jueves, 30 de agosto de 2007

Se apagó la antorcha














O sea, que ya no queda nadie, o casi nadie. Tal vez Ansón, Manuel Vicent, el "maudit" Raúl del Pozo, algún otro cuyo nombre no acude a mi memoria mientras consigno con tristeza que ha muerto Francisco Umbral, el último gran columnista de la prensa española.
Paco Umbral recogió, y la mantuvo encendida, la antorcha que le entregó César González-Ruano. La supo llevar dignamente en esa carrera de relevos que emprende el escritor cuando compone su primer poema a los quince años y, a veces, la pasa luego a otro escritor. La antorcha se apagó.
Umbral, como González-Ruano, fue un escritor infatigable y denodado que tentó todos los géneros con fortuna. Como Ruano, tuvo mérito y éxito. Fue un gran literato. “Yo he vivido más en la literatura que en la vida”, dijo. Fue muy premiado, merecidamente. No vamos a hacer aquí su biografía ni el recuento de sus obras. Otros lo han hecho ya muy bien.
En lo personal, muchos lo vieron alambicado, cínico, pagado de sí mismo y de mal carácter. Más vale tener mal carácter que no tener ninguno. Con respecto a los otros sambenitos que le colgaron, lo que pasa es que fue un esteta. “Sólo como fenómeno estético se justifican eternamente la existencia y el mundo”, dijo Nietzsche. Esto de la estética irrita mucho, sobre todo a la izquierda.
También dijo Umbral que era un dandy de izquierda y ahí se cavó la fosa. Sus camaradas de la “gauche galant” no le perdonaron la “boutade”, que no era “boutade”.
Tampoco le ayudó –sobre todo para ingresar en la Academia- su propensión a desmitificar y su aversión a las misturas y mistificaciones. Bajó del Olimpo a Pío Baroja y a Azorín, dos monstruos sagrados de la literatura española del siglo XX. De Galdós recordó la definición que hizo González-Ruano en sus memorias del autor de “Los Episodios Nacionales”: “Galdós fue un maestro de obras socialista”. Añade Umbral: “Lo sabe todo del
asesinato de Prim, pero cuando escribe el Episodio de Prim no cuenta nada. Hizo la Historia del XIX según le convenía”.
Umbral recuerda que Azorín denunció la metáfora como trampa porque él no sabía hacerlas y que sus adjetivos fueron siempre vulgares, manidos, arcaizante y muchos los tomaba de los manuales de oficios. Era verdad.
También habló y escribió de la “natural torpidez de la sintaxis” de Baroja. Y calificó su prosa de “descuidada y torpe”. “En ‘El Arbol de la Ciencia’ –recuerda Umbral-
se vela la muerte de un desharrapado en una corrala madrileña y, para describir a los amigos del muerto, Baroja escribe cinco veces ‘desharrapado’ en un párrafo. No tiene otra palabra para describir a los mendigos ni se molesta en buscarla”.
¡Cuántas veces se nos hizo comulgar con ruedas de molino durante el franquismo!
Los artículos de Umbral, como los de su maestro González-Ruano, figuran en un lugar de privilegio en ese gran libro de las masas que es el periodismo.
Umbral fue siempre en esos artículos del yo a lo universal. Para que un tema interese hay que partir de uno mismo. Hay que buscar lo intemporal dentro de lo circunstancial. Esta aspiración a la abstracción anuncia la poesía, sostiene acertadamente el escritor, también español, Antón Castro.
Umbral deja un vacío enorme. ¡Qué pena, se van siempre los mejores! Antes de tiempo, además. Los peores se quedan, eternizándose en su mediocridad y su ordinariez.
Antecede a estas líneas la fotografía de la portada de un libro de Francisco Umbral, “Las palabras de la tribu”. Abajo, en otra columna, hay un párrafo de un texto bellísimo extraído del libro “Las palabras quedan”, de César González-Ruano. El título es “El tiempo no existe”.
Quizás sólo existan las palabras, por lo menos las palabras de la tribu. Las palabras quedan, las de Paco, las de César. Ya están juntos los dos.


© José Luis Alvarez Fermosel

martes, 28 de agosto de 2007

El tiempo no existe

Cielo velazqueño
Foto: Maite - 2007
César González-Ruano

El tiempo no existe. Casi es un puro concepto, una convención literaria. Ese tiempo, en la memoria, está poblado de fantasmas con el pecho de corcho y una fecha tatuada en su corazón. Hemos entrado al Museo, a las salitas y a los salones del Museo. Graves caballeros, bellas damas de escote lunado nos contemplan. Las mariposas negras y blancas de los sueños blancos y negros se queman las alas en los quinqués. Pavanas azules o lívidas. Polonesas tácitas. Encendemos en velas los cigarrillos. El tabaco sabe a rapé.

(Del libro Las palabras quedan, de César González-Ruano, 1903/1965, escritor y periodista español, autor de más de 80 libros de temática variada: poesía, narrativa, ensayo, biografía, cronica. Uno de los máximos exponentes del Periodismo español del siglo XX. Publicó cerca de 30.000 artículos)

José Luis Alvarez Fermosel
© 2007

lunes, 20 de agosto de 2007

En el vino, la verdad


Si es o no invención moderna,
vive Dios que no lo sé,
pero delicada fue
la invención de la taberna.
Porque allí llego sediento,
pido vino de lo nuevo,
mídenlo, dánmelo, bébolo,
págolo y vóyme contento.

(Cena jocosa, Baltasar de Alcázar)

En el vino, la verdad. Así decían los antiguos latinos: In vino, veritas. El vino acompaña al hombre desde la aparición de éste sobre la tierra, o poco después.
Yo lo llevo tomando muchos años y siempre me ha hecho bien. En mi Madrid natal solía embaularme de tanto en tanto mis buenos chatos de vino, casi siempre tinto, en tabernas de barrios populares y castizos.
En los mesones españoles el vino se sirve en jarras, a la vieja usanza, junto con un pincho de tortilla a la española, unas virutas de jamón serrano o aceitunas verdes, o negras.
Cuando vine a Buenos Aires no dejé de sentir cierta preocupación al pensar en cómo sería el vino argentino. Alguien -¡bendito sea!- me dio a probar el Chateau Montchenot de López. Me tranquilicé en el acto y recorrí y sigo recorriendo la escala de López y otras de otras bodegas. El vino argentino es muy bueno.
Mi entrañable Ernesto Bonasso, el primer director que tuve en la agencia EFE en Buenos Aires tomaba Chateau Montchenot blanco. ¡Si habremos hecho los honores al tinto y al blanco de López en restaurantes, bodegones y otros lugares de los llamados de esparcimiento y diversión!
Atilio Agassi -que me llamaba marqués, después Pepe Fechoría me bajó a conde- me desafió una tarde de verano a tomar vino blanco a la salida del diario Crónica, donde trabajábamos ambos. Nos fuimos, concluidas nuestras tareas, a un bar de las cercanías. Nos bebimos entre los dos cinco o seis botellas. Comimos un poco de queso y algunas aceitunas, eso sí.
El vino es tinto o blanco, ya se sabe -hay rosado, también, que vendría a ser una mezcla de los dos en cuanto a colores se refiere—. Entonces, ¿cómo, cuál sería el vino de la Asunción de la copla vasca?:


El vino que tiene Asunción,
no es tinto ni es blanco,
ni tiene color.
¡Asunción, Asunción, echa
media de tinto al porrón!

Una vez, en Sevilla, donde solía beber fino La Ina, de Pedro Domecq, me entraron ganas de tomarme una copa de vino, igualmente fino, pero menos seco. Así que entré en un bar y pedí un Lebrero. Se estableció el siguiente diálogo entre el camarero y yo:
—¿Señor?
—Un Lebrero, por favor.
—¿Un qué?
—Un Lebrero, un vasito, o una copa de vino de la bodega Lebrero.
—Pero, señor…
—Pero, nada; ¡deme usted un Lebrero, hágame el favor!
—¿?
—¡¡Un Lebrero, caracoles!!
—¡Paco, aquí hay un señor que quiere un lebrillo de caracoles!
Un lebrillo es una vasija de barro más ancha por el borde que por el fondo, según el diccionario enciclopédico Espasa. Lebrillo es sinónimo de alcadafe, barreño y terrizo. Ahí queda eso.
La borrachera recibe varios nombres en España, además de curda: cogorza, merluza, tajada, tomatera, tablón, castaña, media granadina (de Granada, no del jarabe del mismo nombre) y otros.
Al final de una buena borrachera hispánica hay que cantar Asturias, patria querida: una canción asturiana que más que canción es un himno. Hablando de himnos, también hay que entonar, o desentonar el de la Legión, que todos los españoles nos sabemos de memoria, hayamos servido en ella o no.
Caminaba yo un día en Madrid por la Ribera de Curtidores y en un momento dado vi que de una de las muchas tabernas que jalonan esa vía, tan popular y castiza, salía un hombre con una castaña como un piano de cola.
Dio unos bandazos a derecha e izquierda y se detuvo un instante para encender un cigarrillo. Continuó enseguida su marcha vacilante, que interrumpió para decirles un dicharacho a un par de turistas. Una de ellas hizo un visible mohín de desagrado. Simultáneamente, una señora de cierta edad poco agraciada, por cierto, que también pasaba por allí, le increpó: "¡Borracho!", le dijo para ser exactos. "¡Pues que no lo vendan!" (el vino, claro), contestó el hombre de la tajada con una lógica aplastante: si no se vendiera el vino la gente que quisiera tomarlo no podría hacerlo con mesura ni en demasía y no habría borrachos.
Muchos refranes españoles se refieren al vino. He aquí algunos: "Con pan y vino se anda el camino" -es rigurosamente cierto—, "Bueno es el vino cuando el vino es bueno", "Para que el vino sepa a vino se ha de beber con un amigo", "Si la mar fuera vino todo el mundo sería marino". Uno genial: "No soy digno de beber agua sin vino; más por remojar la palabra, beberé vino sin agua". El último es terapéutico, por así decirlo: "Después de caracoles, higos y peras, agua no bebas, sino vino, y que sea tanto que caracoles, higos y peras anden nadando".
No resistimos la tentación de transcribir como remate las líneas que siguen, leídas en un pequeño cartel adosado a una pared de la taberna Casa Morán, en la calle Marqués de Viana 42 de Madrid:
"¿Qué tiene un vaso de vino? Vale 0,45 euros y da derecho a: usar palillos, gastar servilletas, leer el periódico, ver la televisión, sentarse en una silla, ocupar una mesa, hacer aguas mayores y menores, gastar papel y agua, lavarse las manos con jabón, utilizar el secador, tirar colillas al suelo, jugar a los dados, cartas o dominó, conocer gente y reír o quejarse en voz alta. Y, encima, decir que el dueño gana mucho dinero."
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© José Luis Alvarez Fermosel


Besos y glóbulos


El beso es reconstituyente, según acaba de descubrirse.
El análisis químico de los residuos que deja un beso tipo arrojó los siguientes resultados por cada 100 gramos de besos: 60 gramos de agua, 24 de albúmina de tejido conjuntivo; 0,8 de aluminio, hierro, tasa, magnesio, fósforo y azufre, algunos gramos de albúminas cristalizadas, grasa y sal a lo que, según el caso, debe sumarse nicotina –muy poca: ya no se fuma- y carmín de labios. ¡Quién lo hubiera dicho!, ¿no?
Se analizaron 100 gramos de besos; pero, ¿cuánto pesa un beso, un buen beso que dure lo que tenga que durar?. Sabemos lo que pesa el alma: 34 gramos. ¿Quién dijo que el alma pesa 34 gramos, quién la pesó? No André Maurois (Émile Herzog) en su novela "El pesador de almas".
Pese lo que pese, el beso actúa como multiplicador de los glóbulos rojos, según el científico alemán Wilhelm Lairner. Es más, el ósculo duplica la velocidad con que la sangre circula por el cuerpo humano.
La emoción que provoca el beso contrae las glándulas suprarrenales de secreción interna y libera una hormona cuya acción sobre el organismo es en extremo beneficiosa y llega, incluso, a multiplicar los glóbulos rojos, precisa Lairner en un detallado informe.
Asi que los anémicos están de enhorabuena. En vez de comer carne cruda o tomar aceite de hígado de bacalao -como era de rigor en inefables tiempos pretéritos- , quienes están faltos de hematíes deberán dedicarse ahora a besar a troche y moche.
Hemos de reconocer que desde el maldito aceite de ricino -desagradable fantasma de nuestra lejana niñez- hasta el beso lenguaraz y desaforado de las películas, la ciencia de Hipócrates ha recorrido un largo e interesante camino en su búsqueda de remedios que alivien los males de la humanidad doliente.
Ese largo camino lo transitaron investigadores como el señor Lairner, cuyas experiencias han debido ser mucho más agradables que las de otros investigadores que se pasan la vida revolviendo acres pócimas con varillas de cristal en sus laboratorios y persiguiendo gatos por los arrabales.
¡Cuánto le debe la humanidad a científicos como el señor Lairner, que en vez de dedicarse a pinchar conejos en la cabeza o destripar ranas, besa a las bellas y hace a posteriori anotaciones científicas en su cuaderno!
Ahora bien, ¿a cuántas mujeres habrá tenido que besar largamente Wilhelm Lairner para llegar a sus interesantes conclusiones?
Uno se ofrece desde ahora mismo como besador de mujeres, consciente de que vivimos en una época en que la experimentación científica es de extraordinaria importancia y, si bien hoy "las ciencias adelantan que es una barbaridad", como se dice en una vieja zarzuela, les queda todavía mucho por avanzar.
Todos debemos contribuir —como cobayos, si es necesario— al avance de la ciencia. Ningún sacrificio tiene que detenernos.
Ah, chicas, recuerden que… "el español cuando besa, ¡es que besa de verdad!"
José Luis Alvarez Fermosel
c 2007

Aquel Madrid...

No recuerdo de cuál de esas películas que uno ve por televisión, algún domingo por la noche, surgieron las notas de una vieja canción: "Mona Lisa".
La música, como los perfumes, tiene un gran poder evocativo. De ahí que inmediatamente vinieran a mi memoria recuerdos de tiempos pasados, cuando "Mona Lisa" estaba de moda -uno de sus mejores intérpretes fue Nat ‘King’ Cole-. Le pedíamos a Pilar Baños que tocara al piano "Aquellos ojos verdes" -ninguna versión del romántico bolero fue tan buena como la del barítono dominicano Eduardo Brito-. Rosario Villar nos preguntaba, guiñándo un ojo con picardía, que quién era esa chica de los ojos verdes. Y la verdad es que no había –aún...- ninguna chica de ojos verdes en nuestra vida. Luego hubo varias, claro.
Era aquella la época, también, de "Mi loco corazón", de Roberto Inglez, que cantaba Mona Bell, una chilena que se radicó en España en 1957. La "crooner", como se decía entonces, ganó el primer premio de la Segunda Edición del Festival Internacional de la Canción de Benidorm (1) con una melodía muy pegadiza que se puso de moda enseguida: "Un telegrama". Fue el primer éxito de ventas del sello grabador Hispavox.
Conchita Piquer cantaba, con su voz de coñac y puerto, "Tatuaje". Una canción, como dice el escritor español Anacleto Rodríguez Moyano, para escuchar de noche.
"Y llega la noche. Y con la noche se abre un portón de ambiente negro, de pena negra, de borrachera negra, negro de ilusiones negras...".
La Piquer, como se la llamaba antonomásicamente, derrochaba expresividad y desgarro. Interpretaba, más que cantaba, las emociones que sentían los protagonistas de sus canciones. El amor –casi siempre un amor contrariado o imposible-, era el "leit motiv" de sus temas. Recordemos algunos –todos son inolvidables-: "La Parrala", "Romance de la otra" –"la otra, la otra mujer, que no tenía un anillo de oro con una fecha grabada por dentro..."-, "Lola Puñales", "Almudena", "La Lirio", "Dime que me quieres"...
Luego surgió el bayao, o bayón. El titulado "El negro Zumbón" -que venía alegre tocando el tambor- se escuchaba en todas partes y a todas horas.
Yo me extasiaba en la casa de mi compañero de colegio y amigo José Manuel Rodríguez Queipo, que tenía una buena discoteca, escuchando "Abril en Portugal" –entonces se titulaba "Coimbra"-, "Botones de latón" y la "Serenata cubana" de Víctor Herbert. Cerca, en la glorieta de Bilbao, se llenaba el Café Comercial. "La tarde moría en los espejos, soñaba el amor en los divanes...": fragmento de la canción "Tarde de otoño en Platerías", que cantaba Juan García Guirao y fue muy popular en las décadas del 40 y 50.
Era un Madrid castizo de manolas de peinado alto y chulapos de bigote y de bombín del que habla la canción "De rompe y rasga", interpretada por un conjunto muy popular en la década del 50: Los Xey. Un Madrid en el que nos conocíamos todos, como decía Enrique Jardiel Poncela, madrileño a machamartillo, del que no queda más que el recuerdo convertido en polvo de estrellas, y he aquí el título de otra canción.
Un Madrid que, en materia musical, no recibía de Europa y América algo que mereciera la pena. Todavía no se había grabado "Rock around the clock", ni Elvis Presley -de cuya muerte se acaban de cumplir en estos días treinta años- había roto a cantar moviendo las caderas y agarrado a un micrófono como si fuera a bailar con él, ni los Beatles habían salido de aquella taberna de Liverpool.
"Patricia", la canción de fondo de "La dolce vita", se popularizó como esa película de Fellini, que lanzó al estrellato a Marcello Mastroiani. Probablemente, Paul Anka ya se había enamorado de Diana Ayoub, "baby sitter" de su hermana menor.
La España de entonces era la del bolero, la copla y la ranchera, que se emitían por Radio Madrid. Su locutor-animador emblemático era el chileno Bobby Deglané, que tuvo un éxito espectacular con su Cabalgata de Fin de Semana. También era chileno Raúl Matas, que contó la vida de Gardel por radio, con ilustraciones musicales del argentino Carlos Acuña, que cantaba tangos casi como el Morocho del Abasto.
Festivales en plazas de toros. El mulato cubano Antonio Machín y sus "Angelitos negros". El mexicano Jorge Negrete, Jorge Sepúlveda, Bonet de San Pedro y los Siete de Palma.
En 1953 nacía Hispavox, una de las compañías grabadoras clave en el despegue del "pop" español. Ana María González cantaba "con mucho sentimiento" el chotis "Madrid" de Agustín Lara: "Cuando llegues a Madrid, chulona mía, voy a hacerte emperatriz de Lavapiés...".
Se bebía "gin-fizz" en los bares americanos que empezaban a aparecer en la calle de Serrano, por donde paseaban los "niños bien" los domingos después de la misa de once –misa de once…, como en el tango- a la que habían tenido que ir con sus padres.
Uno iba a los bares Xauen, Roma o al del hotel Palace. De cuando en cuando se acercaba también a Boliche, a jugar a los bolos. Todavía alargaba su existencia, quedándose en el tiempo, la Villa Mouriscot. Resplandecía Chicote en la Gran Vía.
Mucho "blazer" de botones dorados o plateados, corbatas regimentales, abrigos de Loden en invierno. Las chicas vestían polos, faldas escocesas y calzaban mocasines ingleses color corinto. Todos los señores mayores, y algunos jóvenes, se tocaban con sombreros flexibles o borsalinos, por lo general grises.
Se iba con la novia a los cines de estreno de la Gran Vía. Había que ir vestido con traje, camisa y corbata, eso sí. Y en verano, nada de ir en mangas de camisa, ni siquiera con "pescadora" –una prenda mezcla de guayabera y campera-: traje de verano, camisa y corbata.
Hablando de camisas y corbatas, nos mandábamos hacer las camisas a medida en Butler y comprábamos las corbatas en Burgos o Samaral. Los bombones, el marrón glacé y las trufas de chocolate tenían que ser de La Mahonesa. De aquellos tiempos sólo subsisten Lhardy, La Suiza y unas pocas tiendas y pastelerías más, entre ellas La Mallorquina, donde un merengue cuesta un euro.
Quedaba algo del romanticismo que le impulsó a Mariano José de Larra a suicidarse por amor, de un tiro en la cabeza, a los 27 años. En el Museo Romántico descansan en una vitrina, sobre un paño escarlata, sus pistolas. Qué poco impresionan. Parecen juguetes, en comparación con las sofisticadas armas de fuego de puño de hoy en día. Pero con una de aquellas vació su cerebro de bellas palabras para siempre un gran escritor y, quizás, el mejor crítico costumbrista del siglo XIX.
El marqués de Molins dio cumplida noticia del suicidio de Larra en el periódico "El Español".
"El lunes, 15 de febrero de 1837, a las nueve menos cuarto de la noche, don Mariano José de Larra se disparó un tiro en la cabeza, apoyándose el cañón de una pistola entre la oreja y la sien derecha, y le salió la bala por encima de la sien izquierda, la cual bala atravesó una puerta vidriera y se clavó en la pared".
En pleno corazón de Madrid de los Austrias hay ahora "pubs" en los se bebe cerveza Guinness. Madrid ha crecido mucho en los últimos tiempos. En la Villa del Oso y del Madroño coexisten muchas cosas antiguas y otras modernas, unas y otras de indudable valor.


(1) Ciudad balnearia situada en el Levante español a la que iban a veranear los madrileños de clase media. La extraordinaria labor de su alcalde, Pedro Zaragoza, la convirtió en un centro turístico de primerísima línea en el que se realizaban varios festivales. Actualmente, todavía más embellecida y modernizada, tiene incluso rascacielos más altos que los de Madrid.


© José Luis Alvarez Fermosel