martes, 1 de julio de 2008

Nuevas normas, nuevas formas

El tiempo corre cada vez más aprisa. Los segundos tienen ya tanto valor en los salones como para las marcas de los atletas, en los estadios.
Un día, en cualquier recepción de embajada, un consejero o un secretario se acercará en un momento dado a vuestro grupo y os dirá sonriendo, eso sí:
"¡Oye, que os vayáis!”
Quizá falte media hora para el momento de irse, tal vez sean las diecinueve y el limite de permanencia marcado en la tarjeta de invitación sean las veinte; pero ese día hay muchos colados, o el embajador tiene otro compromiso y quiere hacer un descansito entre la copa en su casa y la copa en la ajena y manda a un propio a despejar el salón. Y aquí paz y después gloria.
Ya resuena en los elegantes salones con “boisserie” y gobelinos de las embajadas el clarinazo que anuncia a la neodiplomacia. Nuevas normas, nuevas formas.
Los neodiplomáticos, los altos funcionarios internacionales, los capitanes de empresa, los… "intelectuales" y otras personalidades encumbradas de gran relevancia y mucha gravitación son ahora fundamentalmente pragmáticos -algunos son pragmáticamente fundamentalistas, también-. ¡Han cambiado tanto los tiempos!
Pero lo valiente no quita lo cortés. Las buenas maneras y la cortesía no estorban, ni la elegancia, ni el buen decir, ni el sentido del humor.
Tampoco están de más la cultura, la discreción, la sencillez y el conocimiento, cuando uno viaja mucho, de una o varias lenguas extranjeras –el inglés, por lo menos, que se ha convertido en el idioma del mundo-, y no dominan casi ninguno de los estadistas y grandes prohombres de la América Latina.
Uno ha sido asombrado testigo de hechos que consideró al menos insólitos, en su azacaneo durante muchos años por legaciones, consulados y agregadurias. Ha visto, por ejemplo, a diplomáticos de ringorrango meterse el dedo en la nariz en recepciones. Delicadamente, ¡pero se lo metieron!
Tampoco se le escaparon a uno las narices de ciertos diplomáticos, que no eran narices sino mascarones de proa: erisipeladas, con grandes costras rojizas; narices bulbosas, llenas de pelos, estriadas, surcadas por venillas rojizas; narices afiladas y pálidas, casi cortantes y otras muy breves y respingonas, talmente como hociquitos levantados despectivamente hacia arriba que ventearan un aire impregnado de malos olores.
¡Pero narices con erisipela...! Un diplomático “comme il faut” no puede padecer de erisipela. Ni de halitosis, hongos -los únicos hongos apropiados para los diplomáticos son los champiñones-, pie de atleta, hemorroides, flato, alopecia seborréica, orzuelos, diarrea, conjuntivitis y culebrilla.
A los diplomáticos que se precien de tales no se les puede permitir, en conciencia, que sufran más que de esplín, estrés, “caffard” (contenido), gota, “surmenage” y fastidio.
Tienen, además, que saber envejecer con dignidad y no usar bisoñé cuando pierden el pelo –conservando las mañas-, sino lucir airosamente gallardas calvas pulidas, brillantes -como la de Albino Gómez o la de Fuad Boulaix, que fue ministro consejero en la embajada de Siria en Londres hace muchos años-, o distinguidas cabelleras plateadas, no teñidas color mesa de comedor.
El embajador español Enrique Pérez Hernández, que era un pragmático pero también un caballero, le vendió en una operación magistral al entonces presidente de Chile, Salvador Allende una importante partida de camiones españoles Pegaso. El mandatario y el embajador se tomaban en esos momentos unos “whiskies” y hablaban de Montaigne. Eso se llama estilo. Y ya se sabe, el estilo es el hombre.
La otra cara de la moneda: el norteamericano Paul Wolfowitz (ver foto), presidente del Banco Mundial, viajó recientemente a Turquía. Allí fue invitado a visitar la mezquita de Selimiya, en Estambul. Al descalzarse para entrar, según el ritual musulmán, se vio que… ¡tenía ambos calcetines agujereados y, al parecer, no muy limpios! Así fue retratado y las fotos dieron la vuelta al mundo.
Los calcetines, o el estado en que se encuentren, también tienen importancia.


© José Luis Alvarez Fermosel
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4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué bueno, Caballero Español! Es cierto lo que dice. No es necesario que una persona sea modelo o que lo vista algún modista renombrado. Por mi trabajo, más de una vez tengo que ir a reuniones y veo cada cosa que me espanta. Mucha gente cree que no hay o no existen reglas para vestirse e, incluso, para comportarse, comer, beber, etc., en determinados lugares pero sí las hay. Lo felicito por todo su blog pero con esta nota, acabo de ganarle una apuesta a un amigo. Fuerte abrazo y lo felicito por la radio, también. Agustín.

Anónimo dijo...

Agustín: me alegro de haberte hecho ganar una apuesta y de que seas, como se infiere de tu mensaje -que agradezco mucho- un caballero seguidor de reglas que no pueden sustituirse y menos anularse. Gracias por tu felicitación por la radio. Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

¡Qué bárbaro! De tan bárbaro, da verguenza ajena. Muy bueno el blog y lo escucho siempre por la radio. Josefina (Adrogué)

Anónimo dijo...

Josefina: es así, hay gente para todo y alguna que, evidentemente, compra calcetines de mala calidad y se deja largas las uñas de los pies... con los resultados obtenidos al menos por este buen hombre al que me refiero en mi nota. Gracias por escucharme por la radio. Besos.