domingo, 29 de marzo de 2009

Yo tristeo, tú tristeas, él tristea...

El "dulce mal de andar" del que hablaba Blomberg (1) -que uno dis­fruta en lugar de pade­cer- le ha llevado a uno casi de un extremo del mundo a otro, relacionándole con toda clase de gente y familiarizándole con idiomas, dialectos, jergas, folklore y costumbres que uno guarda celo­samente -o, al menos, su recuer­do-, como un cazador de maripo­sas sus leves, aéreos trofeos captados en escorzo, o como un filatélico sus estampillas pegadas en álbumes.
Siempre me interesó el argot, o las germanías. En las tres Américas se entreveran armónicamente expresiones y dichos muy coloridos, algunos de ellos un poco melancólicos y otros graciosos.
Cada país latinoamericano es dueño de su argot, que en Argentina se llama lunfardo, en Brasil yirria, en Perú replana, en México hampa, en Chile coa y en Honduras, malespín.
César Tiempo (2) nos recuer­da que dos formidables narradores indoamericanos que usan un fuerte lenguaje popular, Icaza (3) y Salarrúe (4) supieron dotar de una luz cegadora a la jerga de sus personajes.
Al hombre de la calle, al pue­blo, al indio se le ocurren de repente cosas magníficas, también en materia de idiomas, germanías y expresiones.
Caminaba yo un día por una calle de Arequipa, la Villa Hermosa de la Asunción, fundada por Francisco Pizarro. Un indiecito con un poncho color tierra dormitaba, sentado en el suelo, con la espal­da apoyada en un muro de adobe. Fulgía la tarde, toda morada de buganvillia.
Me vio pasar, mirán­dome con el rabillo del ojo semicerrado. Me detuve y le pregunté: "¿Qué haces?" "Pues ya lo ve, patrón, aquí estoy, tristeando", me respondió. Había convertido la tristeza en verbo: yo tristeo, tú tristeas,él tristea...
Agustín de Foxá me contó que una viejecita boliviana le dijo una vez, a orillas del lago Titica­ca: "Caballero: pruebe estas fresas, son galanas", como en el verso final de un último terceto. (De una isla que lleva el mismo nombre que el lago y está dentro de él, salieron, según la tradición, Manco Cápac y Mama Ocllo.)


(1) Héctor Pedro Blomberg: escritor argentino (1889-1955). Autor de La puerta de Babel, La canción lejana y Bajo la cruz del Sur.
(2) César Tiempo: seudónimo de Israel Zeitlin. Periodista y escritor argentino nacido en Ucrania en 1906 y muerto en Buenos Aires en 1980. Fue autor de poesías y obras de teatro. Entre las últi­mas sobresalieron Clara Better vive y Pan criollo.
(3) Jorge Icaza: narrador ecua­toriano (1906-1978) cuya novela Huasipungo analiza la explotación de los aborígenes por las empresas extranjeras. Otras obras suyas son: El Chulla Romero y Flores, En las calles y Atrapados.
(4) Salvador Sallarúe (1899-1975): escritor salvadoreño que cultivó con éxito el cuento y la novela corta. Escribió, entre otras obras, Cuentos de barra, Trasmullo y La espada.


© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 28 de marzo de 2009

Canción de setiembre

¡Qué imborrables en el recuerdo aquellas lluviosas tardes de setiembre en el campo, en Madrid, cuando empezaba a correr la cuenta regresiva de las vacaciones de verano...!
Si llovía mucho teníamos que quedarnos en el chalé. Desde los balcones que daban al jardín veíamos caer la lluvia. La calle desempedrada, que primero se llamó pretenciosamente Avenida de Trajano y luego Pasaje de Bellas Vistas, se convertía en un lodazal.
Algún perro vagabundo pasaba corriendo con el rabo entre las patas, en pos de un refugio.
Nos acometía una pereza intranquila, un desasosiego indefinible. La merienda no sabía a nada. Las conversaciones de los mayores nos resultaban aburridísimas, cuando no incomprensibles.
De pronto, tal como había empezado, dejaba de llover. Y después de pedir y obtener el permiso correspondiente para salir otra vez, abandonábamos rápidamente la tediosa tibieza del cuarto de estar y nos lanzábamos de nuevo al campo, no sin que antes nos endosaran un suéter, que no queríamos ponernos, pero que no nos pesaba a la intemperie.
El otoño estaba ya al acecho y había destacado a sus batidores, que horadaban el terso celofán de la tarde caliginosa con sus agudos picos de zapador, y por los agujeros penetraba un viento fresco que agitaba las ramas de los árboles y revolvía el pelo dulcemente, como lo hacen los dedos de una novia.
El cielo nublado se desplomaba ominosamente sobre el campo. La tierra estaba mojada, pero se secaba a ojos vistas y nuestras zapatillas –no tan sofisticadas ni tan caras como las de ahora-, apenas se hundían en ella.
A lo lejos, la sierra negruzca, imprecisa entre nubes plateadas.
Paseábamos, solos. Sentíamos que se nos iban las vacaciones, como el pedazo de hielo que se funde dentro del puño, escurriéndose el agua fría por entre los dedos cerrados.
Todavía nos quedaba poco más de una semana, pero ya no nos daba tiempo de hacernos novios de Amparito, aquella chica muda de ojos de jade, melena trigueña y piernas de corza.
No podríamos terminar el diario de vacaciones que habíamos empezado a escribir en los primeros días del dorado estío, ya lejanos. Tampoco ese año pasaríamos de la sexta página.
Culminaba setiembre. Muy pronto empezarían a ponerse cobrizas las hojas de los árboles y a florecer las rosas de otoño, que como dijo el poeta son el símbolo de la mujer del último amor, y no son duras ni enjutas como ese puño de perfume que es la rosa de abril, sino que se desmayan en pétalos de color limón con el peso de una gota de rocío o de una abeja, o rozada por la más dulce y ceremoniosa brisa de la tarde.
Nos acechaban ya el principio de las clases -¡qué desangeladas las aulas con luz eléctrica al atardecer, sabiendo que fuera se estaba muriendo el paisaje...!-, los nuevos libros de texto, con sus enigmáticos grabados y el esoterismo de las ecuaciones algebraicas, y las páginas satinadas; la lluvia en la ciudad, aburrida, mo­lesta, el frío y la niebla, las blancas luces de neón...
Un nuevo curso. Otro año. Un paso más. Ella, lejana en el recuerdo. El cine de barrio. La voz cálida de un Frank Sinatra muy joven. “September song”…


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 26 de marzo de 2009

Perfumes a medida

Estábamos la gitana y yo bajo la luna de agosto, en un extremo del barrio granadino del Sacromonte, en los prolegómenos de lo que ambos pretendíamos que fuera un hermoso “scrimmage”. Yo era muy joven, ella no tanto.
En un momento dado, la gitana me susurró:
- No hueles a hombre.
- ¿Cómo?
-le dije yo, indignado
- Claro -me respondió-: un hombre tiene que oler siempre a sudor, a vino y a tabaco.
Hace ya mucho tiempo que el hombre carpetovetónico suda menos, o nada, toma poco vino –le da más por el cava, el whisky, el pacharán y el cubata de ron con Coca-Cola- y no fuma.
Y, además, se perfuma, y lo bien que hace, pues eso no tiene nada de malo, y si no, que lo digan ellas, quienes deben ser receptoras definitivas y últimas de todo lo bueno que hagamos, incluído usar loción para después de afeitar, desodorante y colonia.
En España nos poníamos en una época en la cara, después de afeitarnos, Varón Dandy, Acqua Velva (azul) y nos perfumábamos con aquella colonia tan rica, que olía a limón, de Alvarez Gómez y los productos de Gal.
Años más tarde, cuando vinieron a España los americanos, a construir las bases militares conjuntas, nos dio por usar todos los productos de Old Spice y de Yardley.
El Agua Brava estuvo de moda hasta hace poco tiempo y algunos elegantes, como Marcelino Calvo -ex Banesto- le guardaron fidelidad eterna.
Cuando terminamos de sofisticarnos empezamos a utilizar toda la amplia gama de lociones, colonias e incluso extractos para nosotros, los machos, pero limpitos y oliendo bien, de Paco Rabanne, Molineaux, Victor, Lancôme, Bogart y otros grandes perfumistas.
Y es que lo cortés no quita lo valiente, ni se es menos hombre por oler a lavanda de Atkinson o a Vetiver, de Puig.
Los metrosexuales, que también son machos, exageran un poco, depilándose, poniéndose mascarillas por las noches, cremas contra las arrugas y otros productos embellecedores. Los usan a discreción, es decir, sin ninguna discreción. A ellas les gusta, ¿o no? No se sabe. En estos tiempos ya no sabe uno nada.
Lo último de lo último son los perfumes a medida que prepara la experta alemana Kimm Weiswange a personalidades de la “jet set” como Madonna, Michelle Pfeiffer, el príncipe Carlos de Inglaterra, María Glen y Glenn Close.
Un “eau de toilette” hecha a medida cuesta de 190 dólares el frasco en adelante.
La perfumista desarrolla perfiles personales de aroma después de leer los currículos de sus clientes, en los que se especifican sus preferencias, sus comidas favoritas y el efecto que desean que les produzca un perfume, ya sea estimulante o calmante.
Una clave más del posmodernismo.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 21 de marzo de 2009

Ráfagas

Nos vemos en los claros ojos de ciertas mujeres como en los cristales de esas gafas de sol que ocultan los ojos -el espejo del alma…- de quien las lleva y reflejan los de quien mira.

Aquella mujer se tomaba de vez en cuando unas copas porque le habían dicho que se le ponían los ojos brillantes como los de una gata en celo después de la tercera. No faltó alguien de mala leche que comentó que ni aun así conseguía que se le acercara un hombre en el bar.

Tenía tan poco éxito con las mujeres, el pobre, que le había tomado un odio mortal a George Clooney.

Salía del banco alegre como una moneda de plata recién acuñada... ¡ahora que no hay monedas ni en los bancos! ¿Dónde están las monedas? ¿Quién tiene el clavel?

Me crispan los nervios esas personas tan previ­soras, tan ordenadas, tan minuciosas, que se pa­san la vida alineando las sillas, corrigiendo la ca­ída de las cortinas, inspeccionando las habitacio­nes para ver si hay un balcón mal cerrado; que se levantan a medianoche para cerrar bien un grifo que gotea o desconectar la heladera, que hace un ruidito; ponen la mano bajo el vaso cuando be­ben, interrumpen una conversación interesante para levantarse a cerrar una puerta porque hay corriente; coleccionan estampillas -una inofensiva manía consistente en acopiar salivas internacionales- y llevan en el coche una botella de agua mineral –imprescindible, hoy en día-, un barómetro, un termómetro y hasta un calendario.

Hay el placer de escaparse de la oficina al atardecer, y recorrer la parte vieja de la ciudad para ver cómo da el sol naranja en muros descascarados, y pasean los novios lentamente bajo las acacias en flor, con las manos tomadas…

Era muy joven, y se creía que lo sabía todo. El otro hombre que apenas hablaba, que le escuchaba sonriendo, era tan viejo que sabía que, a pesar de todo, no sabía casi nada.
Yo miraba a los dos hombres y me daba pena del joven.


© José Luis Alvarez Fermosel


lunes, 16 de marzo de 2009

"Shaken, never stirred..."

El dry martini, o martini seco removido pero no batido; el vodka martini “shaken, never stirred” de James Bond, el inefable agente 007, es muy sano.
Un estudio realizado por la Universidad de Western Ontario demuestra que el tan reconfortante cóctel, sacudido, refuerza sus propiedades antioxidantes, de modo que su ingesta reduce los riesgos de contraer enfermedades cardiovasculares y ataques cerebrales. Así nos hemos enterado por un cable transmitido por J. C. Gumucio desde Londres.
Pero hay más; esta conclusión a la que ha llegado el equipo científico del profesor canadiense Colin Trevihik, de la citada Universidad de Western Ontario, sugiere que el padre de Bond, el escritor británico Ian Fleming (1), no sólo sabía escribir buenas novelas de espionaje -algunas de ellas estaban siempre en la mesilla de noche de John F. Kennedy-, sino también beber con gusto y eludir la resaca.
Según la revista British Medical Journal, que publica la tesis de Trevihik, los científicos mezclaron dos partes de vodka y una de vermú seco, a fin de averiguar si la preparación del combinado influía en su composición antioxidante.
El líquido fue metido dentro de botellas y agitado durante algún tiempo. Los científicos añadieron, además, una preparación especial de peróxido de hidrógeno, que se detecta con mucha facilidad por su fluorescencia.
El nivel de luminosidad que marca el daño que puede producir esa mezcla alcohólica en el organismo humano -a luminosidad más intensa, menos peligro- fue menor en el martini preparado en coctelera, o sea, batido.
Se ha tardado casi cuarente años en llegar a esta conclusión referente a los martinis de James Bond (2). Pero al fin se confirmó que el agente, es decir, su creador, tenía razón. Y quienes dicen que estas cosas son una frivolidad, no van a tener ahora más remedio que callarse la boca.
Así que ya lo saben: martini con vodka o con ginebra, pero agitado y no batido, porque sacudido, el hielo se rompe en pedazos más pequeños y el frío se reparte de modo más uniforme y rápido por la copa. Parece ser que así lo tomaba Ian Fleming.
El martini seco se hace mezclando dos medidas de ginebra con media de vermú blanco seco. Se añade una aceituna verde rellena de pimiento rojo, almendras o anchoas, o en el peor de los casos sin hueso y sin ningún aditamento. Algunos le ponen dos.
El martini no recibió el nombre del vermú de Alessandro Martini y Luigi Rossi, porque la firma Martini y Rossi de ambos no hacía más que vermú rojo dulce en la fecha (1863) en que surgió el cóctel dry martini, que lleva vermú blanco seco, repetimos. El nombre procede, en todo caso, de Alessandro Martini.
Los buenos bebedores de este cóctel abogan por una mezcla a base de la mayor cantidad posible de ginebra y la menor de vermú.
Tal vez la fórmula ideal sea la de Winston Churchill, que consiste en colocar la botella de vermú –sin destaparla siquiera- de forma que uno pueda contemplarla mientras llena una copa triangular de cristal -no de vidrio- con una buena ginebra helada. Lo de la aceituna es opcional.



(1) El interesante libro “El archivo Philby”, de Genrikh Borovik y Phillip Knightley, editado por Vergara, nombra a Ian Fleming, que trabajó durante algún tiempo con el agente del KGB –infiltrado en el Servicio Secreto británico- Kim Philby, quizás el mejor agente de la Guerra Fría –Richard Sorge también batió el cobre, durante la Segunda Guerra Mundial-. Philby llegó a ser jefe de la Sección 9 del Servicio de Inteligencia inglés y miembro del Comité Conjunto de Inteligencia, formado por representantes del SIS (Servicio Secreto inglés), el MI 5 y el Foreing Office, el Ejército y la Marina. Según la versión de Kim, el MI 5 y el Foreing Office estaban compuestos por personas razonables, informadas y comprensivas, pero los hombres del Ejército y la Marina estaban completamente locos. Uno de esos locos era Ian Fleming. Según Philby, el creador de James Bond estaba dominado por pasiones “salvajes”. Fleming tenía mucho éxito con las mujeres pero, a juicio de Philby, su imaginación en esa esfera superaba de lejos a la realidad. Encontró una válvula para sus pasiones y volcó todas sus fantasías acerca de los superhombres, las armas de fuego y los automóviles sobre los hombros de James Bond.
(2) Bond es un sibarita, ya se sabe; pero también es un hombre práctico. Su creador, Ian Fleming, dice lo siguiente de su personaje: “Cuando M le sirvió tres dedos de vodka helado, Bond tomó una pulgarada de pimienta negra y la echó en el líquido. La pimienta fue asentándose lentamente en el fondo de la copa y Bond quitó con la punta de un dedo los pocos granos que quedaron en la superficie. Luego, bebió de un sorbo el contenido de la copa, que con las heces de pimienta en el fondo, dejó sobre la mesa. M le dirigió una mirada de interrogación, más bien irónica. ‘Es un ardid que me enseñaron los rusos cuando ustedes me enviaron como agregado a la Embajada en Moscú’ –se excusó Bond-. ‘A menudo hay mucho alcohol amílico en la superficie de este brebaje..., o por lo menos solía haberlo cuando no estaba bien destilado. Es venenoso. En Rusia, donde se bebe en abundancia y no siempre el vodka es de buena calidad, se acostumbra a echar pimienta en las copas. Así, el alcohol amílico se deposita en el fondo.”


© José Luis Alvarez Fermosel


domingo, 15 de marzo de 2009

Los justos

Hubo un Borges sencillo, buen observador, intuitivo, amante de las cosas simples de la vida, que difería del Borges introvertido y oscuro, agobiado por la melancolía. El Borges con el que yo conversaba con frecuencia en el (desaparecido) café Saint James de la avenida Córdoba de Buenos Aires, que hablaba de lo poco que le gustaban los espejos, de cuchilleros, “cow boys” y bastones.
El poema que va a continuación pertenece a ese Borges sencillo y entrañable, olvidado del sarcasmo. El presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, lo escogio para leerlo en el palacio de la Moncloa, sede gubernamental, pocos días antes de la boda del hijo del rey Juan Carlos Primero de Borbón, el príncipe Felipe y doña Letizia. Zapatero se refirió a este poema del gran escritor argentino diciendo que lo consideraba como “una imagen de los que se aman porque comparten”.

Los justos
Jorge Luis Borges


Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
Un tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.

viernes, 13 de marzo de 2009

Marx (Groucho, no Carlos)

Oí hablar bien a varios de mis mayores -a otros no les hacía gracia- de los hermanos Marx, y de Groucho en particular; ello determinó que me interesara por él, sus películas, sus libros y, sobre todo, por sus chistes, que dieron la vuelta al mundo y todavía se cuentan.
Vi algunos de su films en cine clubes y por televisión, en esos canales que pasan cine de muchos años atrás, que Dios los bendiga. En realidad creo que sólo vi “Una noche en Casablanca”, “Los hermanos Marx en el Oeste”, “Una noche en la ópera” y “El hotel de los líos”. Eso, y todo lo que leí después escrito por él, bastaron para que Groucho Marx, junto con Woody Allen, se convirtiera en mi actor cómico preferido, al menos de los neoyorquinos.
Los dos tienen mucho en común: su humor, en tantas ocasiones disparatado, su misantropía, su pasión por Nueva York, sus ocurrencias.
Sólo ver a Groucho ya era gracioso, con ese gran bigote negro que le pintaban en las películas con un material grasoso, que brillaba, sus gafas y su eterno cigarro puro.
Sus hermanos (Chico, Harpo, Gummo y Zeppo) pasaron pronto al olvido, después de las 14 películas que filmaron con Groucho, el más exitoso, gracias a su condición de escritor y a su programa televisivo “Apueste su vida”, con el que se hizo famoso en los Estados Unidos, entre una generación que no le había visto en el teatro –donde empezó- y apenas le conocía como actor de cine.
Groucho Marx fue uno de los cómicos norteamericanos más aplaudidos desde la década del 30 a la del 50.
Escribió varios libros. El más conocido y difundido quizás haya sido “Camas”. Cuando pudo llevar una vida más o menos sedentaria, convirtió su dormitorio en un santuario y su cama en un altar.
Muchas de sus obras fueron ideadas, y algunas escritas, en el lecho, en el que se dejó fotografiar en su octogésimo quinto cumpleaños, en una fiesta espléndida y multitudinaria.
Poco después murió en Los Angeles de una neumonía. Fue cremado y sus cenizas se conservan en el Eden Memorial Park de esa ciudad.
No es verdad, entonces, que haya una tumba en la que se lea un epitafio escrito por él: “Perdonen que no me levante”. Merecería ser cierto.


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 12 de marzo de 2009

Golpe de champán

Tal como están las cosas, estoy casi seguro de que esta misma tarde –si la tarde sigue tan fea-, me voy a dar un buen golpe de champán.
- ¿Cómo dice usted, qué es eso de un golpe de champán?
- Hombre, ¿no hay golpes de suerte, golpes de mano, golpes de furca, golpes de aire –que le dejan a uno el cuello dolorido por varios días-, golpes de tos, golpes de timón, golpes de vista, golpes de efecto y hasta golpes de Estado, que suelen ser los peores? ¿Por qué no habría de haber golpes de champán?
- ¡Qué exhaustivo, qué ilimitado, qué tremendista es usted! Decían de Camilo José Cela… ¡Un educando de los padres franciscanos, al lado suyo!
- Pues aunque a usted no le parezca, yo soy un hombre sensato, prudente, morigerado…
- ¡Vamos, eso no se lo cree ni usted! Pero, a lo que íbamos: ¿qué diablos es un golpe de champán?
- Es muy sencillo, verá usted. Uno, de pronto, siente una irresistible necesidad de tomarse una copa de champán. De ahí que haya que tener siempre una botella puesta a enfriar y, cuando hay que darse el golpe, abrirla rápida y silenciosamente –como mandan los cánones- y beberse la primera copa con una medida premura y una delectación sin límites.
- Pero, lo del golpe…
- Lo del golpe es por el deseo, la urgencia, el impulso de beberse una copa de champán –de buena marca, por supuesto-, sin que uno lo haya pensado unos minutos antes, sin que el (magnífico) hecho responda a algo racional, ni…filosófico, sino más bien metafísico.
- Ah, vamos, ya entiendo. Lo suyo es adicción.
- ¡No, señor, no entiende usted nada, perdóneme que se lo diga! Puedo estar semanas, meses, años –bueno, tampoco hay que exagerar…-, puedo estar mucho tiempo sin tomar una copa de nada; pero de tanto en tanto, siento que puedo, es más, que tengo que atizarme un champañazo.
- Bueno, bueno, es usted muy dueño de darse los golpes que quiera -¡con los golpes que da la vida…!-. Pero de ahí a sostener que un champañazo, como usted dice, es algo metafísico, me parece demasiado, la verdad.
- Usted, que ha leído a Heidegger, quizás el último gran metafísico europeo, tendría que entenderlo. La metafísica trata el ser en cuanto tal, y sus causas primeras.
- ¿Y el golpe de champán es una causa primera?
- Primera, primaria, principal y primordial.
- Me abruma usted.
- ¡Venga hombre, no se ponga usted así, que no es para tanto! ¡Fíjese cómo está el tiempo: hay niebla, está empezando a hacer frío, va a llover…! En otro orden, hay recesión, hay… ¡Pero no hablemos más, no echemos leña al fuego! No tengo ganas de hacer nada, ni siquiera de abrir una botella de champán -¡cómo estará mi cuerpo serrano…!- Vayámonos al bar del Palace y démonos, ambos, sendos golpes de champán: Bollinger Brut, cuatro estrellas. ¿Qué le parece?
- “Pas mal, pas mal, mon vieux…”, pero yo invito.
- Eso ya se verá.
- Bien, pero hagamos al menos un brindis por Martín Heidegger.
- ¡Pues, hombre, no faltaría más!



© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 11 de marzo de 2009

Dos poemas de amor

El amor existe desde que el hombre y la mujer posaron sus plantas sobre la Tierra; y de él se ha hablado, escrito, versificado y cantado hasta la saciedad.
Si los dos mejores poemas que se han escrito hasta ahora sobre el amor no son los que siguen, del español Lope de Vega y del argentino Oliverio Girondo, sí, creo yo, son dos de los mejores. Ahí van:

Desmayarse, Atreverse, Estar Furioso
Lope de Vega

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;
no hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;
huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;
creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Poema 12
Oliverio Girondo

Se miran, se presienten, se desean,
se acarician, se besan, se desnudan,
se respiran, se acuestan, se olfatean,
se penetran, se chupan, se demudan,
se adormecen, se despiertan, se iluminan,
se codician, se palpan, se fascinan,
se mastican, se gustan, se babean,
se confunden, se acoplan, se disgregan,
se aletargan, fallecen, se reintegran,
se distienden, se enarcan, se menean,
se retuercen, se estiran, se caldean,
se estrangulan, se aprietan, se estremecen,
se tantean, se juntan, desfallecen,
se repelen, se enervan, se apetecen,
se acometen, se enlazan, se entrechocan,
se agazapan, se apresan, se dislocan,
se perforan, se incrustan, se acribillan,
se remachan, se injertan, se atornillan,
se desmayan, reviven, resplandecen,
se contemplan, se inflaman, se enloquecen,
se derriten, se sueldan, se calcinan,
se desgarran, se muerden, se asesinan,
resucitan, se buscan, se refriegan,
se rehuyen, se evaden, y se entregan

lunes, 9 de marzo de 2009

La Fata Morgana de Paul Klee

Paul Klee, de padre alemán y madre suiza, nació en Münchenbuchsee, cerca de Berna (Suiza), en 1879. Murió en Muralto (Locarno, Suiza) en 1940.
En 1914 viajó a Túnez. Los deslumbrantes colores de esa ciudad norteafricana le impresionaron profundamente, y habría de llevarlos después a su paleta.
Su estilo pictórico se asienta, entre otras bases, en una concepción un tanto enigmática y efímera –y, por tanto, romántica- del movimiento de la creación. Más libremente podría decirse que tenía una noción muy original de la poesía del movimiento.
Era un buen dibujante, pero quizás lo más notable de este gran pintor haya sido siempre su imaginación poética. Como persona, era excelente, se deduce del estudio de su biografía –la que no viene en los manuales ni en los folletos-. Era, por ejemplo, un gran amante de los gatos.
Klee expuso con el grupo Der Blaue Reiter (1) y enseñó en la Academia de Düsseldorf.
No pueden dejar de citarse, entre sus muchas obras, La Tristeza, La aventura de una moza, Paisaje con pájaros amarillos, Noche azul y Fata Morgana.
Cuando era niño le pidieron en una excursión, a él y a otros compañeros de colegio, que hiciera un acueducto. El se apartó de la ortodoxia y presentó un acueducto hecho…¡con zapatos!, recuerda Alberto Villegas citando al escritor George Steiner, de origen judío, nacido en París y nacionalizado norteamericano.
Klee tenía seis años en esa época. Ya afloraban su sentido lúdico y ese extraño y maravilloso don de ver del otro lado del espejo.
Hemos elegido su acuarela Fata Morgana sobre el mar (2), pintada en 1918, para ilustrar estos renglones. Un espejismo de color.


(1) El grupo Der Blaue Reiter (El Jinete Azul), fundado en 1911, desembocó rápidamente en la abstracción, calificativo que ha hecho fortuna y, como dice el crítico español de pintura Julián Gallego, se emplea a tuertas y derechas. El nombre procede de un almanaque que aglutinó a unos cuantos artistas alemanes, como los pintores Franz Marc, August Macke, el ruso Vassili Kandinsky y los compositores Schönberg –también pintor expresionista- y Hartman Sabanejev.
(2) Fata Morgana, o el hada Morgana, fue la hermanastra del Rey Arturo (Morgan Le Fay) que, según la leyenda, era extremadamente voluble. La fatamorgana es un espejismo que se debe a una inversión de temperatura. Todo lo que pueda verse en el horizonte, incluídos islotes, témpanos de hielo y promontorios toma, en virtud de ese fenómeno, una forma elevada y alargada, similar a…”castillos de cuentos de hadas”.

© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 7 de marzo de 2009

Del álbum familiar

Habíamos ido juntos a ver un departamento que yo quería alquilar. Estábamos en el pasillo, de plantón, como quien dice. Una chica bastante mona esperaba, como nosotros, hablar con la persona encargada por la inmobiliaria de mostrar el apartamento a los interesados en alquilarlo.
Ella estaba sentada en un rincón, hecha un ovillito, como un cachorro de gato. Por momentos hacía sonar un raro juguete redondo, de hojalata y varios colores, que emitía una musiquilla insidiosa. No era el pianito que le traje de Madrid.
La historia del pianito, o del organito, mejor dicho, tiene su enjundia. Viajaba yo un día a España.
- ¿Qué quieres que te traiga? –le pregunté-
- Un mono, o un piano –me contestó-
No podía traerle, evidentemente, ni una cosa ni otra. Recorrí infinidad de jugueterías y otras tiendas de Madrid sin encontrar nada que se pareciera o sustituyera, mal que bien, a un piano, porque al mono lo quería de verdad, no de peluche.
Un día pasé por casualidad frente al escaparate de un negocio que vendía instrumentos musicales y vi un organito de poco más de medio metro de longitud, muy bonito, muy parecido a las pequeñas pianolas que usaban en todas partes –incluso en los tranvías de mulas de la época- los grandes músicos españoles de finales del siglo XIX y principios del XX, a fin de no perder la digitalización; Isaac Albeniz, que era amigo de mi abuelo paterno, iba siempre a todas partes con ese pianito de juguete.
El chisme que ella accionaba, ya dije, melancolizaba una salmodia semejante a la llamada a la oración del almuédano desde el alminar, en el ocaso de la tarde, o como la que fluye de las cajas de música cuando les das cuerda.
De las cajas de música salen siempre sones tristes. Las cargas con un pasodoble torero, de lo más alegre y jacarandoso, o con un chotis castizo y verbenero, y sale una especie de vals triste, como el de Sibelius; o un vals de despedida: el último que baila una pareja de enamorados en una fiesta, en un jardín, una noche de luna y él, o ella, se va al día siguiente y no volverá jamás.
Yo esperaba, impaciente. Y ella estaba allí, menudita y tranquila, un poco ausente, pensando sabe Dios en qué. Cada tanto extraía de aquel horroroso juguete musical, que ahora que lo pienso creo que le había regalado yo, algunas notas chirriantes.
Allí estábamos, los dos. Ella con su “jean” y sus hermosos ojos color de humo claro, por los que aún no había pasado ninguna tempestad, mirando la puerta del departamento, esperando que se abriera.
Yo, que ya había doblado varias veces el Cabo de las Tormentas, sentía esa inquietud, ese desasosiego inexplicable que le embarga a uno, como el esplín del hotel, en la hora crepuscular del atardecer, de imprecisa definición.
Ahora me viene, en una tarde de lluvia, el recuerdo de aquella otra, tan lejana.
Una vez más llego a la conclusión de que el tiempo se precipita en medidas confusas.


© José Luis Alvarez Fermosel

jueves, 5 de marzo de 2009

El Duque

El Duque –dicho así, de modo antonomásico- aquí presente, es persona de interés internacional, y reviste varias peculiaridades, algunas tan poco comunes que, ocasionalmente, provocan una cierta inquietud. Ha llegado a decirse de él que posee el don de la ubicuidad que, como todo el mundo sabe, consiste en estar presente al mismo tiempo en varios lugares.
No hay comprobación oficial al respecto. Quizás esa presunción haya tenido origen en la movilidad especial que caracteriza a este noble –por linaje y por espíritu- personaje: un don notabilísimo que le permite desplazarse rápidamente, sin que se note, sin que nadie lo vea, de su feudo de San Isidro, por ejemplo, a la Casa del Habano, donde adquiere algún cigarro puro con aire de agente secreto, o de conspirador.
De ahí salta a un bar elegante, donde ingurgita un “etiqueta negra”. E inmediatamente se va a Córdoba –por vía aérea-. Regresa y corre a su estudio de abogado.
Todo ello a gran velocidad, pero con una velocidad, repetimos, que parece lentitud. Es que no se nota que se mueve, que va y viene, y hace un trámite tras otro, y una visita tras otra. Mientras tanto, naturalmente, habla por su IPod y recibe y contesta mensajes de texto.
Su discreción es extrema. En verano viste ropas claras que, sin embargo, se mimetizan con las sombras del atardecer en barrios con árboles, en vez de tejer una trama de oscuros y albos contrastes, a lo Paul Klee.
Así que el Duque es capaz de fundirse con el paisaje, como un ninja bonachón, amante de las bromas.
Mira como los nuevos actores de Hollywood, dejando caer el mentón hacia el pecho y levantando sus pequeños ojos hundidos, hechos de lapislázuli para resistir mejor el reflejo del sol en las cumbres de los Alpes, cuando practica allí parapente.
A veces se va a Ushuaia y se pierde por helados recovecos. Aparece de pronto con un gorro azul, un whisky en la mano y la vista al frente. Si se fijan en la foto, el Duque, en realidad, no sujeta el vaso, que flota y roza los dedos que parecen asirlo. ¡Qué extraordinario!
Es fama que el Duque habla a veces “sotto voce” en alemán con su perro “schnauser” Timoteo. El Duque habla siempre en voz baja.
- ¡Hombre, si está en un estudio de radio, aunque la luz no esté roja, por precaución…! Además, recuerde que usted es un poco sordo.
- ¡Y usted un poco gilipollas!
- No se enfade, no se enfade…
- No, si no me enfado. Lo que me llama la atención es que el Duque hable en voz baja, siendo tímido. Los tímidos suelen hablar en voz alta, para sobrecompensar.
El Duque es hombre de buen ánimo y buenos modos, tiene sentido del humor, es generoso y cordial, la talabartería y los carruajes antiguos son para él una cuestión de familia.
- ¿No le encuentra usted un parecido con el actor Donald Pleasence, cuando hizo de Blofeld?
- ¡En absoluto! El Duque tiene un rostro compacto, un poco pétreo, con hundimientos y salientes, y la barbilla un poco prominente, como los hombres de carácter. No le veo ningún parecido con el presidente de S.P.E.C.T.R.E.
- Bueno, y a todo esto, ¿quién es el Duque?
- Un amigo mío. Se llama Alberto E. Villegas.
- E…, ¿de qué?
- ¡De egregio!



© José Luis Alvarez Fermosel


martes, 3 de marzo de 2009

Espejos y sombras

“Sombra, aún vives en el espejo”, dijo Vicky Baum. Es así, los espejos están llenos de sombras y, lo que es peor, de fantasmas. Por eso es tan peligroso mirarse en ellos. A lo mejor se ve algo, o a alguien que uno no se proponía ver.
Recuerdo el caso de una señora que le había hecho la vida tan imposible a su marido que éste no tuvo más remedio que morirse.
Un día la viuda, después de emperifollarse para ver a su amante, se miró en un gran espejo de luna antes de salir y vio la cara de su esposo que le guiñaba un ojo, picarón: al parecer, donde se encontraba estaba mejor que en su casa, con su mujer. A ésta le dio un telele y no se repuso jamás. Tuvo que pasar el resto de sus días en una de las llamadas casas de salud, donde precisamente la salud brilla por su ausencia.
En los espejos pequeños uno se ve bien –aparentemente…-. Los que tienen aumento, como las lupas, nos muestran, inmisericordes, impurezas, surcos, pelos en la nariz, alguna espinilla y…¡arrugas! Arrugas que no habíamos advertido que nos circundaban los ojos cansados y las comisuras de una boca que una vez fue firme y túmida.
Pero los espejos grandes, ah, los espejos grandes…, ¡qué esotéricos, qué peligrosos son! Uno entra en ellos y no sale jamás. Lo que queda es el cuerpo. El alma se sumerge en un lago de azogue y mercurio y ya no sale más. Es un anticipo del infierno.
No en vano los espejos ocupan un lugar importante en las supersticiones populares. No pueden romperse sin que, más tarde o más temprano, suceda una desgracia.
Los espejos se enteran de todo lo que hacemos. No dejan de vernos ni un segundo. Y cada dos por tres nos devuelven, multiplicada por mil, alguna de nuestras miserias.
Son la conciencia forjada por el cristal de las lágrimas que hemos derramado por nuestros pecados, por nuestros amores contrariados, y por los imposibles, y por las pérdidas de nuestros seres queridos, y por lo que quisimos hacer y no hicimos, y por lo que pudo haber sido y no fue…
Los espejos son temibles. Los relámpagos de las tormentas los rayan de azul eléctrico y eso los contiene. Pero enseguida vuelven a ponerse tersos y claros, y vuelven a engañarnos con su aparente limpidez.
Hay que desconfiar, sobre todo, de aquellos espejos a los que se les va al azogue, a los que van agrientándose. Son los espejos viejos, y están llenos de frustraciones y resentimientos.
Los espejos salen siempre en películas de intriga y terror, y no hacen buen papel. Siempre reflejan el rostro del asesino, puñal en mano, o la cara ajada y pálida de una mujer que solloza.
Suele decirse: claro y limpio como un espejo. No hay tal. Los espejos, aun recién lavados y sin huellas de dedos, de carmín para labios de mujer ni de cremas de belleza, son oscuros, sucios y masturbadores como los malos espíritus que pueblan las mansiones abandonadas y casi derruídas, y persiguen sin éxito, en noches de luna llena, a blancos fantasmas de bellas damas muertas de amor, o por amor.



© José Luis Alvarez Fermosel


Todo cambia... de nombre

Por su interés, su actualidad y su crítica sutil y humorística a algunas de las cosas tan raras que peculiarizan a la sociedad posmoderna, tan hinchada, tan enfática, tan esnob, tan plagada de expresiones rimbombantes y mitos, posteamos la columna que bajo la volanta “Pensamientos incorrectos” publica el 3 de marzo de 2009 Rolando Hanglin en el diario La Nación, edición online, con el título “Todo cambia…de nombre”. Hay que leer un texto tan enjundioso, o sí o sí.

Todo cambia... de nombre

Al llegar a la playa, hemos tenido la osadía de llamar "bañero" al bañero. Es el mismo muchacho de siempre, con su slip blanco abultado, su espléndida musculatura y su rostro joven y armonioso. Pero está molesto.
- Yo no soy bañero, señor. Soy guardavidas. El bañero es una persona que limpia los baños. Una señora que pasa el trapo. Yo me ocupo de cuidar la vida de los que se bañan en el mar. Además, tengo estudios de guardavidas. Hay una diferencia...
Uno acepta cabizbajo la explicación y pide disculpas, pero en realidad las cosas no son como las dice nuestro joven amigo. Las personas que limpian los baños no se llaman "bañeros", en ninguna parte del mundo. Más bien se las denomina personal de limpieza, o de maestranza o de servicio. ¡Sabe Dios! Pero no "bañeros". Estos últimos son, sin duda alguna, los inconfundibles héroes del salvataje, los que hacen sonar el silbato y corren acarreando el flotador de corcho ante la admiración de niñas y señoras. Los bañeros de siempre. ¿Para qué cambiarle el nombre a una actividad tan celebrada? ¿Qué vergüenza hay en el hecho auspicioso de ser bañero? Guardar vidas suena más a medico o enfermero...¿Verdad?
Al llegar al departamento que hemos alquilado por una fortuna sideral, que nos garantiza quince días de alojamiento, establecemos un diálogo con el portero. Pero el hombre, amoscado, también nos reprende:
- Yo no soy portero. Portero es uno que cuida la puerta. Yo soy el encargado del edificio. Encargado, no portero, hágame el favor. Así se llama el Sindicato nuestro de nosotros: sindicato de encargados.
Humillado, uno acepta la reprimenda. Pero tampoco es acertada, ya que "encargado" significa a cargo de algo, sea un submarino, una cocina a gas o un grupo de estudiantes primarios. No define la función. En cambio, "portero" es palabra exacta como pocas. El portero siempre está en la puerta, o responde a un timbre bajo el cual se lee la palabra "portero", su misión principal consiste en permanecer allí con su gallardo uniforme, custodiando (por mero acto de presencia, no imaginen otra cosa) la puerta de un edificio de departamentos, además de algunas tareas menores. El portero riega la vereda con generosa manguera, para horror de Greenpeace, espía a las vecinas de vida alegre, a los solterones y -en general- a todos. Pero su misión está clara: es un portero hecho y derecho, no un encargado.
Ni bien ocupamos el departamento de veraneo llamamos a una mucama por horas, para mantenerlo limpio y en orden. Hicimos algunas llamadas telefónicas y, al rato, apareció una muchacha en la puerta.
- ¿Usted es la mucama?
- No, yo no soy mucama. Yo soy empleada.
- ¿Empleada?
- Empleada doméstica si usted quiere, señor, pero mucama no.
Después de este difícil comienzo, la charla se encaminó y pronto llegamos a un acuerdo económico. Las tareas que esta mujer habría de cumplir se ajustaban a lo que tradicionalmente han hecho las mucamas. Pero esta última palabra, sabe Dios por qué, se ha convertido en algo insultante.
Está bien: diremos en adelante "la empleada". Pero esto conlleva un empobrecimiento sensible de la lengua, ya que empleados somos todos, desde el gerente general hasta el cadete, desde el abogado corporativo hasta el diseñador de indumentaria sport. Empleada no es una buena palabra, no dice lo que tiene que decir. El sustantivo correcto es mucama.
Pero en estos tiempos todos queremos ser algo que no somos y sentimos una curiosa vergüenza por nuestra verdadera condición, de manera que apelamos al cambio de nombres para proteger nuestro pudor. Nos aplicamos sustantivos más elevados, y sobre todo más ampulosos, para que nuestra verdad esté mejor defendida.
Ahora lo estrafalario es "bizarro" (en spanglish).
El erotismo es "seducción".
Lo elegante tiene "glamour".
Lo sexual es "hot".
Y un homosexual es "under", "transgresor" o "alternativo".
Un hombre es un "masculino" (según la policía) y una mujer "un femenino"...¿O una femenina?
Obvio es decir que toda presidente es presidenta, por lo tanto la gerente es gerenta y el intendente del club será un intendento, ya que los sustantivos neutros han perdido su neutralidad.
Muchas otras palabras han salido a la palestra para representar realidades nuevas, o más bien nuevas formas de la nada: desde "terapeuta" hasta "sanador", desde la sutil "cata" de vinos hasta el misterioso "maridaje". Atención: aceptamos obedientemente estos y -de antemano- otros neologismos, porque todo cambia, sobre todo los nombres, mientras la realidad de las cosas sigue arrastrando sus chancletas y murmurando maldiciones en algún dialecto de los que hablaban los inmigrantes, aquellos que nos trajeron a este remoto país cuando las cosas se llamaban así nomás, como se han llamado siempre: el pan pan, y el vino vino. Se sospechaba, incluso, que todos esos cambios de nombre escondían en alguna parte un aumento de precio.
La realidad -no nos engañemos- es la de siempre: una vieja andrajosa que barre la vereda con su escoba medio descolada.

© Rolando Hanglin