapas, ni feas: está claro, ¿no?.
Lo malo es que eran hijas nada menos que de Miguel Fleta, un tenor lírico excepcional cuya fama trascendió las fronteras españolas para proyectarse en toda Europa, una buena parte de América, Japón y China. Cantó en la Scala de Milán, el Metropolitan Opera House de Nueva York y fue dirigido por Arturo Toscanini.
Las hermanas Fleta tuvieron algo más que quince minutos de fama, que aprovecharon bien porque, espoleada nuestra memoria por el gran poder de evocación que tiene la música, recordamos que sus vocecillas bien conjuntadas se escuchaban por todas partes: en las emisoras de radio –la televisión aún no había llegado a España-, las salas de fiesta y los cabarés elegantes.
“El chacachá del tren” (audio) y “Pénjamo” fueron sus caballitos de batalla. Gracias a esas canciones, bastante pegadizas, y a otra cuya letra sostenía con lógica aplastante que “una casa portuguesa es con certeza una casa portuguesa”, terminaron por colocarse bien: hicieron las consabidas giras por provincias, actuaron al aire libre en las “boîtes” de verano, grabaron discos y cantaron por fonética en portugués, francés, inglés e incluso alemán. Dicen que ganaron mucho dinero. No sé si tanto.
Salían a veces, nunca la una sin la otra, en alguna revista de espectáculos. Y se las escuchaba por todas partes con aquello de “Con el chacachá del tren,/el chacachá del tren,/que gusto da viajar,/cuando se va en el tren,/pues parece que el amor,/con su dulzón vaivén,/ produce más calor/ que el chacachá del tren”.




Mi padre no las podía ver ni en pintura. Las comparaba con su ilustre progenitor –ya se sabe que las comparaciones son odiosas- y las pobres salían perdiendo, como era natural.
Acudo a Internet, que me acerca sus rostros, sus figuras y sus voces, y siento una ternura y una melancolía muy profundas porque me devuelven ese niño que fui, que iba a un colegio de frailes severos, cuyas diversiones eran muy simples y muy limitadas y que soñaba con altos castillos con sus torres entre nubes, verdes praderas por las que galopar en un caballo ruano y princesas lejanas que luego descubriría que existieron en el estro de un poeta francés.
Siento que quiero, que siempre quise a las hermanas Fleta, que a decir verdad no eran ni chicha ni limonada, pero no se trata de eso, sino del pequeño pero simpático papel que jugaron en nuestra vida de entonces, donde no había grandes papeles que interpretar.
La radio –caigamos una vez más en el lugar común de decir que tiene magia, y a lo mejor la tiene, después de todo- me trae el tembloroso aleteo, como el de una de esas mariposillas de verano que se cuelan por las ventanas abiertas y vuelan torpemente en torno a una lámpara, la remembranza agridulce de unas voces apresuradas y un poco mecánicas que le cantaban a ciudades lejanas y otras veces a un tren, vehículo poético si los hay, donde un portugués pretendía tejer un idilio de urgencia.
Las hermanas Fleta salieron tan súbitamente como entraron de la vida artística de un país abierto al esparcimiento y la diversión, que recibía con alegría las manifestaciones de todos los artistas que quisieran poner una nota de esperanza o de humor, o sencillamente de sentimiento, en aquellos días de recuperación y confianza en un futuro feliz, que por fortuna llegó enseguida.

(1) Ciudad de México, en el estado de Guanajuato, a 21 kilómetros de Abasolo. Iglesia de los Remedios, de hermosa portada barroca del siglo XVIII.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 23 de mayo de 2009

Henry se llamaba el gato

Este que sigue es el sistema ideal para escribir un cuento. Se lo pasó el escritor estadounidense O´Henry a un joven periodista de su misma nacionalidad y él mismo lo utilizó para su relato más famoso, “El regalo de los Reyes Magos”, que los críticos consideraron siempre como uno de los mejores.
“En primer lugar hay que conseguir una mesa de cocina, una silla de madera, unas cuantas hojas de papel en blanco, un lápiz y un vaso. Estos elementos son los soportes. Luego se adquiere una botella de whisky escocés y unas naranjas; llamaremos a esto el suspenso. A continuación echaremos whisky en el vaso, afilaremos el lápiz, pelaremos una naranja y empezaremos a escribir en la primera de las hojas que tenemos en la mesa. Estaremos así en la fase de la ejecución. Tres horas más tarde, vacía la botella de whisky, consumidas las naranjas y escritas varias hojas, tendremos un hermoso cuento. Habremos así llegado casi al final, porque lo único que nos quedará ya será enviar el cuento por correo a la revista”.
Brillante, inquieto, desprejuiciado, heteredoxo, presidiario, dipsómano, William Sidney Potter, que en realidad era farmacéutico, devino escritor y humorista, lo cual no le impidio ser también trazador de planos, pastor de ovejas, fundador de un semanario de humor titulado “The Rolling Stone” y vivir en Honduras. Agítese y sírvase con poco hielo.
La vida de O´Henry fue un cóctel de vivencias, viajes, aventuras, desventuras y, desde luego, de fuerte contenido alcohólico. Lo mató el whisky de centeno el 5 de junio de 1910. Había nacido en Greensboro (Carolina del Norte), el 11 de setiembre de 1862. En el momento de su muerte, a los 48 años, tenía en el bolsillo 23 centavos de dólar.
En Austin (Texas) residió en casa de un amigo por espacio de tres años. Uno de los habitantes de la vivienda era un gato llamado Henry. Todo el mundo se pasaba la vida diciendo “Oh, Henry!”. De ahí surgió el seudónimo de uno de los más eximios cultores del cuento corto, la acción de muchos de los cuales transcurre en Nueva York.
El título del relato “Los cuatro millones” se refiere al número de habitantes de la ciudad a comienzos del siglo XX y al hecho de que cada uno de ellos podía constituir una historia merecedora de ser narrada.
Sus cuentos más conocidos fueron “Un amante tacaño”, “Best seller”, “Vocación mesiánica”, “El regalo de los Reyes Magos” y “El oro que relucía”.
Siempre se dijo que sus narraciones breves prefiguraron a algunos de los mejores escritores norteamericanos, como Truman Capote, J.D. Salinger, Raymond Carver y Tom Wolfe, por no citar sino a unos pocos.
Jorge Luis Borges, que lo admiraba profundamente, sobre todo por los finales imprevistos de la mayoría de sus cuentos, dijo que “Edgar Allan Poe sostuvo que todo cuento debe redactarse en función de su desenlace. O´Henry exageró esta doctrina y llegó así al ´trick story´, al relato en cuya línea final acecha una sorpresa. Ese procedimiento, a la larga, tiene algo de mecánico. O´Henry nos ha dejado, sin embargo, más de una breve y patética obra maestra”.
¿Por qué estuvo preso? En 1891 era cajero del “First National Bank” de Austin. Fue acusado de apropiarse de una pequeña suma de dinero. Por temor a ser arrestado abandonó todo, incluso a su esposa, y se embarcó rumbo a Honduras, vía Nueva Orleáns.
En el país centroamericano vivió casi siete años. Volvió a los Estados Unidos al enterarse de que su mujer, Athol Estes, se hallaba en muy mal estado de salud. Detenido al fin por su desfalco al banco fue juzgado y condenado a cinco años de prisión, que habría de cumplir en la penitenciaría de Columbus (Ohio), pero fue liberado tres años después por buena conducta.
El premio “O´Henry Awards” de cuentos creado en su honor es uno de los más importantes del mundo. Lo han recibido, entre otros, Los escritores William Faulkner, Dorothy Parker, Truman Capote, Saul Bellow, John Updike, Flannery O´Connor e incluso el director de cine Woody Allen.


© José Luis Alvarez Fermosel


viernes, 22 de mayo de 2009

Juan Gris


Juan Gris no tuvo nada de gris, salvo su seudónimo. Su verdadero nombre era José Victoriano González-Pérez.
Discípulo del académico Moreno Carbonero, empezó publicando dibujos modernistas en semanarios como Blanco y Negro –que acogió a dibujantes e ilustradores de primerísima línea- y Madrid Cómico.
Nacido en Madrid, se fue a París en 1906 (todos se iban a París), donde conoció a Pablo Picasso y, por él, a maestros del pincel de la categoría de Georges Braque y Maurice Reynal, poetas como Max Jacob y Guillaume Apollinaire e incluso a algún próspero y conocido comerciante, como Daniel-Henry Kahnweiler. Después de cuatro años de la correspondiente bohemia y la no menos correspondiente malaria económica, y tras complicados avatares de familia, se dedicó en serio a la pintura y de la mano de Braque, Picasso y Cézanne se incorporó tímidamente al cubismo, en principio con cuadros tan grises como su seudónimo.
Pero en 1912, ya incorporado al cubismo, expuso por primera vez en el famoso “Salon de Indépendents” de París. Esa muestra fue la primera de una serie de ellas, a las que siguió su consagración.
En la segunda etapa de su vida ingresó en el reducido y cerrado círculo de grandes pintores, sus cuadros empezaron a venderse bien y son los que pasaron a la historia: “La mujer del cesto”, “El libro rojo” (foto), “Mujer en la ventana”, “El mantel azul…”
En su obra “El reloj” aparecieron por primera vez los “papiers collés”, o papeles pegados.
El 11 de mayo de 1927, a la temprana edad de 40 años, Victoriano González-Pérez, Juan Gris para la pintura universal, murio en Boulogne-sur-Seine, Francia, de un ataque de asma.
Como suele ocurrir, tuvieron que pasar muchos años para que se le considerara, por unanimidad, uno de los pintores más representativos del cubismo del siglo XX y un artista excepcionalmente dotado.
Recordé a Juan Gris al ver hace unos días, entre varias fotos tomadas por mi mujer en Madrid, dos años atrás, la de una placa que recuerda que el pintor nació en la calle del Carmen número 4 de la capital de España.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 19 de mayo de 2009

La dignidad y el silencio

“Vivir adrede” es el título de una de las últimas obras del escritor uruguayo Mario Benedetti, que murió en su Montevideo natal el 17 de mayo de 2009, a los 88 años. La obra fue presentada en la XXX Feria Internacional del Libro de Montevideo. Las delegaciones de Venezuela y Cuba quisieron hacerle un homenaje, que él declinó con la modestia que le caracterizó toda su vida.
“Vivir adrede”. Así vivió Benedetti, no como tantos pasmarotes que viven sin saber que lo están haciendo. Vivió con dignidad y en silencio –no en vano era uruguayo-. Tampoco hizo, como tantos otros con muchos menos méritos, un culto al yo.
Disentíamos en infinidad de cosas, pero teníamos una en común: la obsesión por no importunar al prójimo.
Por eso se ha ido serena y calladamente, en paz con todos y consigo mismo. Nos deja una obra profusa y variopinta que le instaló en un lugar de privilegio y honor de la literatura latinoamericana.
Sólo añadiré que hace un par de años estaba yo una tarde tomando unas cervezas con mi madre, mi mujer y mi hija en un pequeño bar de un barrio popular de Madrid. Hojeaba una agenda Moleskine que me acababa de comprar en El Corte Inglés. Mi hija la tomó en un momento dado y después de mirarla y remirarla por todas partes escribió en la primera hoja el poema de Mario Benedetti titulado “A tientas”, que transcribo a continuación como un homenaje póstumo a su memoria.
Fue un buen escritor. Y un buen hombre, que en fin de cuentas es lo que importa: lo que importa a los hombres buenos, claro está.

© José Luis Alvarez Fermosel
A tientas

Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
uno adelanta manos como un ciego
ciego imprudente por añadidura
pero lo absurdo es que no es ciego
y distingue el relámpago la lluvia
los rostros insepultos la ceniza
la sonrisa del necio las afrentas
un barrunto de pena en el espejo
la baranda oxidada con sus pájaros
la opaca incertidumbre de los otros
enfrentada a la propia incertidumbre
se avanza a tientas / lentamente
por lo común a contramano
de los convictos y confesos
en búsqueda tal vez
de amores residuales
que sirvan de consuelo y recompensa
o iluminen un pozo de nostalgias
se avanza a tientas / vacilante
no importan la distancia ni el horario
ni que el futuro sea una vislumbre
o una pasión deshabitada
a tientas hasta que una noche
se queda uno sin cómplices ni tacto
y a ciegas otra vez y para siempre
se introduce en un túnel o destino
que no se sabe dónde acaba.

© Mario Benedetti

lunes, 18 de mayo de 2009

El vino suelta la lengua

Fijados a las paredes de la mayoría de las tabernas y establecimientos similares de España hay azulejos de Talavera de la Reina (1) y letreros con dichos, citas, refranes y otras expresiones castizas, algunas muy graciosas, casi todas referentes al vino y sus bondades.
Otras tocan temas relacionados con gente de toda laya y sus ocurrencias, dan consejos y transcriben epigramas y afirmaciones rotundas, unas con firma, la mayoría sin ella.
“¡Qué yo no soy un destripaterrones!”, reza una de ellas, pintada a mano en la pared de una taberna de la calle de Embajadores. (Se le llama destripaterrones, un poco peyorativamente, pero sin demasiada mala leche, al hombre que trabaja la tierra.) Otra se refiere a una mujer que alguna vez ofició de buena samaritana gastronómica: “¡Viva Carmen, que me ha ‘pagao’ el desayuno!”
En otro de esos locales, para que no hubiera duda, alguien escribió: “Aquí abrimos todos los días, como las funerarias”.
En el bar andaluz Quitapenas -¡qué buen nombre para un bar!-, que está muy cerca de la Puerta del Sol, en pleno centro de Madrid, hay un cartel que dice: “Si quieres ser moderno y elegante, vente a Quitapenas todos los días a partir de las diez en adelante”.
“Si bebes para olvidar, paga antes de empezar”. “Ley del bar: Angel de la guarda/que guardas a los pecadores,/aparta de esta casa/a los malos pagadores”.
“Gástate en juerga y vino lo que has de dar a los sobrinos”. “De la mujer y el vino, no te burles, compañero”.
Las anteriores son frases de pared, y las que siguen también:
“Las penas con vino son menos penas; y si son con amigos, ya ni te digo”. “Para ser carpintero de fama, hace falta ser buen bebedor: con la fuerza del vino y las copas, la herramienta trabaja mejor”. “El vino, tinto y a menudo”. “Dame, Dios, un marido rico, aunque sea un borrico”. “La buena vida es cara; la hay más barata, pero no es vida”.
Recordemos el epitafio grabado en la tumba de Asurbanipal o Sardanápalo (2): “Edamus, bibamus, gaudemus: post mortem nulla voluptas”, que traducido del latín al español quiere decir: “Comamos, bebamos y seamos felices, porque tras la muerte no hay placer”.

(1) Ciudad de la provincia española de Toledo famosa por su alfarería y su cerámica
(2) Rey de Asiria en el siglo VII antes de Cristo.


© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Más refranes”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/05/mas-refranes.html)
“Refranes”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/05/refranes.html)
“Más epigramas”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/04/mas-epigramas.html)
“Epigramas”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2009/04/epigramas.html)

sábado, 16 de mayo de 2009

Descanso en Suiza

En nuestras épocas de febríl azacaneo por Europa, siempre que podíamos hacíamos una parada de al menos una semana en Suiza -en Zurich, Berna, Lausanne, preferentemente en Ginebra-, a fin de desestresarnos y descansar.
No hay país más tranquilo y más pacífico que Suiza, al que ya sabemos que van muchos millonarios a guardar su dinero en cuentas secretas, nos anticiparemos a decirlo antes de que nos lo refrieguen por la cara.
No hemos tenido nunca dinero en Suiza. Pero hemos disfrutado del silencio de sus cafés, después de ensordecer con el griterío de las tabernas españolas, las “trattorías” de Roma y el bullicio de los zocos marroquíes.
En los café suizos suele verse a muchos señores de aspecto grave, casi todos leyendo el “Journal de Gèneve”. Antes, cuando se fumaba, casi todos lo hacían y muchos en pipa: pipas preciosas, algunas curvas, otras con cazoleta, todas de buena madera y alguna de espuma de mar.
Los cafés de Ginebra huelen, o por lo menos olían cuando yo los frecuentaba a té con limón, cuero de lujo, pan tostado y aguardiente de cerezas.
Puerta de los Alpes, capital de la Reforma, cuna de la gran obra humanitaria de la Cruz Roja (fundada por ginebrinos en 1864), la ciudad de Rousseau y Calvino, en la que murió Borges, se encuentra en la vanguardia de nuestros recuerdos de otras ciudades con lagos y montañas.
En el cine Plaza vimos “Doctor Zhivago” y el tema de Lara nos bailoteó en el cerebro como la musiquilla machacona de la canción “Patricia”, de la película “La dolce vita”.
En Suiza se pierde la noción del tiempo, pese a su exacta y compleja relojería, determinante quizás de la puntualidad matemática de sus habitantes.
Constituye un espectáculo incomparable la vista de la ciudad desde la esquina de la calle Mont Blanc con el muelle. La rada y sus buques, y en lo alto la catedral. Si no hay niebla se ven las montaña de la Alta Saboya y el Mont Blanc.
La iglesia de Saint Germain es una bella muestra del gótico del siglo XV. Costeando el Quai des Bergues se ven en el medio del Ródano la isla Rousseau y los altos álamos que dan guardia a las estatuas del filósofo ginebrino. Después del Puente de la Máquina se pasa hacia la izquierda sobre el Puente de la Isla, donde está la torre del mismo nombre. En un muro se recuerda que Julio César mencionó su paso por Ginebra en sus Comentarios, en el año 58 antes de Cristo.
Plaza Bel Air, calle de la Corraterie. La Plaza Nueva, en cuyo centro se alza la estatua ecuestre del general Dufour, pacificador de Suiza en 1874. No hay otro país que siga en paz tantos años después de haber sido pacificado. La última arma que se disparó en Suiza fue el arco de Guillermo Tell.
El lago está siempre azul. Los parques son más azules que verdes, de un tono entre jade y lapislázuli. Ginebra es una ciudad de jardines y aguas azules.
En “Roberto”, 13 Rue Madeleine -¿recuerdan la película del mismo título?-, choqué mi copa de kirch años ha con las de Rafael Martín, de Televisión Española, y Lorenzo Herranz, de la revista Spic.
Las mujeres ginebrinas son altas y fuertes, casi todas de pelo rubio y ojos claros. Vestidas de cualquier manera, caminan a grandes pasos por las calles, camino del mercado o del centro de compras, sin mirar a derecha ni a izquierda. Los hombres trabajan y después se van a sus casas, o al café. Ginebra es una ciudad de cafés, aunque no tiene tantos como Viena.
Aquel “jour le plus longue”… comimos en una tranquila hostería de Vaux, a la orilla del lago: fiambres pueblerinos y salmón, un vino blanco de la región servido en una jarra empañada…
El pañuelo de seda verde con el escudo de Lausanne… El taxi nos llevó al Lausanne Palace. Nos dijeron que el hotel albergaba veinte personas de la familia del rey Saud.
Ha pasado mucho tiempo de todo esto.


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 14 de mayo de 2009

Hoteles

-Lo siento mucho, doctor, pero no tiene usted nada.
A continuación el larguirucho señor se puso otra vez en marcha, y dio un rodeo hasta llegar a su butaca, en la cual se dejó caer con las piernas rígidas, para contemplar el hall con mirada distraída y rostro inexpresivo. Por lo demás, no tenía más que media cara, un perfil fino y agudo como el de un jesuíta, que terminaba en una oreja admirablemente bien dibujada, bajo los grises cabellos de la sien. Pero a esta cara le faltaba la otra mitad, que sólo estaba formada por una mezcla informe de defectos, remendada y zurcida, y en la que un ojo de cristal brillaba entre los costurones y cica­trices. «Un recuerdo de Flandes», solía decirse a sí mismo, refiriéndose a su cara, cuando monologaba el doctor Otternschlag.

El texto de arriba pertenece a la novela Grand Hotel, de la escritora alemana Vicki Baum, autora también de Shanghai Hotel. De la primera se hicieron dos películas: una protagonizada por Greta Garbo y John Barrymore, que ganó un Oscar en 1932, y otra con Michelle Morgan y O.W.Fisher en los papeles estelares, filmada más de veinte años después. El actor cómico mexicano Cantinflas tuvo a su cargo el papel principal en una película titulada Gran Hotel, rodada en México en 1944. De Shanghai Hotel debe haberse hecho también una versión cinematográfica que yo no tengo en la memoria en el momento de escribir.
Es que el hotel, ese microcosmos heterogéneo, abigarrado y multicolor –que a veces parece vacío y gris-, ha ocupado desde siempre un lugar preeminente en la novelística y la cinematografía mundiales.
El excelente informe especial Hotel, dulce hotel de Eduardo Berti, interesantísimo, lleno de referencias, datos, citas, abunda en el tema. No es para perdérselo. Fue publicado en el suplemento ADNCultura del diario La Nación de Buenos Aires.



© José Luis Alvarez Fermosel

Cuartos para soñar y crearHotel dulce hotel

Escritores, cineastas y letristas han vivido y registrado en sus obras el misterioso encanto de esos "hogares" fugaces donde siempre nos acecha una aventura, ya se trate del proustiano Ritz de Paríso del Chelsea, de Nueva York, con sus asesinos y drogadictos

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lanacion.com ADN Cultura S?do 8 de marzo de 2008

Notas relacionadas:

miércoles, 13 de mayo de 2009

El novelista del infierno

Releo la novela “El factor humano”, de Graham Greene, una de las mejores, a mi juicio, aunque más no sea que por el firme trazado de sus personajes, conturbados por las dudas, la angustia existencial, el miedo al destino, la desconfianza, la deslealtad…
Como el mismo Greene, que vivió entre sombras y niebla. No conoció la luz, ni siquiera la claridad. El escritor brasileño Eric Nepomuceno dijo que cada una de sus horas estaba llena de crepúsculos.
Graham Greene escribio en siete décadas medio centenar de libros, veinticinco de los cuales fueron novelas, algunas muy buenas, otras no tanto como sostienen sus exégetas. Uno de los más objetivos señaló que “en sus peores momentos, la prosa de Greene se parecía a la pasta de engrudo y los dilemas morales abruman como un sermón pietista”.
Sus libros se vendieron siempre muy bien. Fue un escritor exitoso que cultivó, además de la narrativa, el ensayo, el teatro y el periodismo –fue subdirector del “Times” entre 1926 y 1930-. Escribió libros de historia y de viajes y el guión cinematográfico de la película “El tercer hombre”, dirigida por Carol Reed y protagonizada por Orson Welles, Alida Vally y Joseph Cotten.
Entre los años treinta y cuarenta escribió quizás sus mejores obras: “El nombre de la acción” (1930), “Oriente Express” (1932), “El agente confidencial” (1939) y “El poder y la gloria”. De ésta última se hizo una versión teatral.
Graham Greene fue un hombre lleno de dudas y contradicciones, como ya se dijo. Perteneció a una generación de intelectuales ingleses, o mejor dicho, a un grupo de una generación que surgió entre las dos guerras mundiales y se caracterizó por la crítica despiadada a su país, su vocación de trotamundos y su pasión por el comunismo.
Habremos de referirnos, para ser más concretos, al llamado círculo de (la universidad de) Cambridge, cuyos personajes más notorios fueron Kim Philby, Anthony Blunt, Guy Burgess y Donald Maclean. Todos ellos trabajaron en puestos destacados de la Inteligencia británica y se pasaron a la soviética. Philby ya era agente del KGB ruso cuando ingresó en el servicio secreto inglés.
Todos, menos Philby, que fue un heterosexual activo, fueron homosexuales, o en el mejor caso bisexuales y terminaron cayendo en el alcoholismo, deshechos por el estrés, las fuertes presiones a las que se vieron sometidos por los avatares de su profesión y, quizás, también por los remordimientos. El más frío, el más seguro fue Philby. Todos se pusieron a buen recaudo en la entonces Unión Soviética cuando estaba a punto de descubrirse que eran agentes dobles, o "topos”, en la jerga del espionaje.
Greene también fue espía durante algún tiempo, tal vez más por diletantismo que por otra cosa. El espionaje fue tema central o tangencial de muchas de sus novelas. No traicionó a su causa ni desertó. Fue heterosexual, como Philby, y no tan aficionado al whisky como éste. Tuvo infinidad de amantes, casi todas prostitutas, las mejores de las cuales siempre fueron para él las de color, según confesó poco antes de su muerte a su biógrafo Michael Sendel. En sus épocas de crisis pasaba varios días en fumaderos de opio.
Sus críticos destacan su frialdad –el mismo Greene dijo que todo escritor tiene una astilla de hielo en su corazón- y su brujuleo pendular entre lo justo y lo ortodoxo y lo que mejor le convenía a su condición de vividor. Hoy habría sido “políticamente incorrecto”, lo cual le hubiera valido la admiración del esnobismo local.
Fue presa de mil complejos y obsesiones, etiquetado como esnob por algunos y denostado por muchos, entre ellos Anthony Burgess, que calificó su actitud ante la vida de “pontificia”.
Alguien, cuyo nombre no recordamos, escribió en un apunte sobre él, publicado en el diario El País de Madrid, que fue tanta su fascinación por la deslealtad que lo de menos es saber si fue o no leal consigo mismo.
Volviendo al Greene escritor, siempre se dijo que la Academia Sueca no le concedió el premio Nobel de Literatura por el escándalo que se produjo cuando el escritor sueco Stig Dagerman se suicidó en Estocolmo, a los 31 años, al enterarse de que su mujer, la actriz de su misma nacionalidad Anita Björk –famosa por su labor actoral en la adaptación cinematográfica de “La señorita Julia”, de August Strindberg- era la amante de Greene.
Graham Greene escribió luego una obra de teatro -“El amante complaciente”- en la que el marido engañado se quita la vida asfixiándose con los gases de su coche, como hizo Dagerman en la vida real.
Después de Anita Björk, fue amante de Catherine Waltson, esposa de un miembro laborista de la Cámara de los Lores. La última de las cinco mujeres con las que estuvo ligado sentimentalmente durante varios años fue Yvonne Cloetta.
Hombre hermético, con un sentido del humor muy británico, obsesionado por la soledad, erró por su tortuoso interior en busca de sí mismo, de una definición segura de su carácter, sus virtudes y sus defectos. Según parece, no la encontró, ni tampoco en sus viajes por Europa y América.
Michael Selden, Norman Sherry, Anthony Mockler y el padre Durán, presente en su “Monseñor don Quijote”, rastrearon amoríos ocultos y causas erráticas, estudiaron su posición ante el catolicismo –religión que adoptó en 1926-, su necesidad de vivir en países lejanos en revolución y sus contradicciones ideológicas, entre las cuales la de pretender convertirse en adalid de los pobres y sojuzgados y espiar para el “establishment” británico.
Por sus superiores se supo que cuando estuvo destinado como agente en Sierra Leona (Africa Occidental) se interesó más por conseguir preservativos que en informar sobre el enemigo alemán.
Residió 30 años en Antibes, en la Costa Azul francesa. En 1990 se trasladó a Suiza. Murió en Vevey, a orillas del lago Leman, a los 86 años de una vida signada por el antisemitismo, su amistad con Philby –el gran traidor de su tiempo-, su ambivalencia, sus dudas, su exilio más allá de las fronteras de lo conveniente -sin que añorara de su Inglaterra natal más que las salchichas-, su teología en el filo de la navaja y su inestabilidad emocional, que como también se dijo, “fue una constante en los partes meteorológicos de las sombrías tierras de Greene”.



© José Luis Alvarez Fermosel

Las enseñanzas de la Meca del Cine

A decir verdad, a Hollywood le debemos una gran cantidad de material informativo sobre la vida y milagros de los norteamericanos, material servido en bandeja en sus películas.
Los usos, costumbres, manías, tics y un largo etcétera de nuestros poderosos vecinos del Norte, como suele llamárselos, no tienen secretos, o muy pocos, para nosotros.
Aunque no hubiéramos estado nunca en los Estados Unidos, gracias a Hollywood sabríamos, por ejemplo, que las cocinas norteamericanas no tienen interruptores de luz. Si se entra en una de ellas de noche hay que abrir la heladera e iluminarse con la luz interior.
Se puede pilotar un avión y aterrizar si hay alguien en la torre de control que dirija la operación por radio.
Todas las mañanas, las madres cocinan huevos con tocino, cereales y panqueques para toda la familia, aunque el marido y los hijos no tengan tiempo para comérselos.
La chica más bonita de la preparatoria siempre es la hija del reverendo y la novia del chico malo.
Nadie paga entrada en las discotecas.
Si se está en un edificio donde hay una bomba que va a explotar, ésta esperará a que uno salga para estallar un par de segundos después de que uno haya salido, y así se salvará.
Estas cosas, y un sinfín de ellas más se cuentan pormenorizadamente, y con mucha gracia, en el texto del enlace, titulado “Enseñanzas de las películas de Hollywood”.

© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Enseñanzas de las películas de Hollywood”
(
http://www.labiaba.com.ar/HOLYWOD.HTM)

lunes, 11 de mayo de 2009

¡A ver...!

Hay que ponerse al día con el idioma, con el de ahora, con el del posmodernismo, que parece que va a ser sustituído pronto por otro “ismo”.
Todos los días surgen palabras y expresiones nuevas, procedentes, casi todas, de deformaciones de términos de varias lenguas, o de cambiar su significado.
Se incrustan en el habla popular y las escuchamos varias veces por día en los canales de televisión, en las emisoras de radio y las leemos en los diarios y revistas. Se las escuchamos a amigos y conocidos y en ocasiones nos sorprendemos a nosotros mismo utilizándolas, a fuerza de oirlas.
En cada época surgen nuevas expresiones, jergas, germanías o se adquieren neologismos. Esto es normal. Lo que no es normal es retorcer y deformar las lenguas. Así ha surgido el “Spanglish”, por ejemplo, que muchos dicen que es un idioma “canchero”.
Ahora, por ejemplo, se usa la palabra contención como sinónimo de protección. Hoy, contener es proteger. “Me da mucha contención, me contiene mucho”, dicen en la televisión y en la radio esas chicas tan monas que van para modelos, o para “vedettes”, o ya lo son, cuando se les pregunta por sus novios. En realidad, quieren decir que sus novios las protegen.
Por otra parte, si las contuvieran, sus relaciones tendrían poca gracia. Uno piensa que más bien debe hacer que la mujer dé rienda suelta a sus impulsos, y no contenerla. En un aspecto importante, por lo menos, que ya sabemos todos cuál es.
Antes todo se hacía de alguna manera. Ahora se hace como que. “Es como que no me sale bien”. Tal vez fuera más sencillo decir “no me sale bien”, sin más.
¿Está todo bien? No, todo está –no es- bueno, o ¡buenísimo! Si se quiere ser “cool”, que es lo más, o ser ondero -de onda- habrá que decir cada cinco o seis frases: ¡A ver…! Si es posible, de modo imperativo.
Hay palabras y expresiones que se han puesto de moda y no hay más remedio que repetirlas constantemente, si no se quiere pasar por antiguo, o estar fuera de foco. Algunas de ellas son paradigma, “tips”, arándanos, bastón psicológico, psicopatear, apoyo emocional y “performance” –cargando el acento en la primera e, y no en la o, como corresponde-.
Hay que marcar tendencia y ser políticamente incorrecto –ser políticamente correcto no es “trendy”-.
Así que si no lo están, vayan poniéndose al día.

© José Luis Alvarez Fermosel

Notas relacionadas:

“Variaciones sobre un mismo tema”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/11/variaciones-sobre-un-mismo-tema.html)
“También en inglés”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/11/tambin-en-ingls.html)
“Los chicos con los chicos…”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/11/los-chicos-con-los-chicos.html)
“Cuestión de cariño”
(
http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2008/01/cuestin-de-cario.html)

domingo, 10 de mayo de 2009

Grandes bañistas

Paul Cézanne (1839/1906), perteneciente a la rica burguesía provenzal, trabajó en la banca en época temprana de su vida. Por fortuna para la pintura mundial cambió pronto los estadillos por los pinceles.
En 1861 se fue a París de su Aix-en-Provence natal y se relacionó más dialéctica que profesionalmente con los impresionistas, de los que se alejó porque no concebía la pintura como una impresión de luz y color, sino como una construcción mental de cuerpos geométricos.
Con el tiempo se afirmaría en la síntesis y pronto alcanzaría un equilibrio perfecto entre el volumen y el color.
Quizás Cézanne, indudable precursor del arte del siglo XX, contribuyera al nacimiento del cubismo al reconstruir los objetos según las líneas de los cuerpos geométricos.
Para muchos su obra maestra es “Grandes bañistas”, que se conserva en la National Gallery de Londres.
El color azul de ese cuadro, un azul quintaesenciado, podría decirse, recuerda su paso por el impresionismo. Cézanne reafirma con esta obra su papel trascendental en la historia de la pintura moderna, anticipando la reducción de volúmenes del cubismo y la insistencia en los contornos del dibujo expresionista.
Un objetivo fundamental de Cézanne era
“rehacer a Poussin en la naturaleza”.
Nicolas Poussin (1594/1665), que representó lo mejor del clasicismo del siglo XVIII, recuperó los modelos antiguos y los motivos renacentistas italianos. Dominó magistralmente el trazado de la figura.



© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 9 de mayo de 2009

El hombre del trámite largo

A todos nos ha pasado alguna vez. Estamos en la cola de un banco, de una oficina pública o privada, en cualquier lugar donde se atienda al público. La cola no es larga. Frente a nosotros están las ventanillas de rigor. Tras ellas hay empleados, o empleadas, que conocen su oficio, que saben lo que hacen y lo hacen bien, y rápidamente, salvo contadas excepciones.
De pronto lo vemos. Está entre nosotros. En principio no nos habíamos dado cuenta de que formaba parte de nuestro grupo. Ahora lo reconocemos perfectamente.
Ahí está, cincuentón largo, más bien bajo que alto, metido en carnes, con el poco pelo que le queda desordenado y ceniciento sobre la gruesa cabeza, el mismo traje de siempre que puede ser gris oscuro o azul marino, pero no se sabe porque está muy usado y lustroso. Caspa en el hombro, la camisa blanca, desabrochada, sin corbata, con el cuello rozado, los calcetines cortos y arrugados, de color marrón, que se le ven caer sobre los tobillos porque el pantalón le está un poco corto, los zapatos muy gastados, opacos y polvorientos.
(Francisco Umbral dice que cuando conoció al gran poeta español Jorge Guillén, mostraba unos calcetines flojos, caídos y marrones que a él le espantaron, y que no podía relacionar con el creador de la belleza pura y absoluta. En nada podría recordar el hombre al que nos referimos a Guillén sino en el detalle de los calcetines.)
Lleva nuestro hombre una especie de portafolios de plástico, o más bien cartera con manija, como la que llevaban antes los niños al colegio. ¡Es la caja de Pandora!
El hombre del trámite largo, porque de él se trata, ya lo habrán adivinado, cuando le llega su turno se vuelve de cara a la gente que espera, antes de acercarse a la ventanilla, y deja entrever una media sonrisa maliciosa que muestra apenas unos dientes fuertes y amarillos, caballunos, podríamos decir.
Inmediatamente se aproxima a la ventanilla, abre el portafolios y empieza a sacar papeles y a dárselos al empleado, que no puede reprimir un escalofrío, porque él también lo ha reconocido.
La gente que espera se agita. Ya sabe lo que viene a continuación y sabe que no es bueno.
El cajero recibe los papeles, los examina con todo cuidado, pide al cliente que se identifique, le hace firmar un formulario. Todo esto lleva un buen rato. Luego el empleado empieza a sellar los papeles. Los golpes del sello resuenan como pistoletazos.
Sellados los papeles el muchacho se los lleva entre los brazos, apretándolos contra su pecho como a un niño enfermo. Algunos se le caen y se pone los que le quedan bajo un brazo para poder recoger los que se le han caído sin que se le caigan más.
Regresa con otro empleado de más edad que él, con cara de inteligente y gafas montadas al aire. Se ponen los tres a estudiar los papeles: el de la ventanilla, el hombre del trámite largo y el recién llegado.
Mientras tanto la cola crece. Alguno de los que la forman se va a otra.
Viene otro señor, que debe ser un gerente. Habla con el hombre del trámite largo, que le responde con seguridad y firmeza. Debe tener todo en regla.
El gerente se va y vuelve acompañado por otro, de cierta edad. Se pasan los papeles de unos a otros. Nadie parece dar pie con bola.
A todo esto la cola ya es larguísima. Se ve a algunas personas con la cara crispada, que aprietan disimuladamente los puños. Otras miran sus relojes cada cinco minutos.
El hombre del trámite largo sigue hablando en voz baja, sin perder un ápice de su imperturbabilidad. Todos los que han venido se van, llevándose los papeles. Se los han repartido. Se ve que esperan volver con alguna solución.
El hombre del trámite largo vuelve a encararse con el público, siempre con su sonrisilla suficiente. Levanta una mano, se introduce el dedo meñique, que tiene una uña muy larga, en un oído y se hurga un rato.
Está poseído de su importancia, que no es de él sino de sus mandantes, quienes le confían –se enorgullece él- asuntos de complejo y largo trámite que exigen la atención de gentes que son más que él.
Pero lo que más le gusta es saber que tiene, al menos por un rato largo, poder: el de hace esperar, y casi desesperar a un montón de sus semejantes.
Nunca me enteré de cómo termina el trámite de ese buen hombre. Siempre me he ido antes. ¡Ojalá que no se lo topen nunca delante de ustedes en una cola!

© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 7 de mayo de 2009

La manta

La manta ha tenido siempre mucha importancia en España, donde hace un frío glacial en invierno y donde, en épocas de miseria y penalidades, una buena manta –las de Palencia, en el centro-norte de la Península Ibérica, son las mejores- no fue nunca cosa de despreciar, así como una taza de caldo bien caliente.
Los pastores, a falta de capa, se envolvían en una manta en lo alto de un risco, mientras las ovejas triscaban abajo, traídas y llevadas de aquí para allí por los perros. En otros tiempos.
Los pastores ahora llevan anorak y probablemente vigilan y arrean al ganado, sea el que sea, desde una camioneta cuatro por cuatro. Luego se van al pub con su novia holandesa.
El sargento le decía al recluta pillado en falta: “¡Coge una manta y a la Prevención!”. Léase: a pasar la noche en el calabozo, durmiendo en el santo suelo envuelto en la manta.
El bandolero español (foto) aparece siempre en las estampas con manta y trabuco.
¡Me lío la manta a la cabeza! se dice cuando uno, harto ya de todo, y sin que le importen un rábano las consecuencias de sus actos, se dispone a cometer un disparate.
Carretera y manta quiere decir echarse al camino a pie y que salga el sol por Antequera.
Cuando llueve a manta es que llueve a esgalla, a raudales.
Cuentan que un jornalero fue despedido en Ciudad Real –en la cervantina región de La Mancha, en el centro de España-, y que por parecerle el hecho injusto visitó a su amo y señor para pedirle explicaciones. Este le despidió con cajas destempladas, diciéndole: “Ahora mismo coges tu manta y te vas a tu casa”.
A lo que el enfadado jornalero contestó: “¿Esas tenemos? Pues me voy, pero no con la manta al hombro, sino a rastras. Y no me voy a mi casa, que me echo al monte”. Echarse al monte significaba dedicarse al bandolerismo.
También la manta formaba parte en España de la impedimenta del soldado y era común verlas colgando de las barandillas de los balcones de las casas, golpeadas para sacarles el polvo por las empleadas domésticas.
La manta zamorana de Ramón de Campoamor, “(…) que tenía más borlas verdes y granas que todos los cerezos y los guindos que en Zamora se crían…”.
Agustín de Foxá recordaba en su poema “Trenes de Avila o Soria” a “Bécquer arropado y melancólico en su manta escocesa…”.

© José Luis Alvarez Fermosel