miércoles, 30 de abril de 2008

Caballos desbocados

Diríase que los caballos que tiran del cochecillo del correo van a adelantar al tren que se acerca a toda velocidad. Pero a pesar de los denodados esfuerzos del cochero, el carruaje tropieza con las ruedas traseras contra unas piedras, empiezan a caerse las cajas con cartas y los nobles brutos a punto están de desbocarse, galopando contra el viento. El final se adivina: el carro vuelca.
Un encuentro sin fortuna el del cochero con el tren y un símbolo del futuro que se acerca a pasos agigantados. Se avecinan nuevos tiempos, tiempo de cambios.
El pintor español Ulpiano Checa (1860/1916) plasma con tremenda expresividad y el color exacto del paisaje esta carrera desproporcionada y enloquecida que simboliza el salto del pasado a un presente en el que la máquina se instala y desplaza la fuerza bruta y la tracción a sangre.
El cuadro se titula Caballos desbocados y fue pintado en 1894 por Checa, a quien la crítica internacional ha situado junto a Goya y Picasso y entre los cuatro o cinco mejores dibujantes españoles de los últimos cinco siglos.
Contemporáneo de Mariano Fortuny, Moreno Carbonero y Joaquín Sorolla, Ulpiano Checa es uno de los pintores más connotados de su época y anticipó corrientes pictóricas fundamentales en el desarrollo de las artes plásticas, en el curso de las primeras y creativas décadas del siglo XX.


© José Luis Alvarez Fermosel

Agua

Una de las obsesiones del posmodernismo es el consumo frecuente y abundante de agua. Todos, mujeres, hombres, niños, ancianos beben grandes cantidades de agua… en el “día a día”, como se dice ahora.
Llevan con ellos a todas partes botellas de plástico de al menos un libro y medio de agua mineral o, si no, las más pequeñas de medio litro.
La gente, repito, de toda edad, sexo y condición entra en el café -¡cómo si en él no le fueran a servir agua!-, en los transportes públicos, en la iglesia, en el albergue transitorio, en la consulta del médico con la botella de agua en la mochila o en el bolso, que tienen un receptáculo especialmente… “diseñado”, como también se dice ahora, para insertar en él la botella de agua. El agua no falta en el coche, donde se pueden almacenar varios envases.
Mucha gente va por la calle bebiendo agua de la botella. Esto ocurre en todo el mundo, no sólo aquí. Yo he visto en Madrid, en la Gran Vía, a un señor maduro impecablemente vestido con un traje cruzado, camisa, corbata de firma, los zapatos brillantes… ¡y una botella de agua mineral de las de medio litro en un bolsillo de la chaqueta, del cual asomaba en parte, deformando la prenda!
En Madrid, también, los quioscos de diarios y revistas expenden agua mineral. Tienen a un costado grandes cajones de botellas y la palabra agua impresa en seis idiomas en carteles a la vista.
Hace ya tiempo que salieron al mercado aguas saborizadas con hierbas y frutas que se consumen muchísimo. Los muchachos del marketing no son tontos.
El trasiego de agua es ya un fenómeno universal.
He hablado con varios médicos acerca de esta tendencia. Todos me dijeron que hay que ingerir líquidos y entre ellos agua, a fin de mantener el organismo hidratado, pero sin exagerar. El consumo de ocho vasos, o dos o tres litros de agua al día no es, no tiene que ser, en manera alguna, imprescindible. En realidad hay que beber agua cuando se tiene sed y, si se hace ejercicio, antes, durante y después de la práctica, pero no demasiada porque de lo contrario su ingesta puede provocar pérdida de magnesio y potasio y afectar el cerebro, el corazón y los músculos.
“Beber tanta agua es una manía, o una moda, por no decir una obsesión; además, no es bueno para la salud: los riñones regulan el metabolismo del agua y los minerales y filtran las impurezas del organismo, pero un exceso de líquido en el cuerpo provoca su colapso”, me dijo el doctor Roberto Díaz, conocido médico clínico, deportólogo y practicante de deportes como la carrera de fondo y la natación.
Se ve que beber agua a todas horas, en toda ocasión, en cualquier parte y, por supuesto, llevar una botella de agua mineral de un litro y medio o dos encima es “cool”, da una imagen de “fitness”, de salubridad, de frescura.
Es como los pilates: una cosa de ahora, moderna, que da “status”, que es de buen tono, que revela que uno está vigente, de moda; es… tendencia, imprime carácter de canchero, de gente que está en la vanguardia, que sabe lo que se trae entre manos.
Es lo que se lleva, una de las cosas que más se llevan, una connotación, una característica, un signo distintivo de la delicuescente sociedad posmoderna.
Agua a todas horas. ¡Señor, señora, muchachas, chicos, no se olviden de la botella de agua!


© José Luis Alvarez Fermosel

Nota relacionada:

“Bebidas inteligentes y… ¡agua!" (http://elcaballeroespanol.blogspot.com/2007/10/bebidas-inteligentes-y-agua.html)



martes, 29 de abril de 2008

Dolce

Hoy, 29 de abríl, es el Día del Animal: el día de nuestros hermanos menores, que tantas satisfacciones y alegrías nos proporcionan.
Los perros, por ejemplo, son modelos de lealtad, templanza y paciencia, por nombrar sólo algunas de sus muchas virtudes. Nos dan un gran cariño y nos prestan una fidelidad absoluta sólo a cambio de una sencilla pitanza y un poco de afecto. Salvaron muchas vidas humanas y murieron cuando su amo murió, o los abandonó.
Yo he tenido no sólo perros, sino toda clase de animales, incluidos un lagarto y un buho. Ahora tengo una perrita tierna, muy pegada a mí y a mi mujer, que no tiene precisamente un pedigrí muy lucido, pues pertenece a la raza perro a secas, ¡y a mucha honra! Se llama Dolce.
¿Cómo, una perra con nombre italiano en la casa de un español?, se preguntarán ustedes. Es que así se llamaba la hembrita que integraba, junto con los machos Capi y Zerbino y el mono Corazón Lindo, la pequeña “troupe” del viejo Vitalis, seudónimo de Carlo Balzani, un famoso cantante de ópera italiano que se ganaba la vida en su vejez y decadencia representando espectáculos callejeros en pueblos de Francia. Le acompañaba Remigio, un niño sin padres que él había prohijado. Dolce y Zerbino se perdieron una noche de invierno en un bosque y se los comieron los lobos.
La novela, pues como habrán adivinado estaba hablando de una novela, se titula “Sin familia” y su autor es un escritor francés llamado Héctor Malot. Fue uno de los primeros libros que leí en mi vida y uno de los que más me gustaron.
Volviendo a Dolce, habrá que decir que es pequeña –pesa cinco kilos-, rubia como un puma y tiene los ojos saltones, oscuros y muy expresivos, como dos grandes botones negros.
Se desayuna con unos bocados de queso que yo le doy cada mañana en cuanto me levanto, ante sus saltos, sus meneos de cola y algún quejidito discreto. Más tarde come su comida de perro.
Nos la trajo mi hijo Juan Ignacio cuando aún no nos habíamos repuesto de la pérdida de Slick, el primer perro que tuvo Maite, recogido de la calle, que también era buenísimo.
Juan Ignacio traía a Dolce, que no tendría más de un mes, envuelta en una campera que desplegó de pronto sobre la mesa. Y ahí saltó la perrita, que tenía el hocico negro como el carbón y se le ha ido poniendo blanco con los años.
Dolce es nuestra alegría y nuestra diversión, porque tiene mucha gracia y hace de tanto en tanto esas monerías que hacen todos los perros de todas las razas.
Duerme, naturalmente, a los pies de nuestra cama. En algunas ocasiones me he despertado por la noche y me la he encontrado en mi almohada.
Cuando tiene hambre me mira fijamente, de una manera especial, y mueve el rabo. Si por cualquier circunstancia no le pongo enseguida su alimento balanceado en su escudilla roja, no ladra ni se queja: se va a su rincón favorito, bajo el escritorio donde está la computadora, se echa sobre una manta verde y espera pacientemente sin la menor exigencia, sin ninguna protesta. ¡Qué gran ejemplo dan los animales al “homo sapiens”, tan soberbio, tan posesivo, tan impaciente, tan egoísta…!
Dolce es temerosa, pero vence el miedo y va para adelante, así que no es cobarde, sino todo lo contrario. Su valor le viene de familia, pues su padre murió peleando con otro perro.
Es enormemente cariñosa y tan fiel y abnegada como cualquiera de sus congéneres… o tal vez un poquito más.
Cuando nos vamos de casa y la dejamos sola se desespera, ladra, llora y termina por meterse debajo de la cama. Cuando volvemos nos recibe con un entusiasmo y una alegría indescriptibles. Salta, corre, se nos pone de patas, trae su pelota color naranja para que juguemos a tirársela y ella a agarrarla, y nosotros a sacársela de nuevo y volver a tirársela.
A veces, cuando estoy leyendo o escribiendo, se sube a mi sillón, es decir, a mi silla de director de cine verde, y se fija en lo que estoy haciendo. Cualquiera diría que se pone ella también a leer, o a escribir.
He felicitado a Dolce en su día. Lo hago también a las mascotas de mis compañeros y amigos…¡y a todas las del mundo!


©José Luis Alvarez Fermosel
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lunes, 28 de abril de 2008

Tío Pepe

Extraño e interesante “collage” de gentes, efigies, épocas, el mundo, los placeres de la comida y la bebida...
Las distancias se pueden acortar, el mundo cabe en una mesa, la oriental se tira suavemente del pelo, la señora como salida de una revista de París, en los años 20, y su copa de jerez, el cuadro con la hindú y la botella de Tío Pepe –porque, indudablemente, es una botella de jerez español Tío Pepe la que se bambolea sobre la mesa roja, con los mapas alrededor-.
Si se trata de un cartel publicitario sobre la universalidad del jerez Tío Pepe, que parece, precisamente, que se va a comer un pedazo de universo, el cartel en cuestión está logrado.
También puede ser un cuadro pintado por alguien que se excedió bebiendo el vino fino emblemático de la españolísima bodega González Byass y pasó al lienzo lo que veía, en un estado de alegre exaltación y demostrando gran sentido de la pluralidad.
Uno se queda con esta idea porque uno es un poco fantasioso y más bien novelero, y consumidor entusiasta de Tío Pepe de toda la vida.
Además, el amarillo del fondo y el rojo de la mesa, o sea, del mapamundi, son los colores de la bandera de España. ¡Olé!
¡Y salud!

© José Luis Alvarez Fermosel


domingo, 27 de abril de 2008

Aromas y recuerdos

Los olores de las personas, los animales y las cosas, los aromas, los perfumes tienen, como la música, un gran poder de evocación. Hay una memoria del olfato que no se pierde con los años.
¿No les ha pasado alguna vez a ustedes que en un autobús, o caminando por la calle, o al entrar o salir de la casa de un amigo les sorprendió un olor que automáticamente les despertó recuerdos que creían muertos y enterrados?
Uno tiene sus olores, no ya sus perfumes favoritos. Los tiene incluso clasificados, aunque no por fechas.
El olor a piso de madera encerada y manzanas asadas, por ejemplo, le recuerda a uno la casa de una apreciada familia vecina a la que iba de vez en cuando de niño a pedir libros prestados -que siempre devolvía, infrecuente costumbre adquirida entonces y conservada hasta ahora-.
El olor -un verdadero perfume- a la tierra mojada por la lluvia, después de una tormenta, caracteriza para uno las largas y melancólicas tardes de fines de setiembre en la madrileña sierra de Guadarrama o, más cerca, en la Dehesa de la Villa, al final de las vacaciones de verano y muy próximo ya el comienzo del nuevo curso escolar.
Terminados -y algunos sin terminar, ¡ay!- todos los cursos que uno ha hecho en su vida, el aroma de la tierra o la hierba húmedas revive en uno sensaciones alegres, casi todas con un toque erótico, qué le vamos a hacer.
El acre olor de las fogatas de campamento no es desagradable, en manera alguna.
El perfume “Je reviens”, de Worth, cuando nos sorprende en la calle al cruzarnos con la señora que lo lleva, nos recuerda amores juveniles, casi todos tempestuosos y con mal fin.
Hay olores como los del éter, el yodoformo y el espadol que son propios de nosocomios y nos traen recuerdos poco agradables de operaciones quirúrgicas y remiendos de urgencia en guardias hospitalarias y enfermerías.
Antes los aeropuertos olían a cuero, perfume francés, papel satinado de revista de lujo y, en las pistas, a esa gasolina roja y pesada, de elevado octanaje, que consumen los aviones.
Los aromas de los bares elegantes, a los que da gusto ir a la caída de la tarde con señoras estupendas, resucitarían a un muerto. Huele en esos bares soterrados, con barman de chaqueta negra y cruzada, y grabados ingleses de la caza del zorro en las paredes de madera noble, a vermú con ginebra, jugo de tomate, mantequilla caliente, loción de afeitar cara y limón.
Hay olores nada gratos, como el áspero y salobre de la sangre, el impreciso y un poco dulzón de la vejez y ese otro a cera y flores prematuramente marchitas por el calor de la calefacción de los velatorios. De ellos no vamos a hablar.



© José Luis Alvarez Fermosel

sábado, 26 de abril de 2008

Mulata herida en Madrid

La trajeron en una ambulancia al amanecer. Le limpiaron la sangre de la cara. Le quitaron los zapatos de altos tacones y la subieron a una sala del primer piso. Iba casi fláccida. Su prieta carne canela se distendía, palidecía. Olía mucho a alcohol.
Le cortaron parte de su pelo retinto y le extrajeron unos fragmentos de vidrio del cuero cabelludo. La desnudaron y le pusieron un camisón gris.
Yace inmóvil desde entonces en una estrecha cama de hierro. Ensangrentados los gruesos labios, morados como frutas tropicales. Revuelto el pelo. Desorbitados como los de un caballo loco sus bellos ojos negros.
Está sola la mulata. No tiene a nadie junto a la cabecera de su cama. Ninguna mano amiga refresca su frente calenturienta. Hay una toalla azul manchada de sangre sobre las sábanas. Tiene la mulata una gruesa sortija de oro, incaica, en el dedo anular de su mano izquierda, de palma rugosa y rosada.
La mulata, sola, sufre en silencio. Sin una queja. Resignada a su suerte como un perro callejero que agoniza en una cuneta, atropellado por un coche. Sola y estoica, la mulata.
¿Qué ideas golpearán al atardecer su pobre cabeza rota, cuando el sol se vaya, la habitación se quede en penumbra y le suba la fiebre? ¿A quién extrañará en la noche de luna blanca y silencio oscuro?
La mulata está sola. No tiene fuerzas ni para llorar. Le palpitan las sienes. Tiene un pañuelo amarillo, sucio, arrugado, apretado en un puño.
Huele a éter. Hace frío.
La mulata, inmóvil en la cama de hierro, siente cómo le suben por las duras piernas hasta la boca oleadas de sangre fría.
Está sola la mulata. A veces se estremece.
No hay nadie que le apriete su mano suave, de anchas uñas de celuloide rosa. Nadie que le dé un vaso de agua, le estire el embozo de la sábana o le diga que no se morirá mañana.
Poco antes de la media noche, una enfermera le dará un calmante, le tomará el pulso y le dejará una jarra de agua y un vaso sobre la mesilla de noche. Y se irá tan rápida y silenciosamente como vino.
La mulata volverá a quedarse sola en la habitación en penumbra, sólo con un piloto rojo encendido a la cabecera de la cama.
La mulata está sola. Suena un timbre. Unos pasos. Silencio, luego.
El tiempo parece haberse coagulado en el reloj eléctrico del vestíbulo, donde un enfermero lee un periódico y el gato del conserje duerme hecho un ovillo junto a una escupidera.
La mulata no duerme. ¿Qué piensa la mulata? La mulata sola, herida. En el Equipo Quirúrgico número dos.
Abelenda, el reportero de Cifra, llegó a primera hora de la mañana. Pidió el parte. Garrapateó unas palabras en unas hojas de papel que llevaba dobladas en el bolsillo interior de la chaqueta. Estuvo sólo unos minutos. Luego pasó por la comisaría de Cuatro Caminos. De regreso en la redacción escribió la crónica:
“La madrugada pasada se produjo un accidente de tráfico en la calle Francos Rodríguez, a la altura del número 96, que arrojó como balance un herido grave y tres contusos. Un automóvil MG, matrícula M-614296, que circulaba a gran velocidad por la citada calle, se salió de la calzada en un momento dado y chocó contra un poste del tendido eléctrico. Resultó herida de gravedad Christian Barreaux, venezolana, de 34 años, alternadora de cabaré, a quien se internó en el Equipo Quirúrgico número 2. El conductor del automóvil, Juan María López-Carmona y una pareja de amigos, Elena Márquez y Germán Collado, que viajaban con él y la cabaretera, resultaron con algunas contusiones que no obligaron a su internación. Las dos parejas venían de La Venta de la Peque, cerca de Peña Grande, donde habían permanecido hasta las 4 y media de la mañana. El conductor del vehículo, que al parecer se encontraba en estado de embriaguez -como el resto de sus ocupantes-, prestó declaración junto con sus acompañantes en la comisaría de Cuatro Caminos. Poco después se retiraron todos a sus domicilios, con la excepción de Christian Barreaux, que como quedó dicho fue internada”.
El periodista, concluída su jornada, se fue a su casa.
Llegó una ambulancia. Ruido de pasos. Una imprecación. Un gemido sordo. Trasiego de enfermeras. Chirrió una puerta. Tañó en la lejanía, con voluntad de lamento, una vieja campana. La mulata no podía dormirse.

© José Luis Alvarez Fermosel

Se apaga la luz...

Estamos trabajando de noche frente a la computadora y de pronto se va la luz y nos quedamos a oscuras. Hacía mucho tiempo que no nos pasaba una cosa así; por tanto, nos quedamos petrificados y, naturalmente, sin ver nada. Al cabo, recuperamos algún reflejo y salen a relucir las socorridas velas y los fósforos con que las prendemos.
La oscuridad se convierte en una penumbra que no deja de tener su encanto. Es el momento de hacerse con la botella de Oporto y servirse una copa. Inmediatamente habremos de encender un puro en la vacilante llamita de una de las velas –un Montecristo del número cuatro, si es posible-.
La cosa cambia enseguida. Ya se ve lo suficiente como para hacer lo que tenemos que hacer: beber nuestro vino, fumar nuestro cigarro, cambiar de asiento y apoltronarse en el sillón, en mi caso en una silla verde de director de cine que es bastante cómoda.
El perfume del vino y su grato sabor en el paladar. El noble aroma del habano. Las sombras chinescas, indescifrables, que dibuja el humo del puro en las paredes.
Con un poco de imaginación estamos en una “cave” parisiense. Finaliza la década del sesenta.
La imaginación al poder. Iva Zanicchi canta “Fra noi”. Marcuse. Camus. ¡Qué novela, “El extranjero”! Cioran, con su pesimismo nihilista extremado.
Cécile no ha muerto. El bailarín tenía antecedentes penales y cocaína en los bolsillos. El Sena fluyendo bajo una fina niebla azul. La mesa de siempre al fondo de la Chope du Pont –Neuf y la partida de “belote”. Cabaré.
-¿Podemos pedir una botella de champán?
-No, rica.
-¿Te vas a quedar mucho tiempo?
-No.
-Entonces me voy a la mesa de aquel gordo, a ver si hago que me invite él.
-Suerte.
Una vez me dejé olvidado un libro de versos de Rimbaud en la mesita de luz de una habitación del hotel de la Rue-des-Dames. Ella se había ido al amanecer.
- No, en eso no lleva usted razón. No hay un azul tan azul como el de “Las bañistas”, de Cézanne.
- ¡Hombre, es que Cézanne… es Cézanne!
- Gran verdad. Vámonos al Fouquet a tomarnos un Pernod.
- Seguro que ya está allí el juez Gaztambide.
Nadie hizo de comisario Maigret en el cine como Jean Gabin, que se convirtió en estrella en 1937 con “Pépé-le-Moko”.“Jules et Jim”, de Truffaut. Ella llevaba un anillo en cada dedo, cantaba la canción y amaba a dos hombres –uno francés, el otro alemán-.
Rina Ketty había dejado de cantar “J’attendrai”, una bella y triste canción de amor que, en realidad, era la versión francesa de Louis Poterat de “Tornerai”.
Un fogonazo. Todo se inunda de claridad. Volvió la luz. Hay que tirar la colilla del puro y guardar la botella de Oporto. Las sombras chinescas se fueron con los recuerdos.
También uno siempre tendrá París, un París de cuando todavía estaba el mercado de Les Halles, Montmartre no era casi un decorado turístico ni Pigalle un barrio de emigrantes: el tiempo mísero y feliz de los últimos días de Henry Miller en Clichy y los fantasmas de Francis Carco, Pierre La Rochelle y otros “dandies”, golfos, macarras y putangas, las más bellas y más alegres del mundo.


©José Luis Alvarez Fermosel


miércoles, 23 de abril de 2008

El rostro en la noche

Releo en estos días “El rostro en la noche”, no sé si la mejor novela de Edgar Wallace, pero sí la que más me gustó a mí y, por consiguiente, la que he leído más veces.
La leí por primera vez cuando tenía muy pocos años. La perdí, la encontré, la presté, no me la devolvieron –como es de rigor-, la volví a tener…; la tuve al fin por etapas, en varias ediciones y con distintos títulos, siempre traducida al español porque entonces yo no leía inglés. “El comprador de diamantes”, “La princesa andrajosa”, “El rostro en la noche”, “El hombre de Rhodesia”…
Recuerdo párrafos enteros. Me apropié –muchos años más tarde- del nombre de uno de sus personajes, Slick Smith, para utilizarlo ocasionalmente como “nom de plume” cuando trabajaba como corresponsal en el extranjero.
Su trama y sus personajes me sirvieron para montar en Madrid mis primeros… “espectáculos”, por así llamarlos, que disfrutaron como locos mi hermano Manolo y mi prima Mary y después, corregidos y aumentados, mis hijos, Juan Ignacio y María Soledad en Buenos Aires.
Una habitación a oscuras, una mesa con una pequeña lámpara con pantalla verde, Malpas, el villano, o sea, yo con una máscara sentado en una silla. Entraba uno de los chicos con una linterna en una mano y una pistola (de plástico) en la otra. Mi éxito fue enorme.
Ahora tengo una edición en inglés muy bien encuadernada, de tapa dura, editada por Doubleday, Doran and Company, Nueva York, 1929. La estoy releyendo poco a poco, como quien saborea una copa de coñac caliente después del almuerzo, un domingo de niebla: buen ambiente para leer una novela policíaca.
Edgar Wallace fue uno de los más eximios cultores del género policial que podríamos calificar de clásico y tuvo su auge en Inglaterra durante la época victoriana.
Wallace fue cocinero antes que fraile. Esto quiere decir que tuvo una vida agitada y aventurera, no muy diferente de la de algunos de sus personajes, que transcurrió en varios países, entre ellos Africa del Sur –donde trabajó como corresponsal de la agencia Reuters durante la Guerra de los Bóers (1899-1902)- y los Estados Unidos. En Hollywood escribió guiones de cine. Murió allí, a los 57 años, el 10 de febrero de 1932, precisamente cuando trabajaba en el guión de la película “King Kong” (la primera, estrenada en 1933).
Edgar Wallace nació cerca de Londres, el 1º de abril de 1875. Fue hijo natural de una actriz de reparto poco o nada conocida, quien lo dejó al cuidado de una pareja de humildes pescaderos que ya tenía 10 hijos.
Vendió diarios en las calles de Londres y trabajó en fábricas del East End londinense. Sirvió en el ejército británico, viajó a Africa, trabajó como periodista y por fin se dedicó a escribir novelas. Publicó 150 –vendió 20 millones de ejemplares- e infinidad de relatos breves. Muchas de sus obras fueron llevadas al teatro y al cine mudo y sonoro. El mismo puso en escena tres dramas en una temporada y fue crítico teatral del Morning Post. Presidió una empresa cinematográfica.
Alcanzó la plenitud de su fama después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Sus historias de misterio e intriga se difundieron por todo el mundo, traducidas a infinidad de idiomas, y deleitaron, apasionaron e hicieron soñar a varias generaciones de aficionados al género policial.
Fue un “gentleman” movedizo y pintoresco, imbuído a conciencia del espiritu de “los locos años 20”, que tripulaba un Rolls Royce amarillo y ofrecía recepciones impresionantes en las que corría el champán francés a raudales. Frecuentaba el Carlton y otros lujosos hoteles de Londres. Poseía un palco para asistir a las carreras de caballos de Ascot.
Era el prototipo del dandy. Vestía impecablemente y, cuando la ocasión lo requería, lucía el frac con esa naturalidad tranquila que exige la etiqueta.
Monóculo. Sombrero hongo, gabán, paraguas con puño de madera de ébano. Como marchamo, en la portada de innumerables volúmenes se reprodujo su rostro inconfundible y su mano izquierda, en la que sostenía un cigarrillo en una larga boquilla de ámbar.
El autor de “Los cuatro hombres justos” –que luego resultaron ser tres, como los tres mosqueteros resultaron ser cuatro- y creador del inefable personaje Mr. Reeder escribía a una velocidad increíble debido, seguramente, a la práctica del periodismo de agencia de noticias. Se encerraba en una habitación, bebía té, fumaba sin parar y dictaba a sus auxiliares, o grababa en los elementales dictáfonos de la época.
Dicen que era capaz de escribir una novela en cuatro días. Para su nuera, la novelista Margaret Lane, autora de su biografía en 1938, fue “un prodigio literario”. Dos años antes él había dado a la luz una excelente autobiografía titulada “People”.
Edgar Wallace representa mucho para mí. Fue el primer autor de novelas policíacas que yo empecé a leer, siendo muy chico. A partir de entonces creo que leí todas, o casi todas. Desgraciadamente ahora sólo tengo unas pocas, que releo cada tanto. Unas son mejores que otras, pero todas son entretenidas y están escritas con un estilo vigoroso y una prosa casi impecable.
También campea en todas ellas un sentido del humor muy británico que acompañó a Edgar Wallace toda su vida, llena de altibajos de fortuna, pues se enriqueció y se arruinó varias veces.
Cuando murió estaba en bacarrota y debía 150.000 libras. La deuda se saldó en dos años con las ganancias que siguió produciendo su obra literaria.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 20 de abril de 2008

Venecia sin ti

Venecia sin ella no era Venecia; es más, ¡qué distinta Venecia si faltaba ella…!
Una de las más hermosas canciones de amor, es decir del amor perdido –la quintaesencia de la melancolía- es “Venecia sin ti”, compuesta e interpretada por el gran cantante francés de origen armenio miles de veces en infinidad de ciudades del mundo.
Si no fue a partir de una experiencia personal, resulta difícil imaginar que Charles Azanavour pudiera escribir esa maravillosa canción, a cuyo compás bailamos los pertenecientes a una determinada generación, y alguna vez bailamos enamorados de ella y luego ella se fue, y aunque uno no estaba en Venecia, sentía “una callada quietud y una tristeza sin fin…”.
Si hay una ciudad para enamorarse, esa es Venecia. Si hay una ciudad para morir de amor –la mejor muerte, porque es la única que nos permite seguir viviendo-, esa es Venecia. Canales, góndolas, el Puente de los Suspiros, la Plaza de San Marcos, el Palazzo Ducale, el café Florian –el primer café de la historia, abierto por Floriano Francesconi en l729, por el que desfilaron lord Byron, Marcel Proust, Charles Dickens, Baudelaire…-, el Lido, los carnavales, el Campo San Polo y los largos atardeceres carmín y limón que se reflejan en las aguas grises de los canales, surcados por góndolas con parejas de enamorados.
Uno, afortunadamente, no se quedó nunca varado en Venecia, “cobijando un amor”. No hubiera podido resistir el desamor en semejante ciudad. A lo mejor a Aznavour tampoco le dejaron plantado en Venecia, después de todo, y la canción es sólo, ¡y nada menos!, una muestra del talento y la sensibilidad de un poeta puesto a escribir canciones de amor.
Vayamos ya, sin más disquisiciones, a la bellísima letra de la versión española de “Venecia sin ti”, que sigue cantando en todos los idiomas, en todo el mundo, Charles Aznavour a los 83 años:




Ilustración:
“Góndolas Venecia”
Acuarela de Gustavo Cadena



© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 16 de abril de 2008

Gente que pasa

Pasa la gente y uno la ve desde un gran ventanal del estudio que da a la calle. Casi nadie tiene prisa, qué curioso. ¿Será porque pasan por la tarde y la tarde tiene un ritmo más lento, una definida serenidad y es más proclive a la sordina y al ritornelo que al paso de marcha y al vértigo? ¿O será, lisa y llanamente, que la gente que pasa no tiene prisa?
Se ven mujeres hermosas, casi todas jóvenes y alguna no tan joven, pero de belleza aún patente.
Cartoneras -no cartoneros- tirando de carros de mano llenos de cajas de cartón. Hombres, mujeres y niños con perros de todas las razas y colores.
A eso de las cuatro para en una esquina un autobús con niños de un colegio. Madres jóvenes, casi todas con el pelo largo y pantalones vaqueros, recogen a los suyos. A los niños se los ve alegres, porque ya pasaron las grises horas de clase y se reincorporan a su mundo de colores.
Justo enfrente de mi ventanal hay dos bloques rectangulares de cemento, uno junto al otro, que sirven de bancos. Alguien se sienta en uno de ellos, a veces. Niños saltan de uno a otro. Hace unos minutos se sentó en el de la izquierda una chica alta y rubia, con patines, uno de ellos desajustado. Su compañero, un muchacho de campera roja y aspecto extranjero, se arrodilló a sus pies y se lo arregló. Luego se fueron los dos patinando, calle arriba.
La pareja de ancianos de todos los días saluda siempre agitando una mano.
Cada dos o tres días pasan unos muchachos con una escalera metálica enorme, que llevan con soltura, no se sabe si es la misma u otra igual, ni de donde vienen con ella ni a donde van. Se los ve muy alegres.
Un joven loco manso de ojos tristes vino un día e hizo piruetas de Arlequín y luego se acostó boca abajo en uno de los duros mazacotes de piedra gris. Al poco tiempo llegó un patrullero de la policía y se lo llevó, pero con delicadeza, casi con ternura.
Pasa uno de los mateos de Plaza Italia tirado por un caballo blanco y flaco, conducido por un auriga maduro y orondo de chaqueta a cuadros y gorra de visera. Pasa un hombre joven con barba de marinero en abanico, sin bigote. Pasa un señor con un perro grande, con una de las patas traseras envuelta en un vendaje de plástico. Pasan ciclistas y los mozos y mozas de los tres cafés de las inmediaciones se despliegan por la calle con bandejas con tazas y vasos. Unos llevan unos largos delantales negros.
Pasa una viejecita humilde y vivaz, tocada con un gorrito de lana azul. Me tira un beso.



© José Luis Alvarez Fermosel
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sábado, 12 de abril de 2008

Manoblanca

Letra: Homero Manzi
Musica: Antonio de Bassi



Dónde vas, carrerito del este
castigando tu yunta de ruanos,
y mostrando en la chata celeste
las dos iniciales pintadas a mano.

Reluciendo la estrella de bronce
claveteada en la suela de cuero,
dónde vas carrerito del Once,
cruzando ligero las calles del sur.

¡Porteñito!... ¡Manoblanca!...
¡Vamos!... ¡fuerza, que viene barranca!...
Manoblanca… ¡porteñito!...
¡Fuerza!... ¡vamos, que falta un poquito!...

¡Bueno!... ¡bueno!... ¡Ya salimos!...
Ahora sigan parejo otra vez,
que esta noche me esperan sus ojos
en la Avenida Centenera y Tabaré.

Dónde vas, carrerito porteño,
con tu chata flamante y coqueta,
con los ojos cerrados de sueño
y un gajo de ruda detrás de la oreja.

El orgullo de ser bienquerido
Se adivina en tu estrella de bronce,
carrerito del barrio del Once
que vuelves trotando para el corralón.

¡Bueno!... ¡bueno!... ¡Ya salimos!...
Ahora sigan parejo otra vez,
Mientras sueño en los ojos aquellos
de la avenida Centenera y Tabaré.


miércoles, 9 de abril de 2008

Contención

Cada época tiene su lenguaje y el lenguaje de cada época tiene sus expresiones, sus latiguillos que ahora, en cuanto al español se refiere, con esto de la globalización se ponen de moda aquí y a la vez en todos los países hispanohablantes.
A diario nos bombardean por la radio y la televisión –no tanto en los diarios y revistas, donde se improvisa menos- con la expresión a ver, dicha siempre con un énfasis especial, como si se tratara, después de decirla, de explicar algo difícil a gente de mollera dura a la que le costara mucho trabajo entender las cosas más elementales.
El ¡a ver!… -que salpica todos los discursos oficiales y los no oficiales, restalla como un latigazo. ¿Qué es lo que hay qué ver? No hay que ver nada, hay que hacer, hay que ir a las cosas, como dijo Ortega y Gasset: “¡Argentinos, a las cosas…!”
Además, cada uno ve lo que quiere, o lo que puede, y no tiene necesidad de que se lo ordenen. Es más, se va a esforzar menos en ver lo que tenga que ver si se lo mandan.
Otro latiguillo es el como que –que en realidad tendría que ser como si: “es como que estuviera haciéndolo, pero sin ganas”, se oye decir, por ejemplo. Estaría mejor decir: es como si… Y mucho mejor resultaría decir lo que se tuviera que decir sin ripios ni tropiezos, ni circunloquios.
Animadores, presentadores, locutoras y, sobre todo, las modelos y “vedettes” que han tomado la televisión como quien toma la Bastilla, nos abruman con el repetitivo como que…, tan innecesario como el de alguna manera –todo se hace de alguna manera, de lo contrario no se haría- o el digamos, repetido cada minuto en las declaraciones de los políticos o de cualquiera al que se lleve a hablar a la televisión.
Hay una palabra que, sin haberse hecho callo todavía en un idioma que cada día hablamos peor, emerge ya con fuerza de proyección e incluso de instalación y está empezando a utilizarse a tontas y a locas.
La palabra es contención, y viene con toda la carga de frivolidad y esnobismo que caracterizan la sociedad posmoderna.
La modelo, o la “vedette” de turno dice al aire que su novio, o su pareja la contiene mucho, le da mucha contención, cuando lo lógico sería –piensa uno- que no la contuviera, sino que la dejara que le expresara su pasión libremente. La palabra correcta en ese caso sería liberar: liberar a la persona amada de prejuicios y tabúes y animarla a que dé lo mejor de sí misma, en todos los sentidos y, naturalmente, o más que nada en el sexo. (Entre paréntesis, cada vez somos más sexistas y menos sexuales; cada día practicamos menos el sexo y lo practicamos peor.)
A los estudiantes no se los educa, no se los forma ni mucho menos se les ponen límites: se los contiene. Los maestros hablan constantemente de contención. También es verdad que los educandos de hoy en día se las traen y más que contenerlos habría que reducirlos, es decir, neutralizar, o canalizar su agresividad.
Se contienen los precios, en lugar de mantenérselos, que es lo que habría que decir.
Uno le da contención a su abuela, que en realidad no quiere que la contenga nadie, sino irse al cine con sus amigas y después a una pizzería y mandarse entre todas una calabresa grande y unas cervezas, porque no nos engañemos, ya nadie toma el té, ni a las cinco ni a ninguna otra hora.
En fin, que la palabra contención, mal empleada, está por ponerse de última moda, por convertirse en “cool”, acuérdense de lo que les digo. Y no es que contenerse, o contener a los demás cuando hay que contenerlos esté mal, ni que la contención no sea una virtud. Sencillamente, hay que aplicarla con propiedad.
Espero que estas líneas les sirvan de contención.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 8 de abril de 2008

Los claroscuros de Wright of Derby

“Cueva por la tarde” (“Cave at evening”), es quizás la obra más lograda, y la más inquietante –una caverna por la tarde es siempre inquietante, por otra parte-, del pintor inglés Joseph Wright of Derby (1734/1797), buen retratista y mejor paisajista.
Consiguió fuertes claroscuros, a veces bajo luz artificial, que dotaron a sus obras de un estilo un tanto sombrío.
Sus temas fueron asimismo un poco… oscuros –no ya sus tonos-: “Experimento con un pájaro en una bomba de aire”, “El alquimista en busca de la piedra filosofal”, “Viejo hombre y la muerte”.
Estando en Nápoles fue testigo de la erupción del Vesubio, tema de muchas de sus pinturas posteriores. (Esa experiencia tuvo que influir en su persona y en sus telas.) A su regreso de Italia se estableció en Bath y trabajó febrílmente como retratista.
No era un gran dibujante ni trataba con propiedad, por lo general, los colores de las facciones y la piel de sus modelos, lo que redundaba en perjuicio de la expresividad de los rostros, duros en ocasiones.
Wright of Derby logra llegar al máximo de sus habilidades pictóricas con sus captaciones de paisajes, espléndidos en su aprovechamiento de los colores del atardecer y de la noche. Siempre el claroscuro.
Artista interesante e inquietante, de fuerte carácter, tuvo el privilegio –si es que lo fue, en verdad- de ser el primer pintor profesional que expresó el espíritu de la Revolución Industrial (1).


(1) Proceso de cambios que, al vincular el desarrollo tecnológico con el productivo, convirtió una sociedad basada en la producción agraria y artesanal en otra organizada alrededor de la producción industrial ilimitada de bienes y servicios. Se originó en el Reino Unido entre 1770 y 1790.


© José Luis Alvarez Fermosel

domingo, 6 de abril de 2008

Sobre la contemporaneidad

Recomendamos entusiásticamente una nota, excelente en todos los sentidos y conceptos, que Marcelo Pisarro ha publicado en la Revista Ñ del diario Clarín de Buenos Aires. Está, además, muy bien escrita. Su autor ha realizado un magnífico trabajo de investigación. El estilo del informe, porque en realidad es un informe especial, es humorístico, alegre y cumple con las generales de la ley del periodismo porque está lleno de datos, de números, de hechos, de siglas y otros elementos de los que dan entidad y trascendencia a un trabajo periodístico que en este caso tiene marcadas características de ensayo. No hay que perdérselo. Es más, hay que guardarlo, pero no en un lugar de difícil acceso porque cada dos por tres habrá que sacarlo de su sitio para releerlo o para utilizar, siempre citando la fuente, algunos de los muchos datos que contiene. El trabajo en cuestión se titula: “Todo lo que debe saber un moderno”, y apareció el 5 de abril de 2008.

© José Luis Alvarez Fermosel

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"Todo lo que debe saber un moderno"

La pobreza idiomática

La pobreza idiomática preocupa al presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Barcia. (Los dos tomos del diccionario de la Real Academia Española (RAE) contienen 90.000 palabras; los adolescentes y muchos jóvenes y no tan jóvenes de hoy en día usan sólo 200.)
En una entrevista de Carlos Vernazza, publicada en la revista de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), Pedro Barcia dice:
“La pobreza me preocupa seriamente porque en una sociedad democrática, cuando al hombre se le reduce el vocabulario se lo estrecha mentalmente, se lo somete intelectualmente y pierde la posibilidad de matices del pensamiento crítico, por eso George Orwell en 1984 (1) como buen socialista inglés, inventa la neolingua como una crítica al mal socialismo de Stalin”.
A continuación se transcribe el texto de la entrevista.

¿Cómo hablan los argentinos?
El argentino medio, en un pretérito lamentablemente nostálgico, hablaba bien, pero cada vez está hablando más pobre y vulgarmente. Es una pena, porque esto se advierte en el trato cotidiano con los alumnos. Aquí hay una cosa que a mí me preocupa, en primer lugar la pobreza y en segundo lugar la vulgaridad. La pobreza me preocupa seriamente porque en una sociedad democrática, cuando al hombre se le reduce el vocabulario se lo estrecha mentalmente, se lo somete intelectualmente y pierde la posibilidad de matices de pensamiento crítico, por eso George Orwell en 1984, como buen socialista inglés, inventa la neolingua como una crítica al mal socialismo de Stalin. En el apéndice de la neolingua dice que el sistema va reduciendo cada vez más las palabras para que el hombre sea cautivo y no tenga libertad de pensamiento. Un régimen totalitario termina por dominar al hombre mediante la escasez del lenguaje, logrando entre nosotros involuntariamente, porque nadie se lo propone, una reducción del lenguaje y por lo tanto la libertad de expresión se va quedando entre nuestros muchachos como un derecho enunciado pero no cumplido porque son cautivos de su propia limitación. Ahora, cuál es el gran modelo que presenta esta limitación, no son las cátedras secundarias y universitarias, es el caso de algunas manifestaciones, no todas, en radio y televisión. La televisión sobre todo es «impresita» -el adjetivo no existe pero hay que inventarlo- porque imprime el modelo en quien lo absorbe. No hay que olvidarse que la televisión y la radio, a diferencia del diario, admiten los analfabetos de modo que influye en la totalidad de la población. En un modelo de pobreza lingüística el muchacho va tomando eso y se va autojustificando. El muchacho hace unos diez años hablaba con unas 800 palabras y ahora habla con menos de la mitad.

En un artículo publicado usted dice que los jóvenes hablan con 250 vocablos.
Sí, los que son adolescentes ahora están en 200 palabras. Esto está Agravado por los mensajes de textos de los celulares que les imponen un máximo de abreviación. Ahora escriben “te quiero” con una “t” y una “k”. Hay una empresa que difundió un diccionario con 200 abreviaturas para comunicarse con mensajes de textos. Es una negación que una empresa de la comunicación esté facilitando la pobreza comunicativa.

¿Qué habría que hacer frente a esa empresa?
En primer lugar, esa empresa habría que nombrarla y decir que: Telecom ha difundido este diccionario porque esto es censurable. En segundo lugar, habría que trabajar en las escuelas para explicarles a los muchachos que en eso no consiste, esa especie de escritura críptica, el manejo del idioma porque van a ser ya son- cautivos de esta limitación. La pobreza y la vulgaridad los va atando cada vez más y no me estoy metiendo en el plano moral- porque la grosería, la guasada, la guarangada, el chiste estúpido y grosero presentado permanentemente, le va quitando sensibilidad.

¿Pero usted le echa culpas sólo a la televisión?
Bueno, acá hay una cuestión y es que la educación tiene que asumir la responsabilidad de equilibrar las cargas sobre lo que algún sector de la televisión hace mal. Ocurre que ha tardado muchísimo y aún no se incorporó el estudio de los lenguajes de los medios a la escuela. Esto es importante no como una cuestión de preocupación sobre el purismo del idioma, sino porque la cuestión es que la escuela tiene que enseñar el lenguaje y la retórica de los medios. No hay que confundir la lengua en el diario con el lenguaje del diario. El lenguaje del diario consiste en armar la página con una fotografía y un subtítulo, colocarlo junto a una columna en página par o impar y todo esto produce un impacto en el lector. Esto es lo que debe enseñarse para que el chico se libere de la operación retórica de los medios, pero eso no ha llegado a la escuela. Al chico se le debe enseñar, no a ponerse en contra de la televisión sino frente a la televisión y desarrollarle paulatinamente un pensamiento crítico para ver qué mira y ver cómo lo manejan. Una vez que se le ha enseñado la retórica el muchacho advierte, enseguida, cuales son los resortes que están tocando en él para manejarlos.

¿Cuántas palabras están aceptadas por la Real Academia Española?
Importa poco que las acepte, aclaro en primer lugar. Los dos tomos contienen 90 mil palabras.

Y los jóvenes utilizan sólo 200. ¿Qué nos espera?
Nos espera un cautiverio de la libertad de expresión, un sometimiento al ciudadano. El hombre no va a tener libertad para decir lo que quiere, ni matices. Nos espera un empobrecimiento gradual del intelecto porque la persona piensa con palabras, distingue gracias a las palabras una realidad. Un criollo distingue ciertos tipos de pelaje porque tiene las palabras Para distinguir el azulenco del mateado, pero en cambio el hombre que va de la ciudad no tiene el conocimiento de las palabras y para él los caballos son de tres tipos: blancos; overos y blancos, marrones y negros.

¿Es un fenómeno argentino o se expande en el mundo?
Por lo menos en el mundo hispánico es general lo cual no tiene que justificarnos con el decir de que mal de muchos consuelo de tontos.

En términos generales, un argentino ¿cuántas palabras utiliza?
Un argentino medio, de unos 40 años, habitualmente usa unas dos mil palabras. Hay tres léxicos: el primero es el de la lectura que es más amplio del que se maneja porque lo entiende desde el contexto; en segundo lugar está el léxico de la escritura porque cuando se escribe se manejan más palabras porque tiene tiempo para pensarlo y por último está el léxico de cuando se habla, que es el más escaso. El lenguaje y el léxico los inventa el pueblo, lo prestigia la literatura y lo avala la Academia, que actúa como el escribano que da fe pero que no inventa nada, a lo sumo puede corregir algo.

¿El diccionario en inglés supera las cien mil palabras?
Sí. Pero nosotros también porque estamos preparando con todas las academias un diccionario con americanismos que tendrá 100 mil voces y 400 mil acepciones, que estaría superando al de la lengua general.

Pero no lo usan todos los países americanos.
Tampoco se usan todas la palabras que están en el diccionario de la academia.

¿Cómo escriben los argentinos?
Si se refiere al argentino medio, respondo que con mucha dificultad, con creciente torpeza y con el tiempo yo creo que si no ponemos manos, a través de la educación, para mejorar esto terminaremos con un pueblo con certificado de lectoescritura pero ágrafo, que no puede escribir. Pídale a cualquier chico de 16 años que escriba una nota pidiendo trabajo y verá que no puede porque dejando de lado la ortografía, que es otro tema, armar un párrafo es una empresa. Leer y escribir es una tarea complejísima para un chico. El 90 por ciento de la expresión del hombre en la vida social es la palabra hablada pero está tan deteriorada como la palabra escrita.

¿Cómo escriben los periodistas argentinos en general?
Yo diría que el periodismo argentino tiene un buen nivel de expresión. Los diarios han tenido un gran prestigio y ahora se está dando un fenómeno que es hispanohablante. Los diarios están llevando la lengua gradualmente a un especie de estado neutral, donde las notas regionales y los rasgos nacionales van siendo excluidos gradualmente para lograr una lengua aceptable, legible y entendible en todo el mundo. Esto comenzó en las versiones on line de los diarios.

¿Por qué utiliza online en lugar de decir digital?
Es correcto siempre que se escriba con bastardillas que significa bastardo, no legítimo. No hay que rechazar los extranjerismos. Un estudio de los diarios hispanoamericanos, sobre todo en Venezuela y Colombia, que mostró cómo se está llegando al 98 por ciento de lengua neutra o general o lo que se llama el español globalizado y un dos por ciento de acuse regional.

En cinco años que estoy en esta revista si han salido dos palabras en inglés son muchas, y en bastardilla, porque todo es posible de traducir. Yo creo que hay que hacer una guerra al inglés que se mete por todos lados, muchas veces sin sentido.
Le aclaro, nosotros hicimos una estadística, rápida gracias al mundo digital, en la Real Academia Española cuando estábamos reunidos todos los presidentes y se estableció que la cantidad de extranjerismos, sobre todo de anglicismos, que circulan frecuentemente, es decir que están en la radio y en la televisión, no superan los 150 pero están “como el tomate en todas las salsas”.

Cuando estuvo González Fraga en la cena de ADEPA, lo felicité personalmente porque siendo un economista no pronunció, en los 40 minutos de su discurso, palabra alguna en inglés y él me contestó que se jactaba de no hacerlo, a pesar de que viaja permanentemente a Estados Unidos.
Esto me recuerda a Raúl Prebisch, cuando mandó hacer un manualito para la correspondencia interna y depurar la expresión.

¿Es el español el segundo idioma más hablado en el mundo?
Es el segundo idioma en el mundo en capacidad de crecimiento porque el Chino no se expande, que es el más grande, el hindi que le sigue en orden no se expande, el tercero es el inglés y el cuarto el español. Ahora estamos entrando en EE.UU., de tal manera que ya tenemos 40 millones de hablantes y ellos están sacando un programa de rechazo al español para impedir que siga avanzando.

¿Está de acuerdo de que el español es un peligro para el inglés?
Es un peligro satisfactorio para nosotros porque está probado que la rotundez fonética del español y la simplificación de articulación hacen que se imponga sobre el inglés.

¿Dónde se habla mejor la lengua española?
No hay un centro en el mundo que sea el modelo de lengua. Hasta el siglo XIX, posiblemente el mejor español de América se hablaba en Colombia, sin embargo la Argentina tuvo la capacidad de expansión de su literatura en el mundo, gracias a que la Argentina tiene un “buche de ñandú”, es decir una gran capacidad de asimilación de las cosas de afuera y las revierte. Es curioso que los españoles digan que nosotros hablamos muy dulce y armonioso. Las tonadas, por otra parte, en el lenguaje televisivo están desapareciendo en todo el mundo.

Usted dice que el idioma nacional es patriotero.
Es patriotera la actitud de decir que tenemos un idioma nacional. Nosotros no tenemos un idioma argentino, tenemos un uso argentino del idioma español.

¿Qué haría usted para atraer a los jóvenes a la lectura?
Hay que generar el hábito de la lectura y eso lleva tiempo. Se debe empezar desde abajo, revisemos la enseñanza de la lectoescritura desde el primer año y desde la casa. En la escuela se debe exigir la lectura de libros y no recurrir a las fotocopias. La educación ha ido cuesta abajo y ahora tenemos que recuperarla.

¿Quien es más responsable, la escuela o la familia?
Indudablemente la escuela, porque es profesional y no todos los padres están preparados para enseñar a sus hijos. Si usted le da dos pesos a un joven, preferirá comprarse una gaseosa y no un diario.Porque no ha habido una motivación. Aquí se ha trabajado con el diario en la escuela pero no se ha enseñado el lenguaje del diario. Hay que enseñar a leer debidamente el diario y no proclamar un solo diario, como muchos cursos congreso y se comercializa.

Pero hay muchos diarios de provincias que enseñan a leerlo en las escuelas y sin embargo el resultado es muy pobre.
No son muchos. Usan el diario para explicar el fenómeno del tsunami y ese no es el sistema. Deben enseñar las partes del diario, por ejemplo: qué es una (2) editorial.

Usted dice que fuera de la enseñanza primaria, donde la da como aceptable, en el polimodal y en las universidades la enseñanza de la lengua es desastrosa.
Aclaro que la enseñanza de la lengua ya está siendo desastrosa desde la EGB, desde el comienzo. La universidad no se preocupa porque los exámenes son escritos y se hacen en forma telegráfica. La enseñanza de la lengua requiere de atención personalizada y la universidad es autista. Pregúntese qué universidad se preocupó de la deuda externa.

Lo hizo el Grupo Fénix, de la Universidad Nacional de Buenos Aires.
Posiblemente. Pero un profesor de letras no tiene la menor idea de cómo es la estructura de la organización educativa de la provincia de Buenos Aires donde va a trabajar. No tiene la menor idea.

Cada argentino lee medio libro por año. ¿Cuánto se leía 30 años atrás?
Recordemos que en EE.UU. se leen 8 por año. Más o menos un promedio de 4 libros. Chile recuperó y está en un libro por habitante, Brasil también, España está como nosotros.

¿Qué futuro le ve a los diarios impresos?
La lengua española mantendrá la unidad y la riqueza si los medios de comunicación ayudan de modo que no planteemos la cosa al revés. El diario mantiene un buen nivel pero la televisión empobrece el lenguaje.

Suponemos que un periodista usa tres mil palabras y el que recibe el mensaje apenas maneja trescientas.
Pero es que la única solución que le queda al periodista es que las personas sean capaces de leer el diario con esta riqueza porque si el diario baja el nivel, terminaremos con señales de humo. El diario enseña a escribir y la televisión no enseña, por eso la escuela tiene que tener en el diario un elemento fundamental de ayuda.


N.del E.:

(1) En un párrafo de la entrevista, se dice que “… George Orwell en 1984…” . No es que Orwell dijera nada en 1984, o pudo decir muchas cosas si hubiera vivido en esa época, pero lo real es que “Mil novecientos ochenta y cuatro”, o “1984”, es el título de una novela de política ficción distópica escrita en 1948. La novela introdujo los conceptos del siempre presente y vigilante Gran Hermano, de la notoria habitación 101, de la ubicua policía del pensamiento y de la neolengua, adaptación del inglés en la que se reduce y se transforma el léxico: lo que no está en la neolengua, no puede ser pensado.
(2) En realidad es un (artículo) editorial. Una editorial es la que edita los libros.
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sábado, 5 de abril de 2008

Azul y negro

Al hombre lo disminuye un entramado de bambú y piedra, en larga vertical, que tiene voluntad de rascacielos del subdesarrollo. Casi no se ve al hombre, que pisa una gran sombra azul que no es la suya.
Un andamiaje que parece terminal y el hombre que pasa rápido –se adivina-: unos segundos más y se perderá tras una esquina.
El hombre se mete en la sombra con conocimiento de causa. Va de negro, lleva sombrero. Tiene aire de agente secreto o de hampón elegante que sabe Dios qué siniestra misión va a cumplir.
Quizás sea un comprador de padparadschms que se dirige al cuadrilátero que forman las calles Silom-Mahesak-Suriwong-Decho (estamos hablando de Bangkok), y pasa al lado de ese armazón que tal vez sea lo que resta de un edificio semi deshecho por un tornado.
Bangkok. Rubíes, berilos, jades, zafiros, ópalos, espinelas, turmalinas… ¡Cuidado con Soi Wanit, que es la calle de las piedras falsas!
Al hombre enigmático, en un no menos misterioso escenario, casi más yerto que inmóvil, lo ha detenido el relámpagueo de un “flash” y se ha quedado ahí, en un contexto azul; y no sabremos nunca quién es, a dónde va ni qué hará. La magia muerta de la instantánea, de la foto que se tira sin saber por qué y luego vienen los sueños inquietantes.
Pero la foto no es una foto. ¿O sí? ¿No es un dibujo que se parece a una fotografía?
Todo es, está azul, pero éste de la imagen del hombre de negro es un azul que no se las trae todas consigo. Es como el azul de aquella película en la que a Porter no querían devolverle sus 70.000 dólares.
Es que en Bangkok, que es de color naranja y no azul, puede pasar cualquier cosa, ya se sabe.

© José Luis Alvarez Fermosel

Cada vez peor

Hablamos y escribimos cada vez peor. Lo malo es que parece no haber solución para este problema. Si seguimos a este paso el rico y eufónico idioma español se convertirá muy pronto en un cocoliche que sólo entenderán quienes lo convirtieron en tal.
Para colmo de males los obsesos de la cultura “click”, aquellos que se despepitan por la paquetería “cool” y los que quieren sentar plaza de originales y entendidos –ninguno de ellos tiene idea de nada- contribuyen con entusiasmo digno de mejor causa a la confusión general.
Hasta hace muy poco tiempo se llamaba politicólogo al experto, o supuesto experto en política –debe haber pocos, porque de lo contrario no estaríamos como estamos-. Después se lo calificó de politólogo –que suena muy mal-. Ultimamente, debido a la hinchazón retórica y a la manía de retorcerlo todo para parecer culto, la palabreja devino cientista político.
Mucho cientista, mucho cientista, pero a la hora de la verdad lo que predomina es la falta de ciencia y, peor aún, de la instrucción más elemental, falta que caracteriza precisamente a los políticos. Claro que, como dijo Robert Louis Stevenson, la política es algo para lo que se supone que no se necesita ninguna preparación.
Ultimamente no hemos estado muy atentos a la radio y a la televisión, por lo cual sólo nos hemos topado con barbaridades como artilugio por subterfugio, egoísticamente por egoístamente, obsesividad por obsesión, mecanicidad por mecanismo, conexidad por conexión, locación de servicios por prestación de servicios, confusionales por confusos, criteriosidad por criterio, encargue por encargo, acomedido por comedido, concretización por concreción, conferencista por conferenciante, amenazantemente por amenazadoramente, doblegar esfuerzos por redoblar esfuerzos, autosuicidio por suicidio, disgresión por digresión, enforzar por obligar, esparcer por esparcir, expander por expandir, si podría hacerse por si pudiera hacerse, la práctica totalidad por la casi totalidad, preveer por prever, reservación por reserva, presunta víctima por víctima, convivenciar por convivir y polvoso por polvoriento.
La cereza en el pastel: en un sesudo texto de un conocido historiador se dice “Esperando a Godoy”, cuando el título exacto de la obra del escritor irlandés Samuel Beckett es “Esperando a Godot”.
Basta por hoy. Volveremos.


© José Luis Alvarez Fermosel

miércoles, 2 de abril de 2008

¡Usted, tú, ché...!

Un diario de Buenos Aires recordó hace algún tiempo que el tú tiene profundas raíces idiomáticas que se remontan a la época de la Roma Imperial, donde César tuteaba incluso a sus generales. Los reyes –los pocos que quedan- mantienen esa costumbre.
En Francia no hubo tanta campechanía –salvo en la Revolución-, lo cual no parece muy coherente, pues los franceses son muy permisivos en todo lo que se refiere a la sociedad y el trato social.
Pese a ello, la juventud francesa, incluída la contestataria –la de las barricadas de aquel mayo francés que pretendía llevar la imaginación al poder- no utilizaba el tuteo bien diferenciado hasta que no hubiera un avanzado grado de confianza.
En Argentina, sobre todo en Buenos Aires, el voseo y el tuteo se impusieron hace ya mucho tiempo en la comunicación verbal cotidiana y, lo que es más, configuraron perfiles propios en la expresión que antes fueron patrimonio exclusivo, o casi, de los chilenos o de los uruguayos.
Todavía no hay aquí consenso acerca de si tutearse es… bueno o malo.
Conocidas figuras de la política, la economía, la literatura y la cultura en general opinaron sobre el tema.
Ernesto Sábato dijo que “la utilización del voseo y el tuteo en forma indiscriminada es un mal general”.
El profesor Alfredo Pizzo, estudioso de las modificaciones linguísticas anuales de la Real Academia Española, considera que el tuteo corresponde a un sentimiento oculto de acercamiento entre los individuos.
El economista Juan Carlos de Pablo sostiene que “la formalidad y la solemnidad cedieron lugar con el paso del tiempo, desde hace ya varios años, a una suerte de liberación de las formas que no incide negativamente en la educación y en las llamadas buenas costumbres”.
Es decir, que el tú y el vos parecen ser más… buenos que malos. Lo malo es que en el posmodernismo se produzcan abusos, por ejemplo cuando gente muy joven tutea a gente mayor sin haberla tratado, o cuando los alumnos tutean a los profesores. Se esgrime así un tuteo desenfadado, no agresivo pero sí chocante.
Peor es que cuando uno tutea –por confianza o por jovialidad- le traten de usted, aunque uno insista en que lo tuteen, y le sigan llamando de usted y con cierto énfasis, como tratando de hacerle entender que el trato social de uno deja bastante que desear.
También hay gente a la que uno fue presentado, con quien dialogó y a quien vio en varias oportunidades y luego, cuando pasa un cierto tiempo sin que uno la vea, le desconoce.

- Pero, hombre, dice uno: Fulano: yo soy Mengano; ¿no te acuerdas? Nos presentó Zutano en casa de Perengano.
- Ah, sí, ¿cómo le va?, dice nuestro interlocutor. Y se va, dejándonos con la palabra en la boca.

Pero volviendo al tú y al vos, o al usted, lo cierto es que el tiempo barre junto con las ilusiones –y otras cosas más tangibles, como los cabellos-, modas, modos e incluso módulos que van siendo sustituídos -no suplantados, que eso es otra cosa- por otros que, a su vez, serán reemplazados o preteridos por una ley tan inmutable como la sucesión del día y la noche.
Renovarse o morir, oigan ustedes. O sea, oir vosotros.



© José Luis Alvarez Fermosel